Acabo de volver de Wat Chedi Luang en Chiang Mai y tengo que contarte todo. Imagina esto: estás caminando por una calle que, de repente, se abre. El aire cambia, se vuelve más denso, cargado de un calor húmedo que te envuelve. De repente, lo sientes. No lo ves, lo *sientes*. Una mole inmensa, antigua, de piedra, que se alza sobre ti. Es tan grande que te sientes diminuto, como una piedrecita al pie de una montaña. El suelo bajo tus pies es irregular, con adoquines gastados, y puedes escuchar el murmullo de voces bajas, el roce de túnicas, y a veces, el suave tintineo de campanas lejanas movidas por una brisa casi imperceptible. Hay un olor a incienso que te envuelve, dulce y ahumado, mezclado con el aroma de la tierra mojada y algo más, algo viejo, a musgo y piedra milenaria. Es impactante, te lo juro.
A medida que te adentras, el calor del sol se suaviza en la sombra de los árboles y los edificios. Pasa tus manos por las paredes de ladrillo, siente la aspereza de la piedra arenisca, desgastada por siglos de lluvia y sol. En algunos puntos, la superficie es fría al tacto, un alivio bienvenido. Puedes notar la ausencia de simetría en las ruinas, las esquinas rotas, los huecos donde una vez hubo estatuas, y esto te habla de un pasado tumultuoso, de la fuerza de la naturaleza. Escucha con atención: además de las voces, hay un zumbido constante de insectos, el arrullo de palomas anidando en las grietas, y de vez en cuando, el eco de una oración. Es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde cada paso resuena con historia. Lo que más me gustó es la sensación de paz que se puede encontrar, incluso con gente alrededor, hay rincones donde te sientes completamente solo con la historia.
Ahora, para la parte práctica, porque sé que te gusta ir al grano. Lo que no funcionó para mí fue ir en el pico del mediodía. El calor es agobiante y la afluencia de gente es mayor. Te recomiendo ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o al final de la tarde, una hora antes de que cierren. El ambiente es mucho más tranquilo y la luz es preciosa. Para entrar, recuerda que es un templo activo: necesitas cubrirte los hombros y las rodillas. No te preocupes si no llevas nada, suelen tener sarongs disponibles para prestar o alquilar por un precio simbólico a la entrada. El terreno es bastante irregular en algunas zonas, especialmente alrededor de la chedi principal, así que lleva calzado cómodo y cerrado. Hay rampas en algunos puntos, pero no todo es completamente accesible, sobre todo si quieres explorar las ruinas más de cerca.
Una cosa que me sorprendió muchísimo fue la escala de la chedi principal, incluso en su estado ruinoso. Es mucho más grande de lo que te imaginas por las fotos. Y la presencia de los elefantes tallados, aunque algunos están dañados, te da una idea de la majestuosidad original. Busca los monjes jóvenes, a veces están dispuestos a conversar contigo, practicando su inglés, y es una oportunidad increíble para entender mejor su cultura. También hay varias estructuras más pequeñas y estatuas de Buda por todo el complejo que son preciosas y a menudo pasan desapercibidas. No te quedes solo en la chedi principal, explora los alrededores, los jardines, los pequeños templos auxiliares. Cada rincón tiene su propia historia y su propia atmósfera. Al salir, la sensación es de haber estado en un lugar realmente especial, que te conecta con algo mucho más grande y antiguo.
Un abrazo grande,
Olya de las callejuelas