¡Uf! Acabo de aterrizar de Estambul y tengo que contarte lo de Santa Sofía, o Ayasofya, como le dicen allí. Es de esas cosas que te dejan sin aliento, ¿sabes? Cuando te acercas, incluso antes de entrar, ya sientes esa mole de historia. Imagina que es un día cualquiera, pero el aire que te golpea al pie de sus muros es distinto, más denso, cargado de siglos. Escuchas el murmullo de la gente, sí, pero por encima de todo, hay un silencio pesado, un eco de todo lo que ha sido. Y cuando por fin pasas la puerta, el espacio te engulle. Es tan vasto, tan alto, que el sonido de tus propios pasos se diluye en una inmensidad que te hace sentir minúsculo.
Una vez dentro, la sensación es aún más potente. Sientes la alfombra bajo tus pies descalzos, suave y densa, absorbiendo el murmullo de miles de voces y el roce constante de la tela. El aire es fresco, pero no frío, tiene un dejo a humedad y a incienso antiguo, como si las oraciones de mil años se hubieran impregnado en las paredes. Levantas la cabeza, y el espacio se abre, inmenso, tan alto que el sonido se pierde y vuelve como un eco lejano. Los ojos intentan descifrar las sombras de los mosaicos dorados que aún se intuyen en lo alto, luchando por asomarse entre los medallones caligráficos. Es una mezcla tan loca de sensaciones, de culturas superpuestas, que te sientes flotando en el tiempo.
Ahora, te soy honesta, hay cosas que no me encantaron. Desde que volvió a ser mezquita, el acceso está más restringido. Hay una barrera que te impide acercarte a muchas zonas, especialmente a los mosaicos superiores, y eso es un poco frustrante. Te quedas con las ganas de ver los detalles de cerca. Además, prepárate para la gente. Es un hervidero humano constante, el murmullo nunca para. Pero lo que sí me sorprendió, y para bien, fue lo bien conservada que está la atmósfera espiritual. A pesar de las multitudes, logras sentir la devoción, el respeto. Y el olor, ese olor particular a alfombra, a gente, a algo muy, muy antiguo, es inolvidable.
Si te animas a ir, te doy un par de consejos prácticos, como si te los enviara por WhatsApp. Primero, ve a primera hora. En serio, antes de que abran o justo cuando lo hagan. Es la única forma de evitar la peor avalancha. Segundo, lleva una mochila donde puedas guardar los zapatos, porque te los tienes que quitar al entrar. Es más cómodo que llevarlos en la mano. Y las mujeres, cabeza cubierta; si no llevas pañuelo, te prestan uno a la entrada, pero es mejor llevar el tuyo. La entrada es gratuita, lo cual es genial, pero eso también contribuye a la cantidad de gente.
Al final, lo que más se me quedó grabado fue la sensación de esa alfombra bajo mis pies descalzos, la resonancia de las voces, y la luz tamizada que se filtraba por las ventanas superiores, iluminando el polvo que danzaba en el aire. Es como si cada mota de polvo llevara una historia. No es solo un edificio; es un ser vivo que respira historia y fe. Y cuando sales de nuevo a la luz de Estambul, sientes el sol en la piel y el bullicio de la ciudad te golpea, pero algo dentro de ti ya ha cambiado.
Olya from the backstreets.