¿Sabes? Ginza, en Tokio, es mucho más que sus luces de neón y sus tiendas de lujo. Es un lugar que se siente, que te envuelve. Si yo te llevara de la mano por allí, empezaríamos justo en el corazón, en el famoso Cruce de las 4-chome. Imagina que llegas en metro, y al subir las escaleras, el sonido de la ciudad te golpea de repente: el murmullo de miles de conversaciones en japonés, el suave zumbido de los coches eléctricos que pasan, el tintineo de los campanarios del icónico edificio Wako. Sientes el asfalto firme bajo tus pies, vibrando ligeramente con el paso de la gente. El aire, aunque urbano, tiene un toque limpio y a veces, si hay suerte, un leve aroma a café que se escapa de alguna cafetería cercana. Es el pulso de Ginza, y lo sientes en cada poro de tu piel.
Desde allí, te guiaría para que giráramos y nos adentráramos en la Chuo Dori, la avenida principal. Aquí, el espacio se abre, y aunque los edificios son imponentes, no te oprimen. Puedes sentir la amplitud de las aceras, el flujo constante de gente moviéndose a un ritmo casi coreográfico. Si vas un fin de semana, la calle se cierra al tráfico y se convierte en un paraíso peatonal; la sensación es de libertad absoluta, de poder caminar sin prisas por donde normalmente rugen los motores. Mi consejo de amiga: no te agobies con la idea de tener que comprar algo caro. Simplemente déjate llevar por el ambiente, por los sonidos que se filtran de las boutiques, por el eco de tus propios pasos. Si tienes curiosidad, entra en un *depachika* (el sótano de comida de un gran almacén como Mitsukoshi o Ginza Six); el olor a delicias recién preparadas te embriagará, desde el dulce de los mochis hasta el salado del *tempura*. Es una experiencia sensorial en sí misma.
Después de la grandiosidad de la Chuo Dori, te invitaría a perdernos un poco por las calles secundarias, las que se desprenden de la avenida principal. Aquí, el bullicio se atenúa un poco, y los sonidos se vuelven más íntimos. Escucharás el suave tintineo de las puertas de alguna pequeña galería de arte, el murmullo discreto de una conversación en un bar escondido, o el aroma a incienso que se escapa de alguna tienda tradicional. Es en estas callejuelas donde Ginza te susurra sus secretos. Cerca de aquí, aunque no entremos, está el majestuoso Teatro Kabuki-za. Sientes su presencia, su historia. A veces, si tienes suerte, puedes escuchar el resonar de unos *geta* (zuecos de madera) de algún artista o espectador. No hay necesidad de ver la obra para sentir la tradición que emana de sus muros.
Para cambiar de perspectiva, te llevaría a Ginza Six, no tanto por las tiendas, sino por lo que tiene en lo alto. Mi truco: sube directamente a su jardín en la azotea. Es un oasis inesperado. De repente, el aire se siente más fresco, el ruido de la calle se disipa casi por completo y lo que escuchas es el leve susurro del viento entre los árboles y el canto de los pájaros que han encontrado refugio allí. Puedes sentir la brisa en tu cara mientras te asomas y la ciudad se extiende ante ti, un tapiz de edificios y tejados. Es el contrapunto perfecto a la energía de la calle, un momento para respirar y sentir la inmensidad de Tokio de una manera diferente.
Y para terminar, lo que guardaría para el final, cuando la luz del día empieza a teñirse de tonos más suaves y las luces de neón comienzan a encenderse, sería una experiencia culinaria. No tiene que ser de lujo extremo, pero sí algo que te dé una sensación de plenitud. Te guiaría a una de esas pequeñas barras de ramen o sushi escondidas en un sótano, donde el vapor de la sopa caliente te envuelve al entrar, y el sonido del chef cortando el pescado o el chisporroteo de la carne en la plancha se convierte en la banda sonora perfecta. Sientes el calor del cuenco en tus manos, el sabor umami en tu boca. Es la forma perfecta de asimilar Ginza, con todos tus sentidos, llevando contigo no solo lo que viste, sino lo que sentiste, escuchaste y probaste. Lo que sí te diría que saltaras, si no te interesa el lujo desmedido, son las galerías comerciales genéricas; céntrate en las experiencias que te hacen sentir que estás realmente en Japón.
Un abrazo desde el camino,
Olya from the backstreets