¡Hola, trotamundos! Si hay un lugar en Estambul que te abraza con su historia y te eleva con sus vistas, esa es la Torre de Gálata. No es solo un edificio; es un faro que ha visto siglos pasar, y sentirla es parte de la aventura de esta ciudad que vive y respira a cada instante.
Imagina que te acercas a ella. Escuchas el murmullo constante de la gente, mezclado con el grito de los vendedores de simit y castañas asadas. El aire, a veces, trae el olor a especias lejanas, otras a café recién hecho. Sientes cómo el asfalto bajo tus pies empieza a dar paso a los adoquines, más irregulares de lo que esperabas, que te obligan a ir un poco más lento, prestando atención a cada paso. La calle asciende suavemente, un desnivel que no parece mucho al principio, pero que se acumula. A medida que te acercas, la torre se alza imponente, y la sensación de su tamaño real te envuelve.
Cuando llegas a la base, el bullicio se intensifica. La plaza alrededor de la torre, aunque no es enorme, suele estar llena de gente, creando un flujo constante de cuerpos. Los adoquines aquí son más grandes, pero siguen siendo irregulares, con algunas juntas profundas. Si vas en silla de ruedas, la vibración será constante, y tendrás que sortear algunas grietas. La pendiente general hacia la torre es suave, pero el terreno no es liso. La entrada principal es amplia, lo que facilita el acceso, pero la multitud puede hacer que la maniobra sea un poco complicada. Aquí, la paciencia es tu mejor aliada.
Una vez dentro, la buena noticia es que la Torre de Gálata cuenta con ascensores. ¡Sí, dos de ellos! Son cabinas modernas, no muy grandes, pero suficientes para una silla de ruedas estándar y un acompañante. Te llevan directamente a los pisos superiores, ahorrándote las escaleras de caracol internas que son preciosas, sí, pero imposibles para la movilidad reducida. El pasillo hasta los ascensores es estrecho en algunos puntos, pero manejable. Sientes el cambio de temperatura al entrar, el aire más fresco y la piedra antigua que te rodea.
Al salir del ascensor, estás casi en la cima. Para llegar al balcón circular de observación, hay un tramo corto de escaleras, unos 3-4 escalones. Aquí es donde la cosa se complica para una silla de ruedas. La mayoría de la gente sube y baja sin problema, pero si necesitas ayuda, es un punto crítico. Una vez en el balcón, el espacio es estrecho, diseñado para una sola fila de personas que caminan lentamente admirando las vistas. Si hay mucha gente, puede ser difícil moverse, y la gente tiende a estar más absorta en el paisaje que en el entorno, por lo que quizás no te abran paso activamente. Sin embargo, en mi experiencia, la gente en Estambul suele ser amable y dispuesta a ayudar si lo pides; he visto a turistas ofrecerse a levantar sillas de ruedas en este tipo de situaciones, aunque no es lo ideal.
En resumen, ¿es la Torre de Gálata accesible para personas con movilidad reducida o en silla de ruedas? Diría que es manejable, pero con desafíos significativos. El acceso a la torre en sí es posible gracias a los ascensores, lo cual es un gran punto a favor. Sin embargo, la irregularidad de los adoquines en el camino y alrededor de la base, el tramo final de escaleras para acceder al balcón de observación, y la estrechez de dicho balcón con la afluencia de gente, son los principales obstáculos. Prepárate para vibraciones constantes en el trayecto, y considera que para disfrutar de las vistas desde el balcón quizás necesites ayuda extra o una silla de ruedas que se pueda plegar para que te suban. No es un paseo sin barreras, pero con planificación y quizás un compañero de viaje, la recompensa de la vista panorámica de Estambul bien lo vale.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets