Oller del Mas Tours and Tickets

¡Hola, exploradores de sensaciones! Hoy os llevo a un rincón de Cataluña donde el tiempo parece detenerse, un lugar que te abraza con cada uno de tus sentidos: Oller del Mas. Imagina que el sol de Cataluña te acaricia la piel mientras te bajas del coche, un calor suave y reconfortante. El aire huele a tierra húmeda y a un dulzor lejano de uva, una promesa de lo que está por venir. El primer paso que das en Oller del Mas es sobre una senda ancha, de grava fina y compacta. Puedes sentir cómo el crujido suave bajo tus pies te da la bienvenida, un sonido orgánico que te conecta al instante con el lugar. Esta grava te guía, de forma casi imperceptible, desde el aparcamiento hacia el corazón de la finca, una invitación amable a dejar atrás el asfalto y sumergirte en la calma rural.

A medida que avanzas, la grava da paso a adoquines antiguos y robustos. Sientes cada piedra bajo tus zapatos, una textura irregular que te ancla al presente, un testimonio silencioso de siglos de historia. Estos adoquines te guían, casi obligándote a ralentizar el paso, hacia la imponente silueta del castillo. Aquí, las sendas se estrechan un poco, creando una sensación de intimidad, de estar descubriendo un secreto bien guardado. Puedes notar cómo el sonido de tus pasos cambia, más resonante sobre las piedras, y cómo las paredes de piedra te envuelven suavemente. Luego, cuando te diriges hacia los viñedos, la superficie cambia de nuevo. Imagina un camino más amplio y liso, a veces de tierra batida, otras veces cubierto por una capa de asfalto discreto y bien mantenido. Aquí, la ligereza bajo tus pies te invita a caminar sin prisa, a perderte entre hileras de vides, sin obstáculos. Son caminos pensados para la accesibilidad, amplios para que puedas moverte con facilidad, incluso si vas en silla de ruedas o con un carrito de bebé, sin que la experiencia pierda un ápice de autenticidad. La transición de texturas es fluida, pensada para que te muevas con comodidad y seguridad por toda la propiedad, desde la zona de aparcamiento hasta los edificios históricos y los campos de uva, siempre sintiendo el terreno bajo tus pies, pero sin tropiezos.

Olya from the backstreets

Si alguna vez te preguntas cuándo Oller del Mas te abraza de verdad, mi respuesta es clara: a finales de primavera o principios de otoño. Imagina un atardecer de mayo, el sol ya no quema, solo acaricia tu piel con una calidez suave y persistente. Sientes la brisa ligera en tu rostro, trayendo el aroma de la tierra recién regada y el dulzor sutil de las vides en flor. Escuchas el zumbido constante y apacible de las abejas en las flores silvestres, un murmullo que se mezcla con el crujido suave de la grava bajo tus pies mientras caminas. El aire es fresco, pero no frío, y huele a promesa, a vino joven y a la historia que emana de las piedras centenarias del castillo.

En esos meses, la multitud es más un eco amable que una marea abrumadora. Hay gente, sí, pero no te sientes apretado. Escuchas risas dispersas, el tintineo ligero de las copas en la terraza y conversaciones que no necesitan elevar la voz. Puedes sentir la amplitud del espacio, la libertad de elegir un rincón bajo un olivo para sentarte o pasear por los senderos de los viñedos. La atmósfera es de disfrute consciente, donde cada uno encuentra su propio ritmo, su propia conexión con el entorno, sin prisas.

El tiempo, sin embargo, es un pintor que cambia por completo el lienzo de Oller del Mas. Un día de verano en pleno agosto, aunque precioso a la vista con el sol deslumbrante, se siente diferente al tacto; el aire vibra con el calor, la piel se tensa, y la energía es más bulliciosa, más de celebración ruidosa. Pero déjame contarte: un día nublado de otoño, con esa neblina baja que apenas deja ver las cimas de las montañas de Montserrat, transforma el lugar en algo íntimo y mágico. El aire se vuelve denso, fresco y húmedo. Los sonidos se amortiguan, y el olor a madera, a tierra mojada y a vino, ese aroma terroso y profundo, se intensifica. Es un Oller del Mas más introspectivo, perfecto para saborear lentamente, casi en silencio, cada nota de un buen tinto.

Para que disfrutes al máximo, lleva calzado cómodo, de verdad. Hay mucho terreno para explorar a pie, desde los viñedos hasta los alrededores del castillo, y no querrás que te duelan los pies. Si vas con niños, el espacio es enorme y hay actividades específicas pensadas para ellos, así que no te agobies pensando en cómo los entretendrás. Y un consejo sincero: reserva tu visita con antelación, especialmente si tienes en mente una cata guiada o comer en el restaurante. No es un lugar para improvisar si buscas una experiencia completa. Si llegas en coche, el parking es amplio y gratuito, lo cual es un alivio.

Olya desde las callejuelas.

Oller del Mas: Donde la Tierra Te Habla al Oído

Imagina que el sol te acaricia la piel mientras desciendes por un camino de tierra suave, casi polvoriento, que cruje bajo tus pies. No es el asfalto ruidoso de la ciudad, sino el eco amortiguado de tus propios pasos. El aire aquí es diferente: denso, con un dulzor terroso que huele a uva madura y a la promesa de vino, mezclado con el aroma fresco de pino que se alza en la distancia. Escuchas el zumbido constante de las abejas trabajando en las flores silvestres que bordean los viñedos, y de vez en cuando, el susurro de una brisa que agita las hojas de las vides, casi como si te contaran secretos antiguos. Sientes la inmensidad del espacio, la tranquilidad que te envuelve, alejándote del bullicio de Barcelona para sumergirte en un abrazo de naturaleza y tradición.

Te acercas a la imponente silueta del castillo, una estructura que ha resistido siglos, y casi puedes sentir el peso del tiempo en sus piedras. Mi abuelo, que era de la zona, siempre decía que este castillo no es solo piedra y mortero; es la memoria viva de cada vid que ha crecido aquí durante ochocientos años. Decía que cada sorbo de vino de Oller del Mas era un pedazo de la historia de su propia familia, del esfuerzo ininterrumpido de generaciones que han cuidado esta tierra, que han sentido el mismo sol en la piel y el mismo viento entre los dedos. Por eso, decía, es tan importante: no es solo un edificio, es el alma de un legado que se sigue cultivando día tras día.

Dentro de la bodega, el aire se vuelve más fresco, con ese olor inconfundible a madera vieja y a fermentación, un aroma que te envuelve y te prepara para lo que viene. Cuando te sirven el vino, sientes el peso del cristal en tu mano, la temperatura fresca que se transmite a tus dedos. Al acercar la copa, los aromas se intensifican: quizás notas la fruta roja vibrante, o el toque sutil de vainilla de la barrica, o incluso un recuerdo a bosque húmedo. Luego, el primer sorbo: la textura del vino en tu lengua, el equilibrio entre la acidez y el dulzor, la forma en que el sabor se expande y se queda contigo, mucho después de haberlo tragado. Es una experiencia que te invita a saborear cada momento, cada matiz, como si el vino mismo te contara su propia historia.

Además de la cata, puedes pasear por los viñedos, sentir la tierra bajo tus pies y tocar las hojas de las vides, o incluso jugar al golf en su campo. Si vas, te recomiendo reservar la visita a la bodega y la cata con antelación, sobre todo en temporada alta. Lleva calzado cómodo para caminar por los caminos de tierra y, dependiendo de la época, un sombrero o gorra para protegerte del sol. Si vas en coche, hay aparcamiento y es la forma más sencilla de llegar. Si no, puedes coger un tren hasta Manresa y luego un taxi, aunque es un poco más complicado. Lo importante es que vayas sin prisas, para que puedas absorber toda la tranquilidad y la esencia del lugar.

Max in motion

¡Hola, viajeros! Hoy nos vamos a Oller del Mas, un lugar donde la historia y el vino se entrelazan a las afueras de Barcelona. Si te preguntas dónde capturar la esencia de este sitio, prepárate para sentirlo con todo tu cuerpo.

Imagina que llegas y el aire fresco de la mañana te envuelve. El primer lugar donde te detendrías es justo delante de la fachada principal del castillo, esa que data del siglo X. Puedes estirar la mano y sentir la piedra antigua, fresca y rugosa bajo tus dedos, casi escuchando los siglos susurrar. El silencio es profundo, roto solo por el canto de algún pájaro lejano y el suave crujido de la grava bajo tus pies. Aquí, la luz del sol de la mañana es tu mejor aliada. Cuando el sol está bajo, baña la piedra en un dorado suave, resaltando cada grieta y textura, sin crear sombras duras. Es el momento perfecto para capturar la majestuosidad de la edificación, con sus torres y muros imponentes, que parecen emerger de la propia tierra.

A medida que te adentras, el camino te lleva por los viñedos. Sientes cómo el terreno cambia bajo tus pies, de la grava compacta a la tierra más suelta entre las hileras de vides. El aire aquí es más cálido, impregnado de un aroma terroso, mezclado con la dulzura incipiente de las uvas al sol. Cierra los ojos y escucha el susurro de las hojas al viento, un sonido rítmico y constante que te acompaña. Puedes extender la mano y sentir la rugosidad de la cepa, la suavidad de una hoja de parra. El punto ideal para una foto es desde el corazón de los viñedos, mirando hacia el horizonte donde la silueta inconfundible de Montserrat se alza majestuosa en la distancia. El mejor momento para esto es al final de la tarde, cuando el sol comienza a descender. La luz dorada se alarga, pintando las viñas de tonos ámbar y haciendo que la montaña parezca teñida de violeta y rosa. Es una luz que invita a la contemplación y a la calma.

No te marches sin experimentar la bodega. Al entrar, sentirás un cambio brusco de temperatura; el ambiente es fresco, constante, casi húmedo. El aire se vuelve denso con el aroma profundo y embriagador del vino añejo, el roble de las barricas y la tierra mojada. El sonido aquí es mínimo, quizás el eco de tus propios pasos o el goteo ocasional de la condensación. Si extiendes la mano, podrías sentir la superficie lisa y curva de un barril de roble. Busca los rincones donde las filas de barricas se extienden en la penumbra, creando una atmósfera de respeto y tradición. La luz suele ser tenue y artificial, lo que permite capturar la intimidad del lugar en cualquier momento, pero ir por la mañana, antes de que lleguen más visitantes, te dará una sensación de quietud absoluta. Es un lugar para enfocar los detalles, las texturas y el ambiente.

Un consejo práctico: si vas a Oller del Mas, planifica tu visita entre semana por la mañana para evitar aglomeraciones y disfrutar de la tranquilidad. Calzado cómodo es imprescindible, ya que caminarás bastante por terrenos variados. Y sí, ¡haz una cata de vinos! No te arrepentirás. El coche es la mejor opción para llegar, ya que está un poco apartado de la ciudad.

¡Hasta la próxima aventura!

Max en Ruta

Acabo de volver de Oller del Mas, cerca de Barcelona, y necesito contarte todo. Imagina que dejas atrás el bullicio de la ciudad. El coche se desliza por una carretera rodeada de pinos y de repente, el aire cambia. Ya no huele a asfalto caliente, sino a tierra húmeda, a pino y a algo dulce, como uva madura. Sientes el sol en la piel, un sol que calienta pero no quema, suave. Escuchas el silencio, roto solo por el canto de algún pájaro lejano y el crujido de las ruedas en la grava al llegar. Es como si el tiempo se ralentizara al instante.

Una vez allí, la experiencia del vino es el corazón de todo. Te guían por las bodegas, y aunque no puedas ver las barricas de roble alineadas, sí sientes el frío húmedo del ambiente, un olor intenso a madera vieja y a vino que madura. Te explican el proceso, y cada palabra es como un sorbo de conocimiento. Luego, llega la degustación. Imagina el delicado tintineo del cristal al chocar, el aroma que se eleva de la copa: a frutos rojos, a vainilla, a veces a cuero. Al probarlo, sientes la textura en la lengua, el calor que se extiende por la garganta. No es solo beber, es sentir la historia en cada gota. Y un consejo práctico: no te saltes la explicación sobre la tierra, te ayuda a entender por qué cada vino sabe como sabe.

Luego, el castillo. No es el típico castillo de cuento de hadas, es más bien una fortaleza que respira historia. Al caminar por sus pasillos, sientes la solidez de la piedra bajo tus pies. Las paredes son gruesas, frías al tacto, y el eco de tus propios pasos te acompaña. Puedes casi escuchar los murmullos de siglos pasados, las historias que se quedaron atrapadas entre esos muros. Imagina la sensación de estar en un lugar que ha visto pasar tantas vidas. Lo que me encantó es que no es un museo acartonado; te permiten sentir la antigüedad. Un buen tip: pregunta por las leyendas locales, los guías tienen algunas historias muy chulas que no salen en los folletos.

Pero no todo es vino y castillo. Los alrededores son igual de importantes. Sal del edificio y camina. Siente la brisa en la cara, esa que viene cargada con el aroma a campo y a vid. Escucha el susurro del viento entre las hojas de los viñedos, casi como si te contaran un secreto. El espacio es inmenso, te da una sensación de libertad. Puedes tumbarte en la hierba y sentir la tierra bajo ti, cálida por el sol. Es un lugar para desconectar de verdad. Si vas con niños, hay espacio de sobra para que corran y exploren sin peligro. Y si te entra el hambre, hay opciones para comer algo sencillo pero rico, incluso con productos de la zona, lo que es un plus.

Ahora, lo que no me cuadró del todo, y lo que me sorprendió. Lo que no me convenció al cien por cien es que, aunque el lugar es precioso, si vas en temporada alta, puede sentirse un poco masificado en ciertas zonas, sobre todo en la bodega principal. Pierde un poco esa magia de 'estar solo con la naturaleza'. Y lo que me sorprendió gratamente es la pasión de la gente que trabaja allí. No son solo empleados, son amantes de lo que hacen. Te transmiten ese amor por la tierra y el vino de una forma tan auténtica que te engancha. Esperaba una visita más 'comercial' y me encontré con una experiencia muy humana. Ah, y un detalle: el acceso en transporte público es un poco complicado, así que planifica bien cómo llegar si no vas en coche.

Un abrazo desde el camino,

Olya de los callejones

¡Hola, explorador! Hoy te llevo a un lugar donde la historia y la naturaleza se fusionan, a las afueras de Barcelona, en un rincón mágico llamado Oller del Mas. Imagina que el aire te envuelve con un aroma sutil a tierra mojada y a barrica de roble, una fragancia dulce y profunda que te invita a respirar hondo. Sientes el sol cálido en tu piel, una caricia suave que te recuerda que estás vivo, presente. El murmullo del viento se mezcla con el canto de los pájaros, y si te concentras, casi puedes escuchar los ecos de historias antiguas en la textura rugosa de la piedra del castillo. Es un lugar que te invita a ralentizar el paso, a sentir cada detalle, a dejar que tus sentidos te guíen por sus viñedos y sus rincones llenos de encanto.

Y la buena noticia es que Oller del Mas está muy bien preparado para que todos puedan disfrutarlo. Sus caminos principales son amplios y suelen ser de grava compacta o asfalto, lo que facilita mucho el movimiento. La bodega moderna, donde se hacen las catas y se aprende sobre el vino, es totalmente accesible, con rampas y espacios generosos para que te muevas con libertad. Incluso los baños están adaptados. El desafío podría estar en algunas zonas más antiguas del castillo o en senderos específicos entre viñedos que pueden tener terrenos más irregulares, pero la experiencia principal, la que te conecta con el alma del lugar, está abierta para ti.

Ahora, si necesitas un poco más de ayuda para moverte, como una silla de ruedas o un scooter de movilidad, la clave es planificarlo con antelación. Oller del Mas está cerca de Manresa, que es una ciudad con más servicios que los pequeños pueblos de alrededor. Tu mejor opción es buscar "alquiler de sillas de ruedas" o "alquiler de scooters de movilidad" (en español, "alquiler de sillas de ruedas" o "alquiler de scooters de movilidad") en Manresa. Hay varias "ortopedias" (tiendas de suministros médicos) que ofrecen este servicio. Puedes buscar en Google Maps por "ortopedia Manresa" y llamarles directamente. Algunas de ellas incluso ofrecen servicio de entrega a domicilio, lo cual sería perfecto para que te lo lleven directamente a Oller del Mas o a tu alojamiento cercano.

En cuanto a la facilidad, es bastante sencillo, pero siempre recomiendo reservar con antelación, especialmente si vas en temporada alta. Los costes varían: una silla de ruedas manual puede rondar los 10-15€ al día o 40-60€ a la semana. Un scooter de movilidad es más caro, quizás 30-50€ al día o 150-250€ a la semana, dependiendo del modelo y la duración. No dudes en preguntar por "tarifas de alquiler" y si tienen "servicio de entrega y recogida" (delivery and pick-up service). Si no encuentras nada en Manresa que te convenza o que tenga disponibilidad, tu siguiente opción sería buscar en Barcelona capital. Hay muchas más empresas de alquiler allí, pero tendrías que considerar el transporte desde Barcelona hasta Oller del Mas, que es aproximadamente una hora en coche. Un pequeño truco: muchas empresas de alquiler de coches adaptados también ofrecen scooters y sillas de ruedas, y podrían tener opciones de entrega. ¡No te quedes con la duda, una llamada puede resolverlo todo!

Un abrazo desde la carretera,

Olya de las callejuelas

¿Sabes ese momento en que la ciudad te aprieta y necesitas aire, pero no cualquier aire? Pues imagina que dejas atrás el bullicio de Barcelona, y mientras el coche avanza, el paisaje se abre. Empiezas a sentir cómo los edificios dan paso a campos más verdes, a un horizonte más amplio. El aire, que antes olía a asfalto y gente, ahora trae un soplo fresco, a tierra mojada y a algo indefinible que te dice que estás llegando a un lugar diferente. De repente, ves una silueta imponente, una mole de piedra que se alza entre viñedos que se extienden hasta donde alcanza la vista. Es Oller del Mas, y la bienvenida es un abrazo de calma.

Una vez que bajas del coche, el sonido de tus pasos sobre la gravilla es casi lo único que rompe el silencio. El sol, si tienes suerte, te acaricia la piel con una calidez suave, y el aroma que te envuelve es una mezcla embriagadora de madera antigua, de uva madura y de esa tierra fértil que lo ha visto todo. Puedes acercarte a sus muros centenarios y sentir la frescura de la piedra bajo tus dedos, una textura rugosa que te conecta al instante con siglos de historia. Aquí no hay prisas. Aquí, el tiempo se estira y te invita a respirar profundamente, a dejar que el aire puro llene tus pulmones.

Luego viene el momento de la verdad, el corazón de la experiencia: el vino. No es solo beber; es un ritual. Te guían a una sala donde la luz es tenue y el aire está cargado con el perfume del roble y de los caldos que reposan en las barricas. Escuchas el delicado tintineo de las copas y el murmullo de las voces que hablan con pasión. Cuando la copa llega a tus labios, sientes la frescura del cristal, y al probar, cada sorbo es un viaje. Notas la acidez, el dulzor, los taninos que se adhieren ligeramente a tu lengua, y una explosión de sabores que te hablan de sol, de tierra y de paciencia. Es un diálogo íntimo entre tú y la uva, una historia líquida que te cuenta el paisaje.

Después de la cata, te animo a que te pierdas un poco. No es solo el castillo; hay senderos que serpentean entre las vides. Cierra los ojos por un momento y escucha el susurro del viento al pasar por las hojas, un sonido suave y rítmico que te envuelve. Si es temporada, quizás puedas sentir la textura de una uva entre tus dedos, su piel tersa y jugosa. Puedes extender la mano y tocar el tronco de una vid, sentir su corteza áspera y retorcida, la misma que ha dado vida a tantos racimos. Es una caminata que te conecta con la naturaleza de una forma muy directa, sin adornos, solo la pura esencia del campo.

Para que tu visita sea perfecta, te recomiendo que reserves con antelación, especialmente si quieres hacer una visita guiada o una cata. Es un lugar popular y las plazas se llenan. Lo ideal es ir en coche, ya que el transporte público no llega directamente y te daría demasiados quebraderos de cabeza. Lleva calzado cómodo, de verdad, porque querrás caminar entre los viñedos y explorar los alrededores. La mejor época es primavera u otoño, cuando el clima es más suave y los colores del paisaje son espectaculares, aunque ir durante la vendimia (finales de agosto, principios de septiembre) es una experiencia única por la actividad que se respira.

Luz en el mapa

¡Hola, viajeros! Si hay un lugar en Barcelona que te roba el aliento y te envuelve con su historia, ese es Oller del Mas. Imagina que el sol de la tarde te acaricia la piel mientras caminas por los viñedos. Sientes el calor residual de la tierra bajo tus pies, un calor que habla de años y años de paciencia. Escuchas el suave susurro del viento entre las hojas de la vid, como si la propia tierra te contara sus secretos, y a lo lejos, el tintineo de alguna campana de oveja que pasta tranquilamente. Es una sensación de paz que te inunda el cuerpo.

Para vivir esa sensación de plenitud con el sol y la tranquilidad, te sugiero llegar a media tarde, sobre las 17:00h. La luz es perfecta, el ambiente se calma y la temperatura es ideal para pasear. Asegúrate de llevar calzado cómodo; hay bastante terreno que explorar a pie y no querrás perderte nada de esa conexión con la tierra.

Pero el verdadero secreto, lo que no sale en las guías, está un poco más allá de los viñedos, dentro de la antigua bodega. Cuando te adentras en ella, sientes un cambio brusco en el aire; es más fresco, más denso, casi palpable. Y entonces, tu nariz capta algo único. No es solo el aroma del vino. Es un olor profundo, húmedo, a tierra mojada y a madera añeja, a la piedra fría que rezuma. Es el aliento del tiempo, de las barricas que han guardado cosechas enteras, del musgo que crece en las paredes milenarias. Cierra los ojos y respira hondo; es el olor de la paciencia y de la historia viva, un aroma que te envuelve y te transporta.

Para sumergirte de verdad en esa atmósfera de la bodega y entender esos aromas tan particulares, te recomiendo encarecidamente apuntarte a una de sus catas guiadas. No solo probarás vinos excelentes, sino que tendrás acceso a rincones que de otra forma no verías, y los guías te explicarán el porqué de esos detalles tan sensoriales. Reserva con antelación, sobre todo si vas en fin de semana, ¡porque es un lugar muy solicitado!

Clara de los Senderos

¡Hola, viajeros curiosos! Hoy te llevo de la mano a un lugar donde el tiempo parece ralentizarse, donde la tierra habla y el aire susurra historias: Oller del Mas, a un paso de Barcelona. Al llegar, lo primero que te envuelve es la calma, una especie de abrazo silencioso que te saca del bullicio. Imagina que el sol acaricia tu piel, tibia y suave, y que el aire huele a campo, a tierra mojada si ha llovido, a vid en verano, a madera añeja y a esa promesa de vino que flota en el ambiente. Escuchas el trino de los pájaros, el zumbido lejano de las abejas y, si te concentras, el crujido de las hojas secas bajo tus pies. Es un lugar para respirar hondo y sentir que cada fibra de tu cuerpo se relaja.

Una vez dentro de la finca, cada paso es una inmersión. Puedes sentir la textura áspera de los muros de piedra centenarios bajo tus dedos mientras te adentras en la bodega. El ambiente se vuelve más fresco, casi como un suspiro de la tierra. Aquí, el aroma a barrica de roble es profundo, terroso, con toques dulces y afrutados que te hacen salivar. Si caminas por los senderos entre los viñedos, notarás la grava suelta bajo tus pies, un sonido rítmico con cada paso, y la brisa te traerá el olor verde y vital de las hojas de la vid. Toca una, siente su suavidad aterciopelada y el calor del sol que ha absorbido. Es un lugar donde cada sentido se despierta y te invita a ser parte de su historia.

Al explorar sus rincones, especialmente en las zonas más antiguas o los senderos de grava, sentirás la textura bajo tus pies. A veces, las baldosas pulidas de las bodegas o las piedras centenarias de los patios pueden tener su propia personalidad resbaladiza, sobre todo si ha llovido o si el rocío de la mañana aún está presente. Camina sintiendo el terreno, dando pasos firmes, como quien baila con la historia. Los caminos que serpentean entre los viñedos, aunque hermosos, son de tierra y grava, y a veces el terreno puede ser irregular. Un calzado cómodo y con buena suela te permitirá explorar sin preocupaciones, permitiéndote sentir la conexión con la tierra sin sobresaltos.

Y un pequeño apunte para cuando te muevas por Barcelona, más allá de la tranquilidad de Oller del Mas. La ciudad es vibrante y acogedora, pero como en cualquier gran urbe, es bueno estar atento. Imagina que vas charlando con alguien en una calle concurrida o en el metro, y de repente, una pequeña distracción. Es solo un recordatorio amistoso: siempre lleva tus pertenencias cerca de ti, como un abrazo protector. No es para alarmarse, solo para viajar con la misma sabiduría que te da el instinto, disfrutando de cada momento sin dejar de ser consciente de tu entorno.

¡Hasta la próxima aventura!

Sofía en Ruta

Si eres amante de las aves, Oller del Mas es un pequeño paraíso inesperado a un paso de Barcelona. Aquí, cada paso te acerca a una sinfonía natural. Imagina el aire fresco de la mañana acariciando tu piel, el murmullo de las hojas bajo tus pies y, de repente, una explosión de cantos que te envuelve. No es un zoo, es la libertad de la naturaleza, un respiro donde las aves son las protagonistas y tú, un invitado en su hogar. Es un lugar para sentir, no solo para ver.

Para escuchar y ver a tus compañeros alados, busca los bordes de los viñedos, donde la vegetación es más densa, o cerca de los pequeños bosques de encinas y pinos que salpican la propiedad. Aquí, con un poco de paciencia, podrás distinguir el trino alegre del jilguero (¡tan característico!), el canto vibrante del carbonero común o el peculiar "pío-pío" del petirrojo. Si te acercas a la pequeña laguna o a los cursos de agua temporales, es posible que escuches el chapoteo de patos salvajes o el ulular lejano de alguna lechuza al anochecer. Para una observación tranquila, encuentra un árbol grande, apóyate en su tronco y quédate quieto, dejando que el sonido te guíe.

El mejor momento para ir es a primera hora de la mañana, justo al amanecer, cuando la actividad de las aves es máxima y la luz es suave. También puedes ir al atardecer, cuando muchas especies regresan a sus nidos. La primavera y el otoño son ideales, ya que coinciden con las migraciones y la diversidad de especies es mayor. No olvides llevar unos prismáticos si tienes, y ropa cómoda de colores neutros para no llamar la atención. Un termo con algo caliente para las mañanas frescas hará la espera aún más agradable.

Olya desde las calles menos transitadas