Imagínate que estás en Estambul, el bullicio de Sultanahmet te envuelve por completo. De repente, te desvías un poco de la calle principal, y el aire cambia. Sientes una frescura inesperada, como si la tierra misma respirara hondo. Hay una pequeña entrada, casi discreta, por donde la multitud se filtra. Es fácil de encontrar, justo al lado de Santa Sofía. Normalmente hay cola, sí, pero suele avanzar rápido. Ten tu entrada a mano, o mejor aún, cómprala online con antelación para ahorrar tiempo.
Bajas unos escalones de piedra, y es como si el tiempo se ralentizara. El sonido de la calle se apaga por completo, reemplazado por un silencio húmedo y un eco lejano que resuena en la oscuridad. El aire se vuelve más denso, fresco, con un ligero aroma a humedad y a piedra antigua. Tus ojos, o mejor dicho, tu cuerpo entero, se acostumbra a la penumbra. Los escalones son amplios y firmes, no hay prisa. Tómate tu tiempo para sentir el cambio de temperatura y la atmósfera que te envuelve.
Y entonces, lo sientes: el espacio. Es inmenso, vasto, como una catedral subterránea. Escuchas el goteo constante del agua, un sonido rítmico que te envuelve, creando una atmósfera casi meditativa. Puedes sentir el frío de la piedra bajo tus pies a través del calzado si te concentras. Las luces bajas, anaranjadas, proyectan sombras largas y danzantes sobre las cientos de columnas que se alzan desde el agua. Es como un bosque petrificado bajo tierra, un misterio que se revela lentamente. Hay pasarelas elevadas que te permiten recorrer todo el perímetro cómodamente, sigue el flujo de la gente para no perderte nada.
Mientras avanzas, notarás que algunas de estas columnas son diferentes. En un rincón, sientes la densidad de la multitud que se agolpa, y si te acercas, la temperatura parece bajar un poco más. Allí están las bases de Medusa: dos cabezas invertidas, la piedra lisa y fría bajo tus dedos si las rozaras. Transmiten una energía antigua, casi mística, y te preguntas por qué están allí. Un poco más adelante, busca la "columna llorona", siempre húmeda al tacto, donde la gente suele dejar caer una moneda. Las Medusas están al fondo a la izquierda del recorrido principal, y la columna llorona, un poco antes, tiene una forma distintiva y siempre está un poco mojada.
El agua, que te acompaña durante todo el recorrido, es turbia, oscura, y en ella, si te fijas bien, verás peces nadando en silencio, como guardianes de este lugar oculto. El reflejo de las columnas en la superficie del agua crea una ilusión de profundidad infinita, un mundo invertido. Es un lugar que te hace sentir pequeño, pero a la vez conectado con algo muy, muy antiguo. Una sensación de paz, casi reverencia, te invade. No está permitido tocar el agua ni arrojar objetos, es un ecosistema delicado y un monumento histórico.
Cuando empiezas a subir los escalones de vuelta, sientes cómo la luz se hace más intensa y el sonido de la ciudad empieza a filtrarse de nuevo. El aire se vuelve más cálido y el bullicio te da la bienvenida de nuevo. Sales con esa sensación de haber visitado un mundo paralelo, un secreto que Estambul guarda bajo sus pies. La memoria de la humedad, el eco y la penumbra te acompaña durante el resto del día. La salida te deja muy cerca de Santa Sofía, perfecta para seguir tu día. Para evitar las mayores aglomeraciones y disfrutar de más tranquilidad, intenta ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde.
Olya from the backstreets