¿Qué haces en el Palais Longchamp? ¡Ah, amiga! No es solo "ver" algo, es *vivirlo*.
Cuando te acercas al Palais Longchamp, lo primero que *sientes* es el espacio. Imagina que el aire se abre, se vuelve más amplio a tu alrededor. Tus pasos resuenan un poco más fuerte en la gran explanada que lo antecede, y una sensación de grandeza te envuelve. Es como si el edificio respirara, invitándote a entrar en su abrazo monumental. Aquí, el silencio de la piedra antigua se mezcla con el murmullo lejano de la ciudad, creando una atmósfera única. Para llegar, lo más sencillo es el metro, línea 1 hasta la estación "Cinq Avenues – Longchamp", te deja prácticamente en la puerta y es muy cómodo.
Una vez allí, el sonido del agua te envuelve. No es solo un chorro, es una sinfonía acuática que brota de la fuente central. Puedes casi *sentir* la bruma fina en tu cara si te acercas lo suficiente, refrescante, especialmente en un día cálido de Marsella. Las esculturas, aunque no las veas, las puedes *imaginar* por la fuerza que transmiten: leones imponentes, mujeres que parecen danzar con el agua. El sol, si es media tarde, ilumina la piedra con una luz dorada que casi puedes *sentir* en tu piel, haciendo que cada detalle resalte. Es el momento perfecto para simplemente sentarse en uno de los bancos y dejar que el sonido del agua te relaje.
Después de la majestuosidad del agua, tus pasos te llevan a la calma del parque que se extiende por detrás. Aquí, el *olor* a tierra húmeda y a flores, según la estación, te invade, un contraste precioso con la piedra del palacio. Puedes *escuchar* el canto de los pájaros entre los árboles y, si hay niños, sus risas alegres jugando. El suelo cambia de la piedra lisa a la gravilla, y luego, si te atreves, al césped suave que invita a quitarte los zapatos. Hay senderos bien marcados para pasear tranquilamente, y muchos rincones con sombra donde puedes descansar y sentir la brisa. Es un lugar ideal para un picnic improvisado si llevas algo de comer.
Si te animas a entrar a los museos que flanquean el palacio (el Museo de Bellas Artes y el Museo de Historia Natural), la sensación cambia. El aire es más fresco, más quieto, y puedes *percibir* la quietud de la historia y el conocimiento. El eco de tus propios pasos te acompaña mientras te mueves por las salas, y a veces, un suave crujido de la madera antigua te recuerda la edad del lugar. Las colecciones son variadas; en el de Bellas Artes, la sensación es de solemnidad ante obras que han visto siglos. En el de Historia Natural, puedes casi *sentir* la curiosidad por el mundo que te rodea. La entrada a los museos tiene un coste, pero no es excesivo, y los horarios suelen ser de 10:00 a 18:00, pero siempre es bueno revisar antes de ir, porque cierran los martes.
Al salir, te llevas una sensación de grandiosidad y paz. El eco de las risas de los niños en el parque y el murmullo del agua te acompañan mientras te alejas. Es un lugar donde puedes pasar fácilmente dos o tres horas sin darte cuenta, simplemente absorbiendo la atmósfera. Si necesitas un café o un tentempié antes de seguir tu camino, hay pequeños quioscos y cafeterías en los alrededores, a poca distancia. Es una experiencia completa, que te deja con la sensación de haber descubierto un verdadero oasis en el corazón de Marsella.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets