¡Hola, amigos! Acabo de volver de Chora, el corazón de Mykonos, y tengo que contártelo todo, es como si te lo estuviera mandando en un audio. Imagina esto: bajas del ferry y, de repente, el aire cambia. No es solo el olor a salitre del mar, sino una mezcla suave de jazmín y algo dulce, como si alguien estuviera horneando cerca. Caminas y la primera cosa que te envuelve es el blanco. No es un blanco cualquiera, es un blanco cegador que rebota la luz del sol, casi doloroso al principio, pero que luego te acaricia la piel. Escuchas el suave murmullo de las olas chocando en la orilla cercana, mezclado con el zumbido distante de un motor de scooter y el tintineo de copas. Te adentras en sus callejones, y sientes bajo tus pies el empedrado irregular, pulido por miles de pasos. Es un laberinto, y te pierdes, pero de una forma deliciosa, sabiendo que cada esquina te revelará un nuevo rincón de ese blanco y azul intenso.
Mientras te adentras más, el sonido cambia. El bullicio principal se desvanece un poco, y empiezas a escuchar el ronroneo de un gato callejero que se estira al sol, el suave rasgueo de una guitarra lejana o una conversación en griego que no entiendes pero que te envuelve. Las paredes encaladas son frescas al tacto, un alivio del sol, y si pasas la mano por ellas, sientes la textura áspera de la cal. Algunas tienen buganvillas que se desbordan, y si te acercas, hueles su dulzor. Te sorprenderá encontrar pequeñas capillas escondidas, diminutas, con sus cúpulas rojas o azules, donde el silencio es casi absoluto, roto solo por el viento. Es en esos rincones donde Mykonos te susurra sus secretos, lejos del glamour de las postales.
Ahora, hablemos de cómo moverte. Mykonos Town es para caminar, sin duda. Olvídate de los coches o motos dentro del centro, es imposible. Lleva calzado cómodo, porque las calles son empedradas y resbaladizas si llueve, aunque lo normal es que no. Si quieres disfrutarla de verdad, ve por la mañana temprano, justo después del amanecer, cuando la ciudad aún duerme y el sol empieza a calentar las paredes. O al atardecer, antes de que se llene por completo. A partir de las 6 de la tarde, el centro se convierte en un hervidero de gente, y si no te gustan las multitudes, puede ser agobiante.
En cuanto a la comida, ten cuidado. Es fácil caer en trampas para turistas con precios inflados y comida mediocre. Mi consejo: busca las pequeñas 'tavernas' un poco apartadas de las plazas principales. A menudo tienen menús más auténticos y precios más razonables. Prueba el 'gyros', por supuesto, pero también busca pescado fresco en los restaurantes de Little Venice. El 'kopanisti' (un queso picante) y las 'louza' (salchichas curadas) son especialidades locales que vale la pena probar. Y para beber, el ouzo o un buen vino blanco griego son un acierto.
Prepárate para los precios. Mykonos es cara, no hay forma de endulzarlo. Una botella de agua en un lugar turístico puede costarte el triple que en un supermercado. Si tu presupuesto es ajustado, busca mercados pequeños o panaderías para desayunar y cenar, y guarda los restaurantes para una o dos comidas especiales. La vida nocturna es legendaria, sí, y la música de los bares empieza a sonar fuerte al caer la noche. Si buscas fiesta, la encontrarás. Pero si no es lo tuyo, la buena noticia es que siempre puedes encontrar un rincón tranquilo en una callejuela apartada o un bar con música más suave, solo hay que buscar un poco.
Mykonos es una contradicción encantadora. Es ruidosa y tranquila, cara y simple, turística y auténtica, todo a la vez. Lo que más me sorprendió fue cómo puedes pasar de la locura de un bar a la paz de un callejón en cuestión de segundos. Te deja una sensación de haber vivido algo vibrante y, a la vez, muy íntimo. Es una isla que te pide que la sientas, no solo que la mires. Y te aseguro, una vez que la has sentido, no la olvidas.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets