¡Hola, viajeros! Acabo de regresar de Budapest, y no puedo dejar de hablaros del Parlamento (Országház). Es de esos lugares que te golpean nada más verlos, y que te dejan pensando mucho después de irte.
Imagina que te acercas por la orilla del Danubio, el aire fresco del río te roza la cara, y de repente, una mole gótica se alza frente a ti. No es solo un edificio, es como una ciudadela de piedra, tan grande que te sientes diminuto a su lado. Puedes casi escuchar los ecos de la historia en cada una de sus agujas, sentir el peso de los siglos en el aire denso que lo rodea. Es tan inmenso que abruma, y si extiendes la mano, casi podrías tocar la bruma que a veces lo envuelve, dándole un aire misterioso, casi de cuento.
Al cruzar sus puertas, la sensación es de un cambio abrupto. El bullicio de la calle se apaga, y te envuelve un silencio solemne, roto solo por el eco lejano de otros pasos y el murmullo de las guías. El aire aquí dentro huele a madera antigua, a polvo de historia y a esa cera que usan para pulir los suelos. Sientes el frío de la piedra bajo tus pies y el brillo pulido de los mármoles bajo tus dedos si los rozas. Cada sala que atraviesas es más opulenta que la anterior, con una riqueza de detalles que te hace sentir en otro siglo. Es como entrar en una caja de música gigantesca, donde cada rincón tiene su propia melodía visual, aunque la percibas con otros sentidos.
Para visitarlo, lo mejor es reservar tu entrada online con antelación. Es la única forma de garantizarte un sitio, y créeme, no querrás quedarte fuera. Las visitas son guiadas y en grupos, así que prepárate para seguir un ritmo. La nuestra fue en español, lo cual fue genial, pero el tiempo es bastante ajustado. Te llevan por los pasillos principales, la grandiosa escalera, la sala de la Cúpula y la Antigua Cámara Alta. La seguridad es estricta, con controles de tipo aeropuerto, así que ve con tiempo. Lo que me sorprendió fue la eficiencia con la que manejan a tanta gente, aunque a veces te sientes un poco "en rebaño".
Lo más impresionante, sin duda, es la Cúpula, donde se guarda la Santa Corona Húngara y las Joyas de la Coronación. No se pueden sacar fotos, ni hablar, y hay guardias inamovibles a su alrededor. Es una sala circular y la atmósfera es de una solemnidad palpable. Aunque no puedas verla, sientes la presencia de la Corona, la quietud reverente de la gente a tu alrededor, el silencio que solo rompe el cambio de guardia ocasional, con el sonido rítmico de sus botas. Es un momento que te conecta directamente con la historia del país. También me sorprendió descubrir que sigue siendo un edificio en activo, no solo un museo; la Cámara de Representantes está ahí mismo, y sientes que estás pisando un lugar donde la historia se sigue escribiendo.
Si tengo que ser honesta, lo que menos me gustó fue precisamente la sensación de prisa. Sientes que te empujan de una sala a otra, sin apenas tiempo para asimilar la belleza o los detalles. Y aunque entiendo las restricciones de seguridad, no poder hacer fotos en ciertas zonas clave (como la de la Corona) es un poco frustrante, especialmente si quieres recordar los detalles para compartir. También, la zona de la tienda de regalos es un poco caótica y no muy inspiradora. Mi consejo es que vayas preparado para un tour rápido y que intentes absorber lo máximo posible con todos tus sentidos en el momento, porque no habrá mucho tiempo para la contemplación.
Aun con ese ritmo, creo que el Parlamento de Budapest es una visita obligada. Es una de esas maravillas arquitectónicas que te dejan sin aliento y te hacen entender la grandeza y la historia de una nación. Es un lugar que te habla, no solo con sus paredes, sino con la energía que emana. Aunque solo sea por sentir esa inmensidad y esa conexión con el pasado, merece totalmente la pena.
¡Hasta la próxima aventura!
Clara por el mundo