¿Has soñado alguna vez con un lugar donde el blanco lo es todo, donde el mar acaricia una costa que parece sacada de otro planeta? Pues deja que te cuente sobre la Playa Blanca de Santorini, un rincón que te abraza con su singularidad. Imagina esto: te acercas en barco, y el motor de la pequeña embarcación es lo único que rompe el silencio del mar Egeo. De repente, una pared imponente de acantilados blancos, lisos, casi pulidos, se alza ante ti. Sientes cómo el sol calienta tu piel, y el aire, fresco y salado, te llena los pulmones. No hay ruidos de coches, ni el bullicio de la gente; solo el suave chapoteo del agua contra el casco y el ligero crujido de la arena bajo tus pies cuando desembarcas. Es una experiencia que te envuelve, te aísla del mundo y te susurra que estás en un sitio especial.
Una vez allí, el tacto es el protagonista. Descalzo, sientes las pequeñas piedras volcánicas, suaves y redondeadas por la acción del mar, bajo la planta de tus pies. No es arena fina, sino una especie de mosaico natural que te masajea con cada paso. El agua es tan increíblemente transparente que puedes ver tus propios dedos al sumergirlos, incluso a varios metros de profundidad. Es fresca, pero no helada, y te envuelve como una seda líquida. Al nadar, sientes la ingravidez, la libertad de flotar en un azul tan intenso que parece irreal, con el blanco inmaculado de los acantilados reflejándose en la superficie, creando un juego de luces y sombras hipnótico que te invita a cerrar los ojos y simplemente *ser*.
Para llegar a este paraíso, olvídate del coche. La Playa Blanca solo es accesible por mar. Puedes tomar una excursión en barco desde el puerto de Akrotiri o desde la cercana Playa Roja. Hay barcos pequeños que hacen el trayecto de forma regular durante el día. Lleva contigo agua y algo para protegerte del sol, porque no hay servicios ni tiendas en la playa, solo la naturaleza en su estado más puro. Si puedes, ve a primera hora de la mañana o al final de la tarde; el sol ilumina los acantilados de una forma mágica y evitas las multitudes del mediodía. Unos buenos escarpines para caminar sobre las piedras no vendrán mal, aunque descalzo también se disfruta.
Mi abuela, que nació y creció en Santorini, siempre decía que la Playa Blanca era el "corazón puro de la isla". Contaba que, hace mucho tiempo, cuando la tierra todavía se estaba formando y los volcanes rugían, los dioses decidieron darle a Santorini un regalo especial para recordarle su origen. Y así, de las entrañas de la tierra, surgió esa roca blanca, tan inmaculada, tan diferente a todo lo demás. Decía que era un recordatorio de que, incluso después de las erupciones y los cambios, la isla siempre conservaría su esencia más pura y luminosa. Para ella, pisar esa playa era como tocar la historia misma de Santorini, sentir la fuerza y la belleza de su creación.
Así que, cuando estés allí, más allá de la vista, intenta sentir lo que te rodea. El eco del silencio, el susurro del viento entre los acantilados, la calidez del sol sobre tu piel y la frescura del agua que te abraza. Es una experiencia para sentirla con cada fibra de tu ser, para llevarte el blanco y el azul de Santorini grabados en tu memoria, no solo en tus fotos. Es un lugar que te pide que te detengas, que respires y que simplemente te dejes llevar por la magia de la isla.
¡Hasta la próxima aventura!
Lola de Viaje