Imagina que, de repente, el bullicio de Asakusa se transforma en un abrazo apretado de nostalgia. Sientes cómo el suelo bajo tus pies cambia, no es un asfalto liso, sino un mosaico irregular de pequeñas losas y adoquines pulidos por miles de pasos, que a veces vibran suavemente con el paso de alguna atracción cercana. Escuchas un coro de risas agudas mezclado con el chirrido rítmico de maquinaria antigua y la melodía un poco desafinada de un carrusel. Las sendas aquí no son avenidas amplias; son pasillos estrechos, casi callejuelas de un pueblo de cuento, que te invitan a zigzaguear, a girar a la izquierda, a la derecha, sin saber qué sorpresa te espera a la vuelta de cada esquina. La sensación es la de un laberinto juguetón, donde cada paso te acerca a un nuevo olor: quizás el dulzor empalagoso del algodón de azúcar o el aroma tostado y salado de las palomitas recién hechas.

Aquí la clave es la paciencia y la curiosidad. El parque es sorprendentemente compacto y, aunque parezca un laberinto, es difícil perderse de verdad. Las sendas son mayormente planas, pero la estrechez puede ser un desafío si vas con cochecito de bebé o silla de ruedas, especialmente en horas punta. Piensa en calles peatonales de un pueblo antiguo, no en grandes bulevares. Hay puntos donde las atracciones se cierran tanto que apenas queda espacio para que dos personas pasen de frente. Mi consejo: si ves un hueco, aprovéchalo para dejar pasar a los demás; es un baile constante de moverse y ceder el paso.

A medida que te adentras, el aire se vuelve más denso, cargado de la energía de décadas de diversión. Puedes sentir una ligera vibración en el suelo cuando el viejo Roller Coaster, la montaña rusa más antigua de Japón, pasa rugiendo por encima de tu cabeza, casi rozándote, y el viento de su paso te revuelve el pelo. Hay zonas donde los senderos se abren un poco, como pequeños patios donde te encuentras con los juegos de feria, y el sonido de las campanillas y los disparos de aire se intensifica, creando un coro de emoción. Luego, vuelves a sumergirte en pasajes más íntimos, donde el eco de las voces se amortigua y el olor a madera vieja y metal oxidado se hace más presente, un testimonio silencioso de su historia.

Para disfrutarlo sin agobios, te sugiero ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde, justo antes del cierre. Entre semana es mucho mejor que los fines de semana. No esperes un mapa gigante que te guíe; la magia está en dejarte llevar por el flujo de la gente y los sonidos. No hay atajos complejos; simplemente sigue los caminos y, si te sientes un poco desorientado, el sonido de la montaña rusa o la música del carrusel te darán una pista. Verás que, aunque pequeño, cada rincón ofrece algo distinto, desde la casa del terror hasta el carrusel, todos conectados por esa red de caminos que te hace sentir parte de algo muy especial y un poco secreto.

Olya from the backstreets

Si alguna vez te preguntas cuándo Hanayashiki, ese pequeño tesoro en Asakusa, se siente *realmente* bien, no es solo un mes en el calendario. Es un tipo de día. Imagina un día de finales de otoño o principios de primavera, cuando el cielo está despejado y el sol brilla, pero sin el calor pegajoso del verano ni la marea humana de la floración del cerezo. Sientes el aire. Es fresco, limpio, con un toque dulce a algodón de azúcar que flota desde algún puesto cercano. Escuchas. No es un estruendo abrumador, sino una sinfonía suave: el chirrido lejano de la montaña rusa, risas de niños, el tintineo de las campanas de un carrusel. Puedes casi oler el aroma a madera antigua de las atracciones, mezclado con el de palomitas de maíz recién hechas. Cada paso en el asfalto es claro, no hay empujones, solo el ritmo suave de otros pasos.

En esos días, la multitud es perfecta. No sientes la opresión de los cuerpos chocando, sino una suave danza de familias, parejas, amigos. Hay espacio para respirar, para detenerte y sentir la vibración del suelo bajo tus pies cuando una atracción pasa cerca. Escuchas las conversaciones fragmentadas en japonés, el entusiasmo en las voces de los pequeños. Hay una energía palpable, pero es una energía que te abraza, no que te abruma. Puedes acercar tu mano a una barandilla y sentir el calor residual del sol, sin que mil manos más la hayan tocado justo antes. A diferencia de los fines de semana de temporada alta o las vacaciones escolares, donde el sonido se convierte en un muro y el aire se satura con la prisa, en estos momentos, Hanayashiki te permite saborearlo, tomar tu tiempo.

Este clima templado y el cielo despejado no solo hacen más agradable caminar; cambian la atmósfera. La luz del sol, suave y dorada, se filtra entre las estructuras, creando sombras juguetones y haciendo que los colores de las atracciones parezcan aún más vibrantes. No te sientes pegajoso por la humedad ni congelado por el viento. Si cierras los ojos, puedes sentir una brisa ligera que te acaricia el rostro mientras esperas tu turno, llevando consigo el eco de la música del parque. Es el momento ideal para que el parque revele su encanto más nostálgico y su corazón más amable. Para aprovecharlo al máximo, ve entre semana. Abre temprano y llega a media mañana, después de la primera oleada de visitantes pero antes del almuerzo. Vístete en capas; el sol puede calentar, pero la sombra y la brisa pueden ser frescas. Y sí, tómate un café caliente o un té en uno de los puestos; la taza tibia en tus manos será el contrapunto perfecto a la frescura del aire.

Miko en Movimiento

Imagina que te bajas de la bulliciosa Nakamise-dori en Asakusa. Sientes la brisa fresca después de la calle llena de gente. Entonces, lo escuchas: una música lejana, casi metálica, mezclada con los gritos alegres de los niños y el distintivo clac-clac-clac de una montaña rusa antigua. No es una entrada grandiosa; es sutil, escondida. Caminas por una puerta estrecha y, de repente, el aire cambia. Huele ligeramente a palomitas de maíz y a algo dulce, como algodón de azúcar. El suelo bajo tus pies se siente un poco irregular, muy pisado, como si hubiera absorbido incontables pisadas a lo largo de décadas. Sientes el suave retumbar del suelo cuando pasa una atracción, una vibración tenue que te zumba a través de los zapatos. Esto no es un parque temático moderno; es un bolsillo de pura nostalgia sin adulterar.

Quizás te preguntes por qué este pequeño y viejo parque sigue prosperando en medio de la expansión futurista de Tokio. Imagina a un abuelo, quizás tu *obāsan* u *ojīsan*, contándote sobre su infancia. Describirían venir aquí como un lujo, un día especial. "¿Ves esa montaña rusa?", podrían decir, con la voz suave por el recuerdo. "Mi padre me trajo aquí cuando era solo un niño pequeño. ¡Era lo más alto que había visto! E incluso entonces, se sentía antiguo, pero lleno de magia. Cada grito era una risa, cada sacudida una emoción. No se trataba de la velocidad o las caídas, se trataba de la alegría simple, la sensación de volar, aunque fuera solo por un minuto. Este lugar no son solo atracciones; es donde generaciones de tokiotas han forjado sus primeros recuerdos alegres, donde la risa hace eco desde el pasado." Es un archivo viviente de felicidad sencilla.

Así que, estás listo para sumergirte. No esperes atracciones enormes que te disparen la adrenalina. Piensa en lo clásico, encantador y un poco excéntrico. El parque es compacto, así que no te perderás. Pagas una pequeña entrada y luego compras tickets para las atracciones individuales, o un pase libre si planeas subirte a todo varias veces. Los días de semana suelen estar menos concurridos, lo que te da más espacio para pasear y absorberlo todo. Si vas un fin de semana, intenta llegar justo cuando abren para disfrutar de los momentos más tranquilos.

¿Sientes un poco de hambre? Hanayashiki tiene los bocadillos de parque de atracciones por excelencia. Encontrarás puestos que venden *takoyaki* (bolas de pulpo), *yakisoba* (fideos fritos) y, por supuesto, muchas palomitas de maíz y crepes. Coge un tentempié y busca un lugar para observar a la gente. Para una perspectiva única, definitivamente sube a la "Space Shot". No es la torre de caída más alta, pero ser lanzado por encima de los edificios circundantes te da una vista inesperada de los tejados de Asakusa y la Skytree a lo lejos. Es una forma sorprendentemente emocionante de ver la ciudad desde un ángulo diferente.

Léa en camino

Imagina que el tiempo se dobla un poco, y de repente, estás en un lugar donde la nostalgia tiene un olor dulce a algodón de azúcar y el sonido de la risa es constante. Eso es Hanayashiki, el parque de atracciones más antiguo de Japón, en Asakusa. Al cruzar la entrada, sientes el asfalto bajo tus pies, un poco desgastado por décadas de visitantes. El aire vibra con una mezcla de música de feria y el chirrido distante de alguna atracción. Es un abrazo cálido, como si el parque te diera la bienvenida a un recuerdo.

Si buscas esa foto icónica, esa que grita "¡Estoy en Hanayashiki!", dirígete hacia la entrada principal y deja que tus ojos sigan la estructura retorcida de la montaña rusa. No es la más alta ni la más rápida, pero su encanto reside en su antigüedad, en cómo se entrelaza con el cielo de Tokio. Ponte justo debajo de ella, o un poco más atrás, donde las vías se elevan sobre los tejados de los edificios circundantes. A tu alrededor, verás los colores vibrantes de otras atracciones más pequeñas, puestos de comida con el aroma a *takoyaki* recién hecho y el murmullo constante de la gente. Puedes sentir el suave temblor del suelo cuando un vagón pasa, el olor a aceite y a emoción en el aire.

Para la luz, piensa en la "hora dorada", justo antes del atardecer. Los últimos rayos de sol se cuelan entre las atracciones, bañando el parque en un tono cálido y mágico. Las sombras se alargan, y cada rincón parece sacado de una postal vintage. Si lo que buscas es una atmósfera diferente, quédate hasta que caiga la noche. Las luces de neón se encienden, transformando el lugar en un carnaval resplandeciente. El aire se vuelve un poco más fresco, y el bullicio diurno se transforma en un murmullo más íntimo. Escucha el chirrido rítmico de la noria, el eco de los gritos de alegría que se mezclan con el zumbido lejano de la ciudad. Es una experiencia más envolvente, más para sentirla con todo el cuerpo.

Hanayashiki está a un corto paseo del famoso templo Senso-ji en Asakusa, así que es perfecto para combinarlo con una tarde explorando la zona. Puedes comprar tus entradas directamente en la puerta, y aunque suele haber gente, el parque es lo suficientemente compacto como para que te sientas acogedor, no abrumado. Hay pequeños puestos dentro para picar algo: *takoyaki*, *crepes* dulces o incluso ramen para los más valientes. No esperes atracciones de última generación, sino un viaje al pasado lleno de encanto y sonrisas.

Léa desde el camino

Acabo de volver de Hanayashiki en Tokio, y mira, es como si hubieras cruzado un portal a otra época. Imagina el aire... no es el de la calle bulliciosa de Asakusa, sino uno más denso, con un olor a algodón de azúcar y algo metálico, viejo. Escuchas el chirrido de las atracciones, risas infantiles que resuenan y una musiquilla repetitiva y alegre que te envuelve, casi hipnotizándote. Sientes el suelo bajo tus pies, un poco irregular, de adoquines desgastados por años de pisadas. Es pequeño, sí, pero cada paso te lleva a un rincón nuevo de asombro, a una explosión de color inesperada.

Lo que más me sorprendió es precisamente su antigüedad. No es un parque moderno, ¡es el parque de atracciones más antiguo de Japón! Te subes a la montaña rusa, la *Roller Coaster*, y sientes cada pequeña vibración, cada curva, cada traqueteo. No es la velocidad lo que te agarra al asiento, sino la sensación de que está ahí desde siempre, casi contándote historias con cada bamboleo. Y de repente, asomas la cabeza y ves un rascacielos moderno asomando por encima de una pagoda en miniatura dentro del parque, un contraste que te golpea los sentidos y te hace sonreír. Es surrealista, como un sueño.

Mira, si te gusta lo auténtico, lo peculiar y lo sencillo, te va a encantar. Las atracciones son básicas pero tienen un encanto innegable. La casa encantada, por ejemplo, no da miedo, pero te hace soltar unas carcajadas inesperadas con sus efectos de sonido y sus muñecos polvorientos. Y el carrusel... es de los de toda la vida, con caballos de madera, cada uno con su propia personalidad. Es perfecto para desconectar del ritmo frenético de Tokio por un par de horas. Además, está súper bien ubicado, justo al lado del templo Senso-ji, así que puedes combinar la visita sin problemas, como si fuera una extensión más de la experiencia cultural.

Ahora, sé honesta, no es para todo el mundo. Si buscas adrenalina pura, montañas rusas gigantes o atracciones de última generación, este no es tu sitio. Las colas no suelen ser largas, lo cual es un alivio, pero algunas atracciones son muy cortas, casi te quedas con ganas de más justo cuando la diversión empieza. Y la comida, bueno, es la típica de parque de atracciones: hot dogs, crepes... no esperes maravillas culinarias ni sabores que te exploten en la boca. Los baños son funcionales, pero no esperes lujos. Es un poco "viejo" y eso se nota en algunos detalles de mantenimiento, pero es parte de su encanto.

En resumen, si viajas con niños pequeños o si simplemente quieres una dosis de nostalgia japonesa y algo diferente, dale una oportunidad. No vayas esperando un Disney o un Universal; ve esperando un viaje en el tiempo, una cápsula del pasado. Lo ideal es ir entre semana para evitar aglomeraciones y con un par de horas es suficiente para verlo todo sin prisas. No te olvides de la cámara, porque la estética es muy particular y 'instagrameable'. Es una joya peculiar y un soplo de aire fresco en la modernidad de Tokio.

Olya from the backstreets

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un rincón de Tokio que te envuelve en una burbuja de nostalgia y alegría: Hanayashiki, el parque de atracciones más antiguo de Japón. Imagina el sonido: no es el estruendo de los parques modernos, sino un murmullo constante de risas infantiles, el chirrido amable de una montaña rusa de madera que parece suspirar con cada giro, y el tintineo de las campanas de los carruseles. Si cierras los ojos, puedes casi tocar el aire dulce con olor a palomitas de maíz recién hechas y a algodón de azúcar, mezclado con un leve aroma a madera vieja y metal pulido. Sientes el suelo vibrar suavemente bajo tus pies cuando pasa el pequeño tren, y la brisa te acaricia mientras el aire se llena de la energía vibrante de la gente divirtiéndose. Es un lugar donde cada esquina te susurra historias de décadas pasadas, un abrazo cálido que te transporta a una infancia universal.

Ahora, si necesitas una silla de ruedas o un scooter de movilidad cerca de Hanayashiki, la verdad es que no es tan sencillo como encontrar una máquina expendedora de bebidas. No hay un lugar de alquiler directo justo al lado del parque. Tu mejor opción es empezar por preguntar en el propio Hanayashiki; a veces, los parques tienen sillas de ruedas básicas disponibles para uso interno, aunque no siempre para alquiler a largo plazo o scooters. Si te alojas en un hotel, es muy probable que ellos te puedan prestar una silla de ruedas por el día, o al menos te dirijan a un servicio fiable. Para scooters o alquileres más específicos, tendrás que buscar servicios especializados en Tokio, como Japan Accessible Tourism Center o algunas tiendas de suministros médicos que ofrecen alquiler. Estos suelen requerir reserva previa, a veces con días de antelación, y a menudo implican que te la entreguen en tu hotel o en un punto de encuentro céntrico. El coste varía, pero puedes esperar pagar una tarifa diaria, que puede rondar los 1.000 a 3.000 yenes o más, dependiendo del tipo de equipo y la duración del alquiler. Para preguntar, no dudes en usar el traductor de tu móvil o pedir ayuda en la recepción de tu hotel; en Japón la gente es muy servicial.

Ana al Descubierto

¡Imagina esto! Acabas de salir del bullicio de Asakusa, donde los inciensos de Senso-ji te envolvían y el eco de los tambores resonaba. De repente, el aire cambia. No hay más incienso, sino un olor dulce y difuso a algodón de azúcar y palomitas de maíz. A medida que te acercas, el sonido se transforma: el murmullo de la gente se mezcla con una música alegre y un traqueteo rítmico, casi chirriante, que sube y baja. Es un sonido antiguo, como el de una máquina que ha trabajado por décadas y tiene historias que contar en cada uno de sus engranajes. Aquí es donde el tiempo se detiene y la nostalgia te envuelve, incluso si nunca antes habías estado.

Cuando entras, lo primero que sientes es la cercanía de todo. Es un parque compacto, cada atracción casi se toca con la siguiente. El aire vibra con las risas y los gritos ahogados de la gente. Si te atreves, dirígete hacia el tren. Escuchas el *clack-clack-clack* de las ruedas de madera subiendo una pendiente lenta, y luego, el silencio momentáneo antes del descenso. Sientes una brisa repentina mientras el vagón se desliza, el viento te golpea la cara y tu estómago se eleva un instante, una sensación de ligereza que dura solo unos segundos antes de que el traqueteo vuelva a envolverte mientras el tren dobla una curva muy cerrada. Es el *roller coaster* más antiguo de Japón, y cada vibración te recuerda su historia.

Más allá de la montaña rusa, el parque sigue siendo un festín para los sentidos. Puedes oler el aroma de los *takoyaki* recién hechos mezclado con el dulzor de las crepes. Escuchas las campanillas y los sonidos electrónicos de los juegos de arcade, donde la gente intenta ganar premios con el tintineo de las monedas. Si pasas por la casa encantada, sentirás una ráfaga de aire frío y la piel de gallina, incluso antes de escuchar los lamentos grabados. Toca los pasamanos de las atracciones, ásperos por el uso, y siente la textura del asfalto bajo tus pies, desgastado por innumerables pasos. Es un lugar que te abraza con su atmósfera, un poco apretado, pero lleno de una calidez peculiar.

Ahora, para lo práctico: llegar a Hanayashiki es fácil. Está en Asakusa, a unos 5-10 minutos a pie de la estación de Asakusa (líneas Ginza, Asakusa o Tobu Skytree). La entrada al parque es de pago (alrededor de 1,000 yenes para adultos), pero las atracciones se pagan por separado. Puedes comprar tickets individuales para cada viaje (100 yenes por ticket, y las atracciones suelen costar de 3 a 6 tickets) o un pase de viaje ilimitado si planeas montarte en muchas cosas. Si vas en un día de semana, las colas son mínimas y puedes disfrutar más a tu ritmo. Los fines de semana y festivos puede llenarse bastante.

No esperes un parque temático gigante. Hanayashiki es pequeño, íntimo y encantador. Es perfecto para una tarde, especialmente si buscas algo diferente a los templos y santuarios de Asakusa. Es ideal para familias con niños pequeños, parejas que quieren algo nostálgico o cualquiera que aprecie la sencillez de los parques de atracciones de antaño. No hay restaurantes grandes, pero encontrarás muchos puestos con snacks japoneses y bebidas. Combínalo con una visita a Senso-ji y tendrás un día completo y lleno de contrastes en Tokio.

Olya de las callejuelas

Imagina que el aire de Tokio, denso y vibrante, empieza a cambiar a medida que te acercas a Hanayashiki. No es solo un parque de atracciones, es una cápsula del tiempo. Escuchas el eco de las risas infantiles, el chirrido rítmico de una montaña rusa que ha visto generaciones y una melodía de carrusel que te envuelve en una burbuja de nostalgia. Hueles el dulce aroma del algodón de azúcar mezclado con ese toque inconfundible a palomitas recién hechas, casi puedes saborearlo en el aire. Caminas por pasillos estrechos, donde la madera pulida por el tiempo vibra ligeramente bajo tus pies con el paso de las vagonetas. Sientes la calidez del sol en tu piel y, de repente, una ráfaga de aire fresco te trae el olor a metal y a aceite de máquina antigua, recordándote que este lugar tiene historias que contar, muchas de ellas silenciosas.

Para que tu visita sea lo más fluida posible, te diría que Hanayashiki está justo en el corazón de Asakusa, a unos diez minutos a pie de la estación de metro. No esperes un parque temático gigante; es compacto, íntimo y eso es parte de su encanto. Tienes dos opciones para las entradas: puedes comprar solo la entrada al parque y luego tickets individuales para las atracciones que te interesen, o un pase ilimitado si planeas subirte a todo. Personalmente, te recomiendo ir entre semana por la tarde; la luz es preciosa y hay menos gente, lo que te permite sentir la atmósfera sin agobios. Hay pequeños puestos de comida con los clásicos de feria, así que no te preocupes por el almuerzo si se te antoja algo rápido.

Pero hay un detalle, algo que no verás en las guías, que realmente te conecta con el alma del lugar. Si te detienes un momento cerca de la entrada de la "Mansión Encantada" (el túnel oscuro, no la casa principal), percibirás un olor muy particular: una mezcla sutil de madera vieja y ligeramente húmeda, con un toque casi dulce a caramelo quemado que viene de los puestos cercanos, y un regusto a ozono o a polvo. Y mientras hueles eso, si te fijas, oirás el *clac-clac-clac* rítmico y metálico de los blancos móviles en la galería de tiro de al lado. No es un ruido fuerte, sino un murmullo constante, el sonido de la diversión simple y repetitiva que ha resonado por décadas. Es ese pequeño pulso del parque, casi escondido entre la algarabía, que te dice que este sitio está vivo, respirando su propia historia.

Olya from the backstreets

Imagina por un momento que el bullicio de Tokio se desvanece y, de repente, te encuentras frente a una puerta que parece sacada de otra época. Hanayashiki no es un parque temático al uso; es una cápsula del tiempo. Al cruzar el umbral, sientes de inmediato cómo el aire cambia. No es el aire pulcro y moderno de los rascacielos, sino un aroma dulce y ligeramente metálico, una mezcla de algodón de azúcar, aceite de máquina antigua y la promesa de una alegría sencilla. Escuchas el chirrido rítmico de la montaña rusa más antigua de Japón, un sonido que te envuelve como un abrazo nostálgico, y las risas de los niños que se mezclan con la música de los carruseles. Tus pies sienten la textura de un asfalto desgastado, de caminos que han visto pasar generaciones, y es como si cada paso te contara una historia.

A medida que te adentras, te das cuenta de que cada rincón de Hanayashiki guarda un pequeño tesoro. Caminas por pasillos estrechos, bordeados de máquinas de juegos clásicas y atracciones de feria que parecen haber estado allí desde siempre. Puedes estirar la mano y tocar la madera pulida de una barandilla, sentir el frío del metal en una atracción o la suavidad de un peluche recién ganado. El espacio es íntimo, casi acogedor, y la luz se filtra de una manera particular entre las atracciones, creando sombras danzarinas que te invitan a explorar sin prisa. Es un lugar donde el tiempo parece ralentizarse, permitiéndote saborear cada detalle, cada sonido, cada pequeña vibración de este parque que es puro corazón.

Ahora, un pequeño consejo de amiga. Precisamente por ser un lugar con tanta historia y encanto, Hanayashiki tiene sus peculiaridades. Fíjate bien por dónde pisas. El suelo, sobre todo después de la lluvia o si acaban de limpiar, puede volverse sorprendentemente resbaladizo en algunas zonas, especialmente cerca de las atracciones de agua o en los pasillos más transitados. Además, a veces te encontrarás con pequeñas irregularidades en el camino, adoquines o baldosas que no están perfectamente alineadas, fruto del paso del tiempo. Lleva un calzado cómodo y con buena suela, que te permita moverte con libertad y te dé seguridad en cada paso. No te preocupes, no es un laberinto de trampas, solo un detalle a tener en cuenta para que disfrutes sin sobresaltos.

Y ya que estamos hablando de moverse por la zona, un apunte rápido sobre los alrededores de Asakusa. Es un barrio vibrante y maravilloso, pero como en cualquier lugar turístico concurrido, a veces te encontrarás con personas que intentan venderte cosas o pedirte dinero de forma insistente. No es algo peligroso, pero sí puede ser un poco molesto. Mi consejo es que, si alguien se te acerca de forma demasiado persistente o te ofrece algo de forma muy agresiva, simplemente sonríe amablemente, di "no, gracias" (o "kekko desu" en japonés) y sigue tu camino. No te detengas a charlar ni te sientas presionado a comprar nada. Mantén tus pertenencias a la vista y cerca de ti, como harías en cualquier ciudad, y así podrás disfrutar de la magia de Asakusa sin distracciones.

Al final de tu visita a Hanayashiki, te irás con la sensación de haber descubierto un pedacito oculto del alma de Tokio. Es un lugar que te invita a la nostalgia, a la alegría más pura y a la curiosidad. Con estos pequeños detalles en mente, podrás sumergirte por completo en su atmósfera única, sintiendo cada vibración, cada risa y cada historia que sus viejas atracciones tienen para contar.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya de las callejuelas

Si eres un amante de las aves y te preguntas si Hanayashiki, ese parque de atracciones tan peculiar en Asakusa, tiene algo para ti más allá de sus atracciones retro, la respuesta es sí, aunque de una forma inesperada. Imagina esto: estás en Hanayashiki, y el aire vibra con risas lejanas, la música de una atracción antigua y, de repente, un trino. Sí, un trino. Aunque es un parque de atracciones, con su propia sinfonía de sonidos metálicos y gritos de alegría, la naturaleza se cuela. No es un santuario de aves, no, pero si agudizas el oído y te dejas llevar, descubrirás pequeñas sorpresas. No esperes ver aves exóticas revoloteando, pero la vida urbana alada está ahí, conviviendo con la nostalgia de un parque que ha visto pasar décadas.

Te sorprenderá escuchar el canto familiar de gorriones (suzume) que revolotean sin miedo entre los visitantes, quizás alguna urraca (kasasagi) planeando por encima de los tejados, o, si tienes suerte y el bullicio baja un poco, la dulce nota de un bulbul de orejas pardas (hiyodori) que se atreve a acercarse a los árboles más altos. Para tener una oportunidad real de escucharlos, busca los rincones menos transitados. Hay algunas zonas con bancos cerca de los pequeños jardines o arbustos que bordean el perímetro del parque. Siente el hormigón bajo tus pies, sí, pero también la frescura de la vegetación que se asoma. Quédate quieto, respira profundo y deja que el sonido del parque se convierta en un telón de fondo para los trinos más cercanos.

La mejor hora para los amantes de las aves es sin duda a primera hora de la mañana, justo cuando abren. La multitud aún no ha llegado en masa, y el aire está más fresco y tranquilo. Los pájaros están más activos buscando alimento y sus cantos son más audibles antes de que el ruido ambiental los ahogue. Intenta ir un día de semana si puedes, evitarás las aglomeraciones del fin de semana. No lleves prismáticos enormes, no es necesario. Con un poco de paciencia y atención, tus oídos serán tu mejor guía. No es un lugar para una observación profunda, sino para disfrutar de esos pequeños momentos inesperados de conexión con la naturaleza en medio del caos divertido.

Olya from the backstreets