Claro, Mae Kachan. Te cuento lo que es estar allí, no lo que hay.
Imagínate que vas en la carretera, y poco a poco, el aire que entra por la ventanilla empieza a cambiar. Ya no es el mismo frescor de la montaña. De repente, sientes una humedad diferente, un calor que sube. Y luego, un olor. No es fuerte, pero está ahí: un toque mineral, como a tierra mojada después de una tormenta, pero con un matiz cálido, casi sulfuroso. Es la primera señal de que te acercas. Empiezas a escuchar un murmullo constante, un sonido de agua en movimiento, como si la tierra estuviera respirando.
Cuando llegas, caminas por un sendero corto y de repente, el aire se vuelve denso, cargado de vapor. Lo sientes en la piel, cálido y envolvente. Escuchas el borboteo profundo, constante, de donde el agua brota con una fuerza increíble. Es un sonido poderoso, natural, que te hace sentir pequeño. Puedes acercar la mano con cuidado y sentir el calor intenso que emana del suelo, casi como si la tierra misma estuviera hirviendo justo debajo de ti. El vapor sube en columnas, a veces tan denso que apenas ves a unos metros, y la luz se filtra a través de él, creando una atmósfera casi onírica.
Una de las cosas más divertidas es lo de los huevos. Puedes comprar una cestita con huevos crudos, y los sumerges en el agua hirviendo que sale directamente de la tierra. Sientes el peso de la cesta en tu mano mientras la bajas. El agua está tan caliente que burbujea sin parar. No hay reloj, es a ojo. Al rato, los sacas, y el olor que flota en el aire es inconfundible: huevos cocidos, ligeramente azufrados. Te sientas en un banco cercano y los pelas, sintiendo la cáscara tibia y luego la suavidad del huevo en tus dedos. Es un sabor simple, pero con la satisfacción de haberlos cocinado tú mismo con el calor de la tierra.
Después de eso, busca un hueco en las zonas habilitadas para remojar los pies. Te quitas los zapatos, sientes el suelo fresco bajo tus pies por un momento, y luego los sumerges. Al principio, es un shock de calor, un cosquilleo intenso, casi una quemazón suave. Pero si te quedas, ese calor se extiende, relaja los músculos. Escuchas el chapoteo suave de otros pies, risas bajas, el susurro del vapor. La tensión de los pies se disipa, y el calor sube por las piernas, dejándote una sensación de ligereza. Es un alivio profundo, como si la tierra te estuviera dando un abrazo cálido.
Para que lo disfrutes al máximo, lleva una toalla pequeña. No hace falta mucho más, pero es útil para secarte los pies después del baño. Puedes ir a cualquier hora, pero por la mañana temprano o al final de la tarde es más tranquilo y la luz es suave. No necesitas quedarte horas, con una o dos es suficiente para sentirlo todo. Hay baños básicos si los necesitas.
También hay algunos puestos de comida y bebida cerca, por si te entra el hambre después de tanto calor. Puedes encontrar frutas frescas o algún snack local. No esperes grandes restaurantes, es más bien para picar algo rápido y refrescarte. La gente local es muy amable y te sonríe al pasar.
Cuando te vas, el aire vuelve a sentirse diferente. El olor a azufre se desvanece, pero la sensación de calor y bienestar se queda contigo. Tus pies se sienten ligeros, casi flotando, y hay una calma en tu cuerpo, como si hubieras soltado toda la tensión. Es una sensación de limpieza, de haber renovado la energía. Miras hacia atrás y ves el vapor alzándose hacia el cielo, un recordatorio de la fuerza de la naturaleza.
Max de Aventura