¿Alguna vez te has preguntado cómo se siente caminar por dentro de una obra maestra, no solo verla, sino *vivirla* con cada sentido? Si vas a Barcelona, hay un lugar que es pura sensación: la Casa Batlló. No es un museo, es una criatura viva que respira.
Imagina que estás a punto de entrar. No hay líneas rectas, no hay ángulos duros. Sientes cómo tus dedos rozan la barandilla de la escalera principal; es suave, fría al principio, luego templada por el calor de tus manos, como la piel de un animal gigante. El suelo bajo tus pies no es plano, se curva ligeramente, guiándote. Escuchas el murmullo de las voces, pero se pierden, se disuelven en el espacio. El aire es denso, cargado de una historia que te envuelve.
Una vez en la Planta Noble, la antigua residencia de la familia Batlló, la luz te inunda. No es una luz cualquiera; es una luz que baila, que se filtra a través de las vidrieras, proyectando manchas de color sobre el suelo y las paredes. Acerca tu mano a una de las ventanas, siente el suave relieve del cristal ondulado. Imagina cómo el sol de la mañana entraba aquí, calentando el salón, y cómo el fuego de la chimenea, que parece la seta de un cuento, crepitaba suavemente. Tómate un momento para simplemente *estar* aquí, deja que la casa te hable a través de sus formas orgánicas.
Ahora, levanta la cabeza. No, espera, siente cómo la luz cambia. Estás en el Patio de Luces. Aquí, la luz no se filtra, se *derrama* desde arriba, como agua líquida. El aire es diferente aquí, más fresco, más silencioso. Si extiendes la mano, podrías casi tocar las paredes de azulejos azules que se desvanecen de oscuro a claro, creando una sensación de profundidad infinita. Escucha el eco de tus propios pasos, el sonido resuena y se eleva, como si estuvieras dentro de una cueva submarina. Es el corazón que da vida y respira a toda la casa.
Subiendo un poco más, llegas a las Buhardillas. Aquí el ambiente es más íntimo, más recogido. Es como si hubieras entrado en el vientre de una ballena gigante. Siente la suave curva de las costillas de madera que forman los arcos catenarios. Aquí no hay ornamentos, solo la pura estructura, la belleza funcional. El aire es más tranquilo, los sonidos de la calle quedan muy lejos. Es un buen lugar para una pausa, para sentir la arquitectura en su forma más pura y sencilla antes de la explosión final.
Y por último, la azotea. Este es el gran final. Sientes el viento en la cara, el sol sobre tu piel. Estás sobre el "lomo del dragón", una superficie rugosa, escamosa, que se eleva y se curva. Los "ojos" del dragón, que son las chimeneas, te rodean, cada una con su textura única, algunas lisas, otras con un mosaico de colores vibrantes que casi puedes sentir bajo tus dedos. Estás en el punto más alto, con Barcelona a tus pies. Es una sensación de libertad, de haber llegado a la cima de esta criatura fantástica.
Para la visita, te diría: compra las entradas online con antelación, siempre. Ve a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última de la tarde. La casa está menos concurrida y puedes realmente sentirla. El recorrido es bastante lineal y está diseñado para que no te pierdas nada. Empieza en la planta baja, subiendo por la escalera principal. Dedica tiempo a la Planta Noble y, sobre todo, al Patio de Luces. Las buhardillas son un respiro tranquilo. Guarda la azotea para el final, es el clímax visual y sensorial. Si quieres saltarte algo, quizás no te detengas demasiado en las exposiciones interactivas si tu prioridad es *sentir* la casa, o deja la tienda de regalos para el final si te apetece llevarte un recuerdo. Lo importante es la experiencia dentro de la casa.
Léa de la carretera