¿Sabes esa sensación de pisar un lugar y sentir que el tiempo se detiene, que las paredes te susurran historias? Eso es exactamente lo que me pasó la primera vez que visité Wat Chiang Man en Chiang Mai. No es el más grande ni el más ostentoso, pero tiene un alma que te abraza. Para mí, es un templo para sentir, no solo para ver. Si buscas un respiro del bullicio de la ciudad, este es tu sitio. Mi consejo de amiga: ve temprano por la mañana, justo después de que abran, o al final de la tarde. La luz es mágica, dibuja sombras largas que bailan con las estatuas y, lo más importante, hay mucha menos gente. Puedes llegar fácilmente en tuk-tuk o caminando si estás cerca del centro de la Ciudad Vieja. No tiene costo de entrada, pero siempre es bueno llevar un poco de cambio por si quieres dejar una pequeña donación. Y, por supuesto, cubre tus hombros y rodillas; es un lugar sagrado.
Una vez dentro, tu primer encuentro será con el chedi de los elefantes, o "Chang Lom". Imagina que caminas hacia él y el aire se vuelve más denso, más antiguo. Sientes el granito rugoso bajo tus dedos si lo tocas suavemente, la piedra erosionada por siglos de sol y lluvia. Verás a los elefantes, majestuosos y silenciosos, emergiendo de la base como si estuvieran sosteniendo el mundo. Algunos han perdido un pedazo de oreja, otros muestran el desgaste del tiempo, pero su presencia es inquebrantable. Puedes rodearlo lentamente, sintiendo el eco de pasos de innumerables peregrinos antes que tú. Es un lugar para el asombro tranquilo, para simplemente observar la resistencia del tiempo. No hay prisa aquí.
Después de rodear a los elefantes, dirígete al viharn principal, la sala de reuniones. Al quitarte los zapatos antes de entrar, notarás el suelo fresco bajo tus pies descalzos, una sensación casi ceremonial. El aire aquí es diferente; huele a incienso viejo y a madera pulida, con un toque de humedad que te recuerda la edad del lugar. Escucharás un silencio suave, roto solo por el murmullo ocasional de una oración o el aleteo de un pájaro. Dentro, la luz entra a través de las rendijas, iluminando el polvo que danza en los rayos y dándole un brillo etéreo a las figuras de Buda. Hay una serenidad palpable. Puedes sentarte en el suelo, sentir la frescura de las baldosas y simplemente respirar, dejando que la calma te envuelva. No tienes que entenderlo todo, solo sentirlo.
El verdadero corazón de Wat Chiang Man, y lo que te sugiero guardar para el final, es el ubosot, la sala de ordenación que alberga las dos estatuas de Buda más veneradas: Phra Sae Tang Khamani (el Buda de cristal) y Phra Sila (el Buda de mármol). Aquí, el ambiente es de profunda reverencia. Es posible que escuches el susurro de la gente, un sonido casi imperceptible que acompaña la quietud. Te acercas con una sensación de asombro; el Buda de cristal es pequeño pero irradia una energía inmensa, y el de mármol, aún más antiguo, te transporta a un pasado lejano. Es como si pudieras sentir las miles de oraciones que han sido ofrecidas ante ellos. Tómate tu tiempo, observa los detalles, la luz que se filtra y los hace brillar. No intentes tomar fotos con flash aquí; a veces, ni siquiera permiten fotos. Es un lugar para la contemplación, para sentir esa chispa de lo sagrado.
En resumen, mi ruta ideal para ti sería esta: empieza por el impresionante chedi de los elefantes, rodéalo tranquilamente. Luego, ve al viharn principal, quítate los zapatos y siéntate un rato, absorbiendo la paz. Finalmente, dirígete al ubosot para ver los Budas sagrados, el punto culminante de tu visita. Después de eso, tómate un momento para pasear por los pequeños jardines o las capillas menores que encuentres. Wat Chiang Man es para saborear, no para correr. No te estreses por verlo "todo"; en su lugar, concéntrate en sentir la atmósfera, en dejar que el lugar te hable. Lleva una botella de agua, y si ves a monjes, un saludo respetuoso siempre es bienvenido. Lo que puedes "saltarte" es el apuro. Este templo te pide calma.
¡Un abrazo desde el camino!
Olya from the backstreets