¿Quieres saber qué se *hace* en Montserrat? No es solo "ir a ver", es sentir el lugar. Imagina que te subes al tren desde Barcelona, el traqueteo suave bajo tus pies, el paisaje urbano desdibujándose poco a poco mientras el aire empieza a sentirse diferente, más fresco. Luego, eliges: ¿el Aeri, esa cabina que se balancea mientras sube y te hace sentir el vacío bajo tus pies, con el viento rozando la piel mientras el mundo se encoge debajo? ¿O el Cremallera, que te empuja suavemente montaña arriba, dándote tiempo para notar cómo las rocas empiezan a tomar formas imposibles a tu alrededor, como dedos gigantes saliendo de la tierra? Es la antesala, la respiración profunda antes de que el lugar te envuelva.
Cuando llegas arriba, el primer aliento de aire de montaña te llena los pulmones. Es nítido, con un ligero toque a pino y a piedra antigua. Escuchas el murmullo de la gente, pero no es el ruido de la ciudad; es un eco suave que se pierde entre las enormes formaciones rocosas que te rodean. Sientes la piedra bajo tus zapatos, áspera y sólida, el suelo inclinado que te guía hacia la plaza principal. Busca un momento para cerrar los ojos y sentir el sol en tu cara, o la frescura de la sombra si es un día cálido. No hay prisa, solo la sensación de que has llegado a un lugar que lleva siglos aquí, esperando. Para empezar, camina hacia la abadía, es el corazón del lugar y te ayudará a orientarte.
Al entrar en la Basílica, la temperatura baja de golpe. Sientes el aire fresco y denso, y el olor a incienso y a piedra centenaria te envuelve, como un abrazo silencioso. El murmullo de la gente se convierte en un susurro reverente. Tus pasos resuenan suavemente en el suelo de piedra. Cuando subes las escaleras para ver a La Moreneta, la Virgen Negra, tu mano roza el pasamanos liso y gastado por miles de manos antes que la tuya. Es un tacto que te conecta con el pasado. Arriba, sientes la cercanía de la imagen, la energía tranquila que irradia. Puedes tocar su mano de madera, una superficie pulida por el afecto de incontables visitantes. Para evitar las colas más largas, intenta ir a primera hora de la mañana o a última de la tarde.
Y si tienes suerte, ese aire denso de la Basílica se llenará de sonido. Es la Escolanía, el coro de voces blancas. El sonido te envuelve, te vibra en el pecho, te eleva. No es solo música; es una experiencia que te transporta, te hace sentir la grandeza del lugar de una manera profunda. Después, puedes explorar los alrededores del monasterio. Hay tiendas donde el aire huele a miel, queso y licores locales, y puedes sentir las texturas de los productos artesanales. El coro suele cantar al mediodía, así que consulta los horarios para no perdértelo; es algo que realmente te llega al alma.
Pero Montserrat no es solo el monasterio. Sientes la necesidad de subir más, de explorar la montaña en sí. Puedes tomar los funiculares: el de Sant Joan te eleva aún más, y cuando bajas sientes la tierra bajo tus pies, el crujido de las pequeñas piedras en el sendero. El aire es aún más puro, y el olor a pino y a hierbas silvestres es más intenso. Puedes caminar por senderos, sentir el sol en tu piel y el viento en tu cabello, y el silencio es casi absoluto, solo roto por el canto de algún pájaro o el suave susurro del viento entre las rocas. Busca un saliente, siéntate, y siente la inmensidad bajo tus pies. Asegúrate de llevar calzado cómodo y agua, incluso para caminatas cortas, porque la montaña te invita a explorar.
Y al final del día, cuando el sol empieza a bajar y te montas de nuevo en el Aeri o el Cremallera para descender, sientes la ligereza de dejar atrás la montaña, pero también la plenitud de lo vivido. El aire se vuelve más denso a medida que bajas, y los sonidos de la ciudad empiezan a acercarse de nuevo. Pero algo ha cambiado dentro de ti. Llevas contigo la calma de las alturas, la resonancia de las voces, el tacto de la piedra milenaria. Es una sensación que perdura, un recuerdo que no solo ves, sino que sientes con cada fibra de tu ser. Planifica tu regreso con tiempo, especialmente si usas transporte público, para no perder el último tren.
Olya from the backstreets