¡Hola, amigo! Acabo de volver de Senso-ji en Tokio y tengo que contarte todo, es una locura de sensaciones. Imagina que empiezas a caminar por una calle principal, pero no es cualquier calle. Poco a poco, el sonido de los coches se desvanece y empieza a dominar un murmullo constante, como un río de voces. Es el sonido de la gente, sí, pero también es el tintineo de pequeñas campanas de recuerdo, el crepitar de algo que se fríe, el suave susurro de los kimonos. Y de repente, sientes el aire, de alguna manera diferente, más denso, cargado de algo antiguo. Es como si el lugar te abrazara antes de que lo veas, y te arrastrara hacia su corazón.
Sigues ese murmullo y, de pronto, te encuentras en Nakamise-dori. Es como si alguien hubiera puesto un filtro de color dorado sobre todo. A tu alrededor, el aroma dulce de los *mochi* recién hechos se mezcla con el toque salado de los *senbei* (galletas de arroz) y el olor inconfundible del té verde. No puedes ver a la gente, pero la sientes. Es un mar de cuerpos moviéndose, hombro con hombro, una danza lenta pero constante. A veces, sientes un roce suave en tu brazo, es una manga de kimono o la punta de una bolsa. Lo que me sorprendió es cómo, en medio de tanto bullicio comercial, la gente se mueve con una especie de respeto tácito, sin empujar, casi como si supieran que están en un camino sagrado. Eso sí, prepárate para los olores y los sonidos de la comida por todas partes; si buscas un silencio contemplativo aquí, no lo vas a encontrar.
Pasas por la imponente Puerta Hozomon, y el aire cambia de nuevo. Es como si el sonido se amortiguara un poco, y el aroma a incienso se hiciera más fuerte, más envolvente. Imagina que respiras profundamente y sientes ese humo dulce y terroso llenando tus pulmones, una sensación casi física de purificación. Aquí, el suelo bajo tus pies cambia, de asfalto a una especie de grava fina que cruje suavemente con cada paso. Puedes sentir el peso de la historia en el aire, una quietud que contrasta con el bullicio de la calle anterior. Lo que me sorprendió fue la escala del templo principal; no es solo grande, es *masivo*, y te hace sentir pequeño, una parte minúscula de algo mucho, mucho más grande.
A la izquierda del salón principal, te topas con el enorme quemador de incienso. La gente se acerca y sientes el calor que emana de él, como una brasa gigante. Puedes extender tus manos y sentir cómo el humo, espeso y fragante, te envuelve, supuestamente para purificarte y curar. Es una experiencia muy táctil. Luego, cerca, está la zona de los *omikuji*, los papeles de la fortuna. El sonido de los palos de bambú golpeando dentro de las cajas de metal es un tintineo rítmico. Metes la mano, sacas uno, y la pequeña vibración del papel en tus dedos es la única pista de tu destino. Es un momento muy personal, incluso con la gente a tu alrededor. Lo que no me gustó tanto es que, si te sale mala suerte, hay que atar el papel a una estructura cercana. Es un poco agridulce, ¿sabes?
Si te alejas un poco del bullicio central, detrás del templo, descubrirás un pequeño jardín japonés. Aquí, el sonido de la gente se diluye casi por completo, y lo que escuchas es el suave goteo del agua, el susurro de las hojas de los arces. El aire se siente más fresco, más húmedo, y puedes oler la tierra mojada y las plantas. Es un respiro, un contraste sorprendente. Y un consejo: si puedes, ve al atardecer. La luz sobre la pagoda de cinco pisos es mágica, y los farolillos se encienden, proyectando sombras largas y misteriosas. La temperatura baja un poco, y el ambiente se vuelve más íntimo, menos de postal y más de experiencia.
En resumen, Senso-ji es una avalancha para los sentidos. Prepárate para el ruido, los olores, la sensación de la multitud, y la calma sorprendente que puedes encontrar si buscas un poco más allá de lo obvio. Lo que realmente funciona es esa mezcla de lo sagrado y lo cotidiano, esa energía constante. Lo que quizás no me convenció del todo es que, a veces, la cantidad de gente y de tiendas te saca un poco de la atmósfera espiritual que esperas de un templo. Pero aun así, es un lugar que hay que vivir, que te envuelve, y que te deja con una sensación muy fuerte de haber estado en el corazón de algo muy, muy antiguo.
¡Un abrazo desde la carretera!
Olya from the backstreets