¡Amigo/a! Si vas a Doi Inthanon, olvídate de las prisas y prepárate para sentirlo con cada poro de tu piel. Esto no es solo una montaña, es un pulmón verde que te abraza. Para mí, la clave es madrugar. Imagina que es muy temprano y el coche empieza a subir. El aire, al principio cálido y húmedo de Chiang Mai, se vuelve más fresco, casi frío, y sientes cómo la brisa entra por la ventanilla, trayendo consigo el aroma de la tierra mojada y los árboles.
Nuestra primera parada, para despertar los sentidos, sería la cascada Wachirathan. Antes de que lleguen las multitudes, cuando el sol apenas se filtra entre las copas de los árboles, el sonido es lo primero que te golpea. Escuchas el rugido del agua cayendo con una fuerza increíble. A medida que te acercas, sientes la fina neblina en tu cara, el rocío que refresca tu piel. El suelo bajo tus pies puede estar un poco húmedo, pero la sensación de la roca y la tierra te ancla. El aire alrededor de la cascada es más denso, cargado de humedad, y puedes oler la limpieza del agua y la vegetación exuberante. No te apresures; quédate un momento, deja que el sonido te envuelva y que el aire fresco te despierte. Es el inicio perfecto para conectar con la naturaleza de este lugar.
Después de la cascada, nos dirigiremos a las Pagodas Reales (Phra Mahathat Naphamethanidon y Naphaphonphumisiri). Aquí, el ambiente cambia. La brisa es más constante, a veces fría, y el aire tiene ese olor limpio de la altitud. Imagina los jardines que las rodean: senderos suaves bajo tus pies, a veces con pequeñas piedras que crujen, otras veces con pasarelas de madera. Si te detienes, puedes escuchar el suave tintineo de las campanas de viento que cuelgan de las pagodas, un sonido delicado y meditativo que se mezcla con el canto ocasional de algún pájaro. Aunque no las veas, puedes sentir la grandeza de estas estructuras, la textura de la piedra, la calidez del sol si hace un día despejado, o la humedad de la niebla si las nubes han bajado. Sube despacio, por las rampas o los escalones, sintiendo el esfuerzo de tus músculos. La sensación de paz es palpable aquí, una quietud que te invita a respirar profundamente.
Ahora sí, vamos al punto más alto de Tailandia: la cumbre de Doi Inthanon. Es un sitio que se siente más que se ve. A menudo está cubierto de niebla, y el aire es notablemente más frío y fino. Al bajar del coche, tus pulmones se llenan de ese aire helado, y puedes sentir cómo tu respiración se vuelve más profunda. El camino hasta el letrero que marca la cima es corto, de madera, y puedes sentir las tablas bajo tus pies. A veces, hay una humedad persistente que hace que el musgo en los árboles cercanos sea suave y esponjoso al tacto. No busques vistas espectaculares aquí, porque la mayoría de las veces la niebla lo cubre todo. En su lugar, concéntrate en la sensación de estar en el punto más alto, la quietud, el frío, y el tenue sonido de las pocas personas que suelen estar allí. Es un momento para un logro personal, para sentir la grandeza de la naturaleza a través del aire y la temperatura. No te tomará mucho tiempo, es una parada simbólica y potente.
Muy cerca de la cumbre, y para mí, una de las joyas sensoriales, está el Sendero Natural Ang Ka Luang. Este es un paseo corto, accesible, sobre pasarelas de madera que te sumergen en un bosque nuboso. Aquí, el aire es denso y húmedo, y puedes oler la tierra mojada y el musgo. Tus dedos rozan el musgo suave y aterciopelado que cubre los árboles y las ramas caídas. Escuchas el murmullo del viento entre las hojas, el goteo constante de la humedad, y quizás el canto de insectos o aves escondidas. El suelo bajo la pasarela está vivo, y puedes sentir la vibración del bosque a tu alrededor. Es una experiencia inmersiva, donde cada paso te conecta con un ecosistema único, frío y mágico, donde la vida se aferra a cada superficie. Tómate tu tiempo, respira hondo y déjate envolver por la textura de este lugar.
Para el almuerzo, y para finalizar nuestra aventura de una forma más relajada y con sabores locales, nos dirigiremos al pueblo de Mae Klang Luang. Aquí, el ambiente es más cálido y el aire huele a café recién tostado. Puedes escuchar el crepitar de los granos mientras los tuestan, y el aroma te invita a entrar en alguna de las pequeñas cafeterías. Sientes la tierra bajo tus pies al caminar por el pueblo, quizás alguna gallina picoteando cerca. Es un lugar perfecto para probar el café local, cultivado en la zona. La taza caliente entre tus manos, el sabor amargo y terroso del café, y la sensación de tranquilidad que emana del lugar, te darán el cierre perfecto para la jornada. Es el momento de saborear la autenticidad, lejos de las multitudes. No te preocupes por las prisas, aquí se vive lento.
Un abrazo desde la carretera,
Ana de los senderos