¡Hola, exploradores! Hoy quiero llevaros a un rincón de Santorini que a menudo se pasa por alto, pero que para mí es pura magia: Pýrgos Kallístis. Aquí no hay prisas ni aglomeraciones, solo la auténtica esencia de la isla.

Imagina que tus pies se encuentran con la tierra. Al entrar en Pýrgos, lo primero que notarás es el suelo bajo ti. Aquí no hay calles amplias ni aceras lisas. En su lugar, sentirás las piedras. La mayoría de los caminos son adoquinados, pero no de forma uniforme. Hay adoquines grandes y planos que se sienten estables, pero también tramos con piedras más pequeñas, irregulares, que te piden que mires dónde pisas o que te fíes de tu equilibrio. Son caminos estrechos, a veces tan angostos que si extiendes los brazos, casi podrías tocar las paredes a ambos lados. Te guían con una suavidad engañosa, invitándote a seguir.

A medida que te adentras, esos caminos tejen una red. No son rectos; giran, suben y bajan con una lógica propia, como si la montaña misma los hubiera dictado. A veces, la pendiente es suave, apenas perceptible, y otras, sentirás un ascenso más pronunciado bajo tus pies, con escalones tallados en la propia roca o construidos con las mismas piedras irregulares. Escucharás tus propios pasos resonar suavemente en el silencio del pueblo, un eco que te acompaña entre las paredes encaladas. Sientes cómo el aire cambia de temperatura al pasar de un pasadizo soleado a una sombra fresca, y quizás captes el tenue aroma a jazmín o buganvillas que cuelgan de los muros. Estos pasajes te obligan a ir lento, a sentir cada giro, cada cambio de nivel, como si el pueblo te estuviera susurrando su historia.

Un consejo práctico para moverte por Pýrgos: lleva calzado cómodo y con buen agarre. Olvídate de tacones o sandalias resbaladizas. Necesitas algo que te dé estabilidad en las superficies irregulares y que te permita subir y bajar sin preocuparte por un resbalón. Los caminos, aunque encantadores, no están diseñados para sillas de ruedas o carritos de bebé; son escalonados y estrechos. Si tienes movilidad reducida, tenlo en cuenta. La mejor hora para explorarlo es a primera hora de la mañana o al atardecer, cuando la luz es más suave y las piedras no queman.

Estos caminos no solo te llevan de un punto a otro; te sumergen en la vida del pueblo. De repente, el pasillo se abre a una pequeña plaza, un "plateia" donde puedes sentir la brisa en tu cara y escuchar el murmullo lejano de una conversación. Luego, se estrecha de nuevo, llevándote entre casas tradicionales, algunas con puertas de madera antigua que invitan a la curiosidad. Sentirás la textura rugosa de las paredes encaladas si pasas la mano, y notarás cómo el sonido se amortigua o se amplifica según la apertura del espacio. Los caminos te empujan hacia arriba, hacia el punto más alto, donde el castillo veneciano te espera con vistas que te quitarán el aliento.

Caminar por Pýrgos es una experiencia sensorial completa, una danza con el tiempo y la tradición. No es solo un paseo; es un descubrimiento a cada paso, una conexión profunda con el corazón de Santorini.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

Hola, viajeros. Hoy te llevo a un lugar que a menudo se pasa por alto en Santorini, pero que para mí, tiene un alma especial: Pýrgos Kallístis. Si me preguntas cuándo se siente mejor, te diría que es al final de la primavera, justo antes de que el verano explote. Imagina esto: subes por sus callejuelas empedradas. El aire, aún fresco de la noche, trae un aroma sutil a jazmín y a tierra seca calentada por el sol de la mañana. No es el olor salino del mar que empapa Fira, sino algo más terroso, más íntimo. Puedes sentir el sol en tu piel, una calidez suave que no quema, solo acaricia. Escuchas el murmullo lejano de alguna conversación en griego, el tintineo de una campana de iglesia y, quizás, el suave roce de la brisa entre las buganvillas. Es una quietud que te envuelve, una paz que se siente en cada paso mientras tus pies se adaptan a las irregularidades de las piedras centenarias. No hay prisa, solo la invitación a explorar cada rincón.

En esos meses de finales de primavera, la multitud es un concepto diferente al que encontrarás en otros puntos de la isla. Aquí, en Pýrgos, no hay aglomeraciones que te empujen. Puedes extender los brazos sin tocar a nadie. Puedes detenerte, cerrar los ojos y simplemente *ser* sin sentir la presión de los demás. Hay gente, sí, pero son viajeros curiosos como tú, o locales que hacen su vida. Puedes oír sus pasos resonar suavemente, pero nunca son un estruendo. La temperatura es perfecta: unos 20-25 grados, el tipo de calor que te anima a subir y bajar sin sudar. Si el día está nublado, el pueblo toma una pátina más melancólica, los blancos se vuelven más grises y el silencio es aún más profundo, casi invitándote a la introspección. Pero cuando el sol brilla, cada esquina parece sonreír, las sombras bailan en las paredes y la vida se siente ligera, llena de una energía cálida y acogedora.

Si vas, un consejo rápido: la mejor forma de explorar es simplemente perderte. No busques un mapa, solo sigue tus instintos. El castillo veneciano está en lo alto, obviamente, y las vistas desde allí son espectaculares, pero el encanto real está en los pasadizos. Hay varias bodegas cerca que merecen una visita si te gusta el vino local, como Santo Wines o Venetsanos, aunque no están en el centro del pueblo. Para comer, busca alguna de las pequeñas tabernas locales que no están en la plaza principal; la comida suele ser más auténtica y los precios, más razonables. Y sí, lleva calzado cómodo porque las calles son empinadas y empedradas. No hay mucho transporte público directo al corazón del pueblo, así que prepárate para caminar desde la parada de autobús o considera un taxi si no quieres líos.

Max in motion

¡Amigos viajeros! Si hay un lugar en Santorini que te abraza con su alma, ese es Pyrgos. Imagina que llegas, y lo primero que te envuelve es el aroma a tierra seca calentada por el sol, mezclado con el dulzor de alguna flor silvestre que se aferra a las viejas paredes de piedra. No hay el bullicio de otros pueblos; aquí, lo que escuchas es el murmullo del viento que se cuela por los callejones, el suave tintineo de una campana lejana y, sobre todo, un silencio profundo que te invita a respirar. Tus manos rozan la piedra antigua, rugosa y cálida, mientras tus pies sienten el empedrado irregular bajo ellos. Es una sensación de paz, de estar en un lugar que ha visto mucho, pero que ha sabido mantener su esencia.

A medida que te adentras, tus pies encuentran el ritmo en las callejuelas empinadas y estrechas. Sientes cómo el camino serpentea, subiendo suavemente, guiándote a través de pasadizos secretos y arcos bajos que te invitan a inclinarte. El aire se vuelve más fresco conforme asciendes, y puedes percibir la brisa marina que, aunque lejana, te trae el olor salino del Egeo. Es como si el pueblo mismo te envolviera en un abrazo protector, llevándote cada vez más alto. Sientes la amplitud del cielo sobre ti, la inmensidad del espacio que se abre a tu alrededor, incluso sin poder verlo. La luz del sol acaricia tu piel, cálida y reconfortante, mientras el silencio te acompaña, solo roto por el eco de tus propios pasos.

Mi abuela solía decir que Pyrgos es el corazón antiguo de la isla, el que nunca se vendió. Cuando los piratas atacaban, la gente no corría a la orilla buscando escapar, sino que subía a Pyrgos. Aquí, entre estos muros fortificados, se guardaron las historias, las recetas, la verdadera esencia de Santorini. Era el lugar donde la vida continuaba, protegida, auténtica, mientras el resto de la isla temblaba. Ella decía que, si escuchas con atención, aún puedes sentir la resiliencia de aquellos que construyeron sus vidas aquí, piedra a piedra, protegiendo lo que más querían.

Para llegar a Pyrgos, puedes tomar un autobús local desde Fira; son frecuentes y te dejarán en la base del pueblo. Si te sientes con más energía, un quad o un coche de alquiler te dan más libertad, pero ten en cuenta que el centro es peatonal. El mejor momento para visitarlo es temprano por la mañana, antes de que el sol pegue con fuerza y la gente empiece a llegar; así sentirás la tranquilidad y la luz suave sobre las casas. O bien, ve al final de la tarde, justo antes del atardecer, para experimentar cómo la luz cambia y el pueblo se tiñe de tonos dorados, pero sin la aglomeración de otros puntos de la isla.

Una vez allí, la clave es no planear demasiado. Lo más gratificante es simplemente perderse. Deja que tus pies te guíen por los callejones, subiendo hasta el Kastro (el castillo fortificado) en la cima. No hay un "must-see" específico más allá de la estructura general del pueblo. Busca una pequeña taberna familiar, a menudo con mesas en terrazas escondidas. Pide una *fava* (puré de guisantes partidos) con aceite de oliva local y alcaparras, o unos *domatokeftedes* (buñuelos de tomate). Siente la textura suave del puré, el sabor intenso de los tomates. Encuentra un rincón tranquilo, bajo la sombra de un árbol o un arco, y simplemente escucha el silencio. Es un lujo que pocos lugares ofrecen hoy en día.

Olya desde el Callejón

¡Hola, exploradores del alma! Si ya conoces el azul eléctrico y las multitudes de Santorini, déjame llevarte a un rincón donde la isla respira diferente, donde el tiempo se estira y el corazón se sosiega: Pyrgos Kallistis. Imagina que bajas de tu medio de transporte y, de repente, el bullicio se disipa. Aquí, el aire es más fresco, quizás con un leve aroma a jazmín que trepa por alguna pared antigua. Sientes la brisa suave acariciando tu piel, diferente al viento de la caldera. Es como si la isla te invitara a un abrazo más íntimo, un secreto susurrado entre callejones de piedra.

Mientras te adentras en el pueblo, tus pies reconocen el suave ascenso. Los caminos no son las escaleras pulcras de Oia, sino senderos adoquinados y empedrados que te guían con una cadencia propia. El lugar donde tu mano instintivamente buscará la cámara, o donde tu mente querrá capturar cada detalle, es justo al inicio de la subida principal, antes de llegar a la plaza central. Aquí, el pueblo empieza a revelarse: un laberinto de casas tradicionales de tonos tierra y cal, cúpulas azules y campanarios ocres que se apilan suavemente sobre la colina. A tu alrededor, la vida transcurre con una calma palpable. Quizás oigas el suave repique de una campana lejana o el murmullo de una conversación en griego que se pierde en el viento. Puedes tocar las paredes rugosas y sentir la historia en cada piedra.

Para capturar la esencia de Pyrgos con la luz perfecta, el final de la mañana o la primera hora de la tarde son ideales. No las horas doradas que tanto se persiguen en otros puntos de la isla, sino un momento en que el sol ilumina las fachadas sin quemar los detalles, creando sombras suaves que realzan la textura del pueblo. La luz es limpia, permitiéndote ver los matices del blanco y la calidez de los tonos tierra. El ambiente es sereno, el pueblo aún no se ha llenado de visitantes y puedes sentir la autenticidad de sus habitantes. Es el momento en que la luz te invita a contemplar, no solo a mirar.

Pero no te quedes solo en esa primera vista. Mientras sigues subiendo hacia el castillo y el monasterio de Profitis Ilias, te encontrarás con arcos que enmarcan el mar a lo lejos, pequeñas iglesias escondidas con puertas de colores vibrantes y miradores improvisados entre las casas. Cada curva del camino es una nueva oportunidad para un encuadre. Busca los detalles: una maceta de geranios rojos sobre un muro encalado, un gato dormitando en un escalón, una puerta de madera vieja con herrajes de hierro forjado. Estos son los verdaderos tesoros fotográficos de Pyrgos, los que te cuentan la historia de un lugar vivido, no solo visitado.

Y una vez que hayas saciado tu ojo, guarda la cámara. El verdadero encanto de Pyrgos no está solo en lo que ves, sino en lo que sientes. Busca una pequeña taberna local, siéntate a la sombra de un árbol y pide un café griego o una copa de vino de la tierra. Deja que el sonido del viento y las voces bajas de los lugareños te envuelvan. Aquí no hay prisas, no hay necesidad de correr de un punto a otro. Simplemente, sé. Siente el calor del sol en tu piel, el sabor de la comida auténtica y la innegable sensación de que, por un momento, eres parte de este lugar. Pyrgos es para saborear, no para devorar.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

¡Hola, amigo! Acabo de volver de Pyrgos, en Santorini, y tengo que contarte. Si solo has visto fotos de Oia o Fira, prepárate, porque Pyrgos es otra historia.

Imagina que tus pies, cansados de tanto hormigón, de repente tocan un empedrado antiguo, irregular, que te obliga a mirar dónde pisas. El sol de Santorini te abraza, pero aquí, entre los callejones estrechos y las casas de piedra, encuentras bolsillos de sombra fresca que son un alivio. No hay el bullicio constante, el murmullo de cientos de turistas hablando a la vez. En su lugar, escuchas el suave tintineo de una campanita de iglesia que el viento trae de lejos, o quizás el canto de un gallo. El aire huele diferente: a tierra seca, a hierbas silvestres calentadas por el sol, y a veces, a ese aroma dulce y denso de las buganvilias. Te sientes como si hubieras retrocedido en el tiempo, en un pueblo que respira su propia historia con calma.

Mientras caminas hacia arriba, hacia el Kasteli, la sensación de estar en un lugar vivido, no solo visitado, se intensifica. Tus dedos rozan paredes de piedra áspera y envejecida, sientes la calidez del material bajo tus manos. De repente, sales de un pasadizo y la vista se abre: un mar azul infinito, la caldera a lo lejos, y un silencio que te envuelve. Lo que más me sorprendió fue esa quietud, esa autenticidad. Es el lugar perfecto si buscas un atardecer mágico sin la aglomeración de Oia. Puedes encontrar un rincón en la cima, sentir la brisa en tu cara mientras el sol se sumerge, y la única "música" es el viento y tus propios pensamientos. Es una experiencia mucho más íntima y real.

Pero seamos honestos, no es para todos. Si buscas discotecas, tiendas de lujo o el ajetreo típico de un destino turístico masivo, Pyrgos no es tu sitio. Hay restaurantes y cafeterías encantadoras, sí, pero la oferta es más limitada y local. Vas a necesitar calzado cómodo, muy cómodo, porque las subidas son pronunciadas y las calles empedradas te harán sentir cada paso. No esperes encontrar taxis en cada esquina; la idea es caminar y perderse. Es un lugar para ralentizar el ritmo, para saborear la tranquilidad y para conectar con la esencia de la isla sin filtros. Es un pueblo para *vivirlo*, no solo para *verlo*.

Leo del Camino.

¡Hola, exploradores! Hoy nos perdemos por las callejuelas de Pyrgos, un rincón de Santorini que me tiene el corazón robado. Imagina esto: subes por un camino empedrado, gastado por siglos de pasos, y sientes el calor del sol en tu piel. A tu alrededor, el silencio solo se rompe por el murmullo lejano del viento, el canto de algún pájaro y, quizás, el tintineo de una campana de iglesia. El aire huele a jazmín y a tierra seca, con ese toque salado que solo el Mediterráneo puede dar. Caminas entre casas encaladas que parecen fundirse con la roca, y tus dedos rozan las paredes rugosas, sintiendo la historia en cada grieta. De repente, una ráfaga de aire te trae el aroma de la comida casera de una taberna cercana, y sabes que estás exactamente donde debes estar: en el corazón auténtico de la isla.

Pero Santorini, con toda su belleza, también tiene sus desafíos, especialmente si la movilidad es una preocupación. Sus cuestas empinadas y sus escaleras infinitas pueden ser un obstáculo para muchos. Si necesitas una silla de ruedas o un scooter para moverte por Pyrgos y sus alrededores, la buena noticia es que la isla es consciente de estas necesidades, aunque la solución no siempre esté a la vista en cada esquina del pueblo.

Para alquilar una silla de ruedas o un scooter cerca de Pyrgos, lo más práctico es saber que la mayoría de las empresas especializadas no tienen una oficina física *en* Pyrgos mismo. Sus bases suelen estar en ciudades más grandes como Fira o Kamari. Sin embargo, no te preocupes: estas empresas ofrecen un servicio de entrega y recogida directamente en tu alojamiento en Pyrgos. Es increíblemente conveniente y te ahorra mucho estrés. Lo ideal es contactar con ellos con antelación, sobre todo si viajas en temporada alta (de junio a agosto), cuando la demanda es mayor y el stock puede agotarse.

La disponibilidad suele ser buena si reservas con tiempo. En cuanto a los costes, una silla de ruedas manual puede rondar los 10-20€ por día, mientras que un scooter eléctrico o una silla motorizada suelen costar entre 30-50€ o más, dependiendo del modelo y la duración del alquiler. Siempre pide un presupuesto claro que incluya la entrega y la recogida. Si te sientes un poco perdido, un truco que siempre funciona es hablar con el personal de tu hotel o alojamiento en Pyrgos. Ellos son verdaderos expertos locales, conocen a los proveedores más fiables y, a menudo, pueden hacer los arreglos por ti, facilitándote mucho el proceso. ¡No dudes en pedirles ayuda!

Con cariño desde la carretera,

Léa from the road

¿Te preguntas qué se *hace* en Pyrgos, Santorini? Olvídate del bullicio de Fira o la postal perfecta de Oia. Aquí, la experiencia es otra. Desde el momento en que llegas, sientes una calma diferente. Imagina el aire, más denso, quizás con un ligero olor a tierra seca y a las hierbas que crecen en las laderas. Tus pasos, al bajar del autobús o aparcar, resuenan de una manera que en otros pueblos de la isla se perdería en el murmullo de la gente. Es un eco que te invita a la introspección, a ir despacio. Sientes el sol en la piel, pero también la promesa de sombras frescas entre las callejuelas.

Una vez dentro, te pierdes, pero de la mejor manera posible. No hay grandes letreros ni un camino obvio. Simplemente, te dejas llevar por los callejones estrechos y empedrados. Escuchas el suave roce de tu ropa contra las paredes encaladas, que se sienten ligeramente ásperas al tacto. A veces, un gato perezoso se estira al sol y te mira con indiferencia antes de seguir con su siesta. El silencio es casi total, roto solo por el lejano tañido de una campana de iglesia o el suave murmullo de una conversación en una taberna escondida. Cada giro revela una nueva perspectiva, un arco de piedra, una puerta de un azul intenso que contrasta con el blanco puro.

Poco a poco, casi sin darte cuenta, empiezas a ascender. Sientes el esfuerzo en tus piernas mientras subes las escaleras irregulares, a veces pulidas por el paso de siglos, a veces con la textura rugosa de la piedra recién tallada. El aire se vuelve un poco más fresco a medida que ganas altura. De repente, entre dos casas, se abre una ventana natural y ves el mar Egeo extendiéndose hasta el horizonte. El viento te acaricia la cara, trayendo el olor salado del mar. Este ascenso no es solo físico; es un viaje hacia el corazón de la isla, hacia su pasado más auténtico.

Finalmente, llegas a la cima, al castillo veneciano. No es una fortaleza imponente, sino las ruinas de un asentamiento que se ha fundido con el pueblo. Aquí, de pie entre los restos de muros antiguos, el silencio es casi absoluto. Puedes cerrar los ojos y sentir el viento rodeándote por completo, como si fueras la única persona en el mundo. Al abrirlos, la vista es sencillamente abrumadora: la caldera de Santorini se extiende majestuosa bajo tus pies, con sus islas volcánicas y el mar azul intenso. Puedes distinguir los pueblos lejanos, blancos como motas de sal, y la inmensidad del cielo. Es una sensación de paz profunda, de estar en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido.

Ahora, lo práctico. Para llegar, lo más fácil es tomar el autobús local desde Fira (es un trayecto corto y barato) o un taxi. Si alquilas coche o moto, hay aparcamiento justo a la entrada del pueblo, pero no intentes meterte con él en las calles estrechas. Ve con calzado cómodo, de verdad. Las calles son empedradas y empinadas, así que olvídate de las sandalias de tacón. La mejor hora para visitarlo es a última hora de la tarde, para ver el atardecer desde la cima, o a primera hora de la mañana, cuando el pueblo está casi vacío y la luz es suave. No busques grandes restaurantes turísticos; busca una pequeña taberna local y déjate llevar por los sabores auténticos.

Cuando te marches de Pyrgos, no te llevarás solo fotos bonitas. Te llevarás la sensación de haberte conectado con algo más profundo, con el latido tranquilo de Santorini. Te quedará el recuerdo del silencio, del viento en tu piel y de la vista infinita. Es un lugar que se siente, que se vive con cada sentido, y que se graba en la memoria mucho después de que tus pasos hayan dejado de resonar en sus calles.

Un abrazo desde el camino,

Olya from the backstreets

Pyrgos, Santorini. Imagina que el sol de Santorini te abraza suavemente, no con la prisa de Oia o Fira, sino con la calma de un pueblo que respira historia. Tus pies se hunden un poco en el polvo de los caminos, luego encuentran la firmeza del empedrado antiguo. Sientes el calor residual de las piedras bajo la suela de tus zapatos, mientras el aire, sorprendentemente fresco a pesar del mediodía, te acaricia la piel. Aquí, el silencio es casi tangible, solo roto por el murmullo lejano de alguna voz, el suave repiqueteo de un campanario o el batir de alas de una paloma que levanta el vuelo. Es un lugar para sentir, para dejar que el tiempo se estire a tu alrededor.

Mientras tus pies se acostumbran al empedrado irregular que serpentea entre las casas, te detienes un momento. No lo verás en ninguna guía, pero si cierras los ojos y respiras hondo, sentirás algo que te conecta con la verdadera esencia de la isla: el inconfundible aroma del tomillo silvestre y el orégano secándose al sol, mezclado con un ligero toque terroso, casi de animal, que el viento trae desde las laderas. Y si afinas el oído, más allá del susurro del viento, escucharás el tintineo rítmico y metálico de una campana de cabra, no una, sino varias, en la distancia, subiendo y bajando por las colinas. Es el latido discreto de la vida rural griega, un secreto que el pueblo te susurra si le prestas atención.

Desde este punto, te animo a que te adentres en el Kastro, el castillo veneciano que corona Pyrgos. No hay grandes escaleras ni pasillos pomposos; es más bien un laberinto de casas construidas unas sobre otras, formando muros defensivos. Sientes la textura rugosa de las paredes encaladas bajo tus dedos mientras te abres paso por pasajes estrechos y arcos bajos. Es crucial llevar calzado cómodo y antideslizante; las piedras están pulidas por siglos de pisadas y pueden ser resbaladizas. No te preocupes por perderte; cada callejón te llevará a una nueva perspectiva del pueblo o a una vista impresionante de la isla.

Cuando el hambre apriete, aléjate de las pocas terrazas con vistas obvias. Busca una de las tabernas locales más pequeñas, escondidas en alguna placita. No tienen la mejor vista de la caldera, pero sí la mejor comida casera. Prueba los tomatokeftedes (buñuelos de tomate) o la fava (puré de guisantes amarillos), son delicias sencillas y auténticas. El mejor momento para visitar Pyrgos es al atardecer; verás el sol teñir de naranja y rosa las casas blancas, y tendrás una puesta de sol espectacular sin las aglomeraciones de Oia.

Llegar a Pyrgos es sencillo. Puedes tomar un autobús local desde Fira, que es económico y te dejará en la entrada del pueblo. Si prefieres más comodidad, un taxi te llevará directamente. Si tienes la oportunidad, considera alquilar un quad o un coche para explorar los alrededores, como los viñedos cercanos o el Monasterio de Profitis Ilias, que ofrece las vistas más altas de toda Santorini. Pyrgos es el contrapunto perfecto a la bulliciosa costa, un recordatorio de que Santorini es mucho más que sus acantilados volcánicos y sus atardeceres famosos. Es un lugar para sentir la isla con el corazón.

Olya from the backstreets

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar mágico en Santorini: Pyrgos Kallistis. No es el pueblo más famoso, pero para mí, tiene un alma especial, un latido que solo sientes si te dejas llevar. Imagina que subimos juntos por sus callejuelas. Sientes el aire limpio, un poco salado del mar, mezclado con el dulzor de alguna flor que cuelga de un balcón. Escuchas el murmullo de la brisa entre las buganvillas y el eco lejano de alguna campana. A medida que avanzas, tus pies empiezan a notar la irregularidad del suelo. Aquí, las calles son un laberinto de piedras antiguas, algunas pulidas por siglos de pasos, otras sobresaliendo más de lo que esperas. Es como un baile constante con el terreno. Presta atención a cada pisada, siente la forma de la piedra bajo tu zapato, porque un escalón inesperado o una baldosa levantada pueden hacerte perder el equilibrio. No te alarmes, solo sé consciente de dónde pones tus pies para que puedas disfrutar de la quietud y la belleza que te rodea.

Y hablando de superficies, prepárate para la posibilidad de suelos resbaladizos. El mármol y la piedra caliza blanca de Pyrgos son preciosos, pero cuando están húmedos por una lluvia repentina o simplemente cubiertos por el polvo fino que levanta el viento, pueden volverse traicioneros. Piensa en cómo se siente el hielo bajo tus pies; esa pequeña tensión en los tobillos cuando el pie no se agarra bien. Es una sensación sutil, pero está ahí. Por eso, mi consejo más honesto es que elijas un calzado con buena suela, que te dé seguridad. Olvídate de las chanclas o los tacones finos si quieres explorar a fondo. Quieres sentirte firme, con cada paso seguro, para poder levantar la cabeza y percibir el calor del sol en tu piel o el olor a café recién hecho que sale de una taberna cercana, sin preocuparte por una caída.

Ahora, cambiemos de terreno y hablemos de la gente. Pyrgos es tranquilo, pero como en cualquier lugar con encanto, a veces te encontrarás con personas que intentan aprovecharse. No es algo que te quite el sueño, pero es bueno estar alerta. Imagina que estás paseando, quizás te detienes a sentir la textura fría de una pared antigua o el calor de una barandilla de hierro forjado. De repente, escuchas una voz amigable que se acerca demasiado, quizás sientes una mano que te guía hacia una tienda o te ofrece algo "especial". Es esa sensación de que algo no encaja, una pequeña punzada de incomodidad en el estómago. Confía en tu instinto. Si una oferta suena demasiado buena para ser verdad, si te presionan para comprar algo o te piden dinero de forma inusual, es probable que no sea lo que parece. Mantén tus pertenencias cerca, y si alguien te distrae, siente cómo tus manos se aferran a tu bolso o mochila. Es como ese pequeño tirón en el hombro que te dice: "atención".

Al final del día, la clave para disfrutar de Pyrgos, con todos sus encantos y sus pequeños desafíos, es la conciencia plena. Siente el viento en tu cara, el sol en tus brazos, el aroma a jazmín que te envuelve. Pero al mismo tiempo, sé consciente del suelo bajo tus pies, del espacio a tu alrededor y de las interacciones con la gente. Pyrgos es un regalo para los sentidos, un lugar donde el tiempo parece detenerse. Solo tienes que estar presente, con todos tus sentidos despiertos, para que tu aventura sea segura y memorable.

¡Hasta la próxima ruta!

Léa en el camino

¿Sabes? Cuando la gente piensa en Santorini, suele imaginarse las cúpulas azules de Oia y el bullicio de Fira. Pero te voy a contar un secreto, uno que los amantes de las aves, y en realidad, cualquiera que busque la verdadera alma de la isla, deberían conocer: Pyrgos Kallistis. Imagina que te alejas del murmullo constante de la caldera. El aire aquí es diferente, más fresco, más silencioso. Puedes sentir la brisa jugar con tu pelo, trayendo el suave aroma a tierra seca y a la sal del mar lejano. Y entonces, lo escuchas: no es el ruido de un quad, sino un canto. Un silbido rápido, casi acrobático. Son los vencejos, esos pequeños aviadores que dominan el cielo de Pyrgos. Los oirás zumbando y girando alrededor de las torres de las iglesias y los viejos campanarios, sus vuelos son como pinceladas invisibles en el aire. Para un amante de las aves, Pyrgos es un respiro, un lugar donde el sonido de la naturaleza no se ahoga.

Para encontrarlos y sentir esa quietud, busca las callejuelas que suben hacia el Kasteli, la antigua fortaleza veneciana en la cima del pueblo. Aquí, entre los muros de piedra centenarios y las ruinas, el bullicio se desvanece por completo. Puedes apoyar tu mano en la piedra calentada por el sol y sentir su aspereza. Quédate quieto en cualquier pequeño recoveco, o en los patios de las iglesias más alejadas del centro, donde hay algún árbol o arbusto. No esperes ver pavos reales ni loros exóticos; aquí la belleza está en lo sutil. Además de los vencejos, que son los protagonistas aéreos, escucharás el piar constante de los gorriones que revolotean entre los geranios y las buganvilias. Si eres paciente y miras hacia las zonas más verdes, quizás en los pequeños olivares que rodean el pueblo, podrías distinguir el canto más elaborado de alguna curruca o el trino alegre de un jilguero. Y si alzas la vista al cielo, especialmente en las horas más tranquilas, podrías incluso ver la silueta de un cernícalo, planeando en busca de su presa.

El mejor momento, sin duda, es al amanecer. El pueblo aún duerme, el aire es nítido y la luz del sol naciente tiñe las paredes de ocre y rosa. En ese momento, el coro de los pájaros es más activo y sus cantos resuenan sin interrupción. Puedes sentir el rocío en el aire y la frescura de la mañana antes de que el sol caliente la piedra. Otra opción excelente es al final de la tarde, cuando el sol empieza a descender y el calor del día disminuye. Los vencejos vuelven a ser muy activos, y la luz cálida lo envuelve todo en una atmósfera mágica. Es un momento perfecto para sentarse en un banco de piedra, cerrar los ojos y simplemente escuchar. No necesitas un equipo sofisticado, solo tus sentidos abiertos y la paciencia de un amigo que espera. La experiencia en Pyrgos es menos sobre "ver" y más sobre "sentir" la vida al ritmo de la naturaleza.

Olya desde los callejones.