¿Qué haces en la Columna de Orlando en Dubrovnik? Mira, no es un sitio para *hacer* cosas en el sentido tradicional. Es un lugar para *sentir*. Imagina que caminas por el Stradun, la arteria principal de la Ciudad Vieja. El suelo bajo tus pies es liso, pulido por siglos de pisadas, como un mármol fresco. Escuchas el murmullo constante de voces, el eco de pasos, el tintineo ocasional de una cuchara en una taza de café que se escapa de alguna de las terrazas a tu izquierda. El aire huele a sal del Adriático mezclada con el dulzor de los helados y, a veces, el aroma tostado del café recién hecho. Sigues avanzando, y de repente, el espacio se abre. Sientes cómo el sonido se expande, la brisa te golpea de otra manera. Has llegado a la Plaza Luža, el corazón palpitante de Dubrovnik, y justo en el centro, sientes su presencia.
Ahí está: la Columna de Orlando. No es un edificio, ni una ruina, sino una figura solitaria y robusta que se alza en medio de todo. Si extiendes la mano, sentirás la piedra fría, tallada con una paciencia que hoy apenas podemos concebir. Es una columna gótica, sí, pero lo que te importa es la sensación de su altura, la manera en que domina el espacio sin agobiarlo. En su parte superior, tallada en la misma piedra que sientes, está la figura de un caballero. Puedes imaginar su armadura, la espada en su mano, la mirada fija hacia el este, como si aún protegiera la ciudad. No hay escaleras, no hay puertas. Solo su presencia, sólida y silenciosa, recordándote que estás en un lugar con una historia muy, muy larga.
Lo que la gente *hace* aquí es vivir el momento. Te detienes. Quizás te apoyas un momento en su base, sintiendo el leve temblor del suelo por el ir y venir de la gente. Escuchas las conversaciones en mil idiomas, el repique de las campanas de la iglesia cercana, el ocasional acordeón de un músico callejero que impregna el aire. Es un punto de encuentro natural. "Nos vemos en Orlando", dirán. Y es que su presencia es tan icónica que se convierte en un faro. Sientes el sol en tu cara, las palomas revoloteando y el constante ir y venir de la vida. Es un lugar para observar, para respirar hondo y para darte cuenta de que eres parte de un flujo continuo de personas que han estado en este mismo lugar durante siglos.
Si quieres sentirla sin el bullicio, mi consejo es ir a primera hora de la mañana. Antes de las 9, la plaza está casi vacía y puedes tocar la columna, sentir su textura sin prisas, y escuchar solo el eco de tus propios pasos. Es el momento perfecto para una foto si te apetece, pero sobre todo, para una conexión más íntima con el lugar. Está justo enfrente de la Iglesia de San Blas y al lado de la Torre del Reloj, así que no tiene pérdida. Hay un par de bancos cerca si necesitas sentarte y simplemente absorber la atmósfera.
Y al final, lo que te llevas de la Columna de Orlando es la sensación de anclaje. De que, a pesar de todo lo que ha pasado en Dubrovnik a lo largo de los siglos, este punto, esta figura de piedra, ha permanecido inamovible. Es un símbolo de la resiliencia de la ciudad, de su espíritu indomable. Cuando pones la mano sobre su fría superficie, sientes un hilo invisible que te conecta con los mercaderes, los marineros, los artistas y los ciudadanos que se han reunido aquí durante quinientos años. Es la columna vertebral de la Ciudad Vieja, y sentirla es como sentir el pulso de la historia.
Clara del camino