Imagina que te acercas a un palacio gigante, de un amarillo intenso, que se alza majestuoso en medio de un parque. No es un museo, es algo más, lo sientes. El aire ya empieza a oler diferente, a mineral, a humedad cálida, incluso antes de cruzar la entrada. Escuchas un murmullo lejano, como un eco de voces y chapoteos que te llama. Cuando cruzas la puerta principal, es como si el mundo de fuera se quedara atrás. La luz se filtra suavemente por las ventanas altas y el vapor ya te envuelve, no como neblina, sino como una manta invisible que te da la bienvenida a un reino de agua.
Una vez dentro, el primer paso es conseguir tu "llave" para este otro mundo. Te dan una pulsera que parece un reloj, pero es tu pase y la llave de tu vestuario. Puedes elegir entre una cabina privada, donde entras y te cambias con calma, o una taquilla para dejar tus cosas. El suelo de baldosas está fresco bajo tus pies descalzos mientras buscas tu número. Escuchas el eco de puertas de madera cerrándose y el suave tintineo de las pulseras. Hay un ligero olor a cloro, pero es un olor limpio, de promesa.
Con tu bañador puesto, sigues el sonido suave del agua. Llegas a una sala abovedada donde el vapor es más denso y el aire es húmedo y cálido, casi pesado. El primer charco al que entras es más pequeño, más íntimo. Sientes cómo el agua te llega hasta las rodillas, luego hasta la cintura. No es solo calor, es una caricia constante que te envuelve. El sonido de tu propia respiración se mezcla con un murmullo de conversaciones bajas. Puedes mover los dedos de los pies y notar el suelo resbaladizo pero seguro. En algunos puntos, sientes burbujas suaves que te masajean la piel. El olor a minerales es más fuerte aquí, como si la tierra misma estuviera respirando a tu alrededor.
Luego, te atreves a salir al exterior. Aquí es donde el contraste te golpea, sobre todo si hace frío: el aire en tu cara es fresco, incluso gélido, pero debajo, el agua es un abrazo caliente que te llega hasta el cuello. El vapor es tan denso que a veces apenas ves más allá de unos metros, creando una atmósfera mágica. Te mueves por la piscina principal, la más grande. Sientes cómo una suave corriente te arrastra en un círculo, sin esfuerzo. Escuchas risas, chapoteos, el sonido de gente moviéndose libremente. Hay puntos donde el agua es más caliente, otros donde sientes chorros que te masajean la espalda.
En esta piscina exterior, oirás un sonido peculiar: el clic-clac de las piezas de ajedrez. Sí, hay tableros flotantes donde la gente juega mientras está sumergida, en total concentración. Puedes quedarte quieto, solo flotando, dejando que el agua te sostenga. O puedes probar las piscinas más pequeñas, cada una con una temperatura diferente, algunas muy frías, otras casi hirviendo, para un shock revitalizante. Si te apetece un extra, hay saunas y baños de vapor, donde el calor te envuelve por completo y sientes cómo cada poro de tu piel se abre. El sonido allí es casi nulo, solo tu propia respiración acelerada.
Para que tu visita sea perfecta, te recomiendo llevar tu propio bañador, una toalla (grande, si puede ser), y chanclas. Si se te olvida algo, puedes alquilarlo o comprarlo allí, pero te saldrá más caro. Las entradas las puedes comprar online con antelación para saltarte colas, o directamente en taquilla. Si compras online, el día que vayas, busca la fila de "online tickets" o "already purchased". Una vez dentro, hay carteles, pero es grande, así que no dudes en preguntar si te pierdes. Y lleva una botella de agua, te deshidratas sin darte cuenta.
Cuando por fin decides que ya es suficiente y que tus dedos están un poco arrugados, el camino de vuelta es más tranquilo. Te duchas y te secas, y notas que tu piel está increíblemente suave. Te vistes y sientes una ligereza en el cuerpo que no tenías al llegar. El mundo exterior parece un poco más ruidoso, un poco más frío, pero tú estás en un estado de calma profunda. La sensación de haber flotado en un paraíso cálido se queda contigo mucho después de haberte ido.
Olya from the backstreets