Si alguna vez te preguntas qué se *siente* el Viejo Puerto de Marsella, no es solo un lugar en un mapa. Imagina que llegas y lo primero que te golpea es una mezcla inconfundible: el salitre del mar, un toque dulce de azahar que flota en la brisa de vez en cuando, y el inconfundible aroma a café recién hecho de las terrazas cercanas. Sientes el sol cálido en tu piel, un sol que ilumina el agua haciendo que miles de destellos bailen ante tus ojos. Escuchas el suave tintineo de los mástiles de los veleros chocando entre sí, el graznido ocasional de una gaviota y un murmullo constante de voces en francés que te envuelve, como si la ciudad misma te diera la bienvenida.
Caminas un poco más, siguiendo el sonido de la actividad, y el aire se vuelve más fresco, con el olor penetrante y vibrante a marisco fresco. Has llegado al mercado de pescado. Oyes las voces de los pescadores, graves y resonantes, ofreciendo su pesca del día, mezclándose con el chapoteo del agua y el roce de las redes. Tus pies sienten el frescor y la irregularidad de los adoquines húmedos, y si te acercas lo suficiente, podrías sentir la humedad en el aire que trae el rocío de los cubos de hielo. Es un torbellino de vida donde la autenticidad marsellesa se palpa en cada rincón.
Para vivir el mercado de pescado a tope, lo mejor es ir bien temprano por la mañana, entre las 8 y las 10. Verás la pesca del día y la negociación en vivo. No es solo para comprar, es un espectáculo. Si quieres algo más que pescado, hay puestos de souvenirs y productos locales cerca, pero el foco principal es el pescado fresco. Lleva calzado cómodo, los adoquines son resbaladizos si llueve o si acaban de limpiar.
El sol sigue alto, y la brisa marina te acompaña mientras sigues el contorno del puerto. Ahora, el olor a salitre es más puro, y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra los muros del muelle se hace más presente. Tus dedos rozan la piedra antigua de los edificios que bordean el puerto, sintiendo la historia incrustada en cada grieta. Al acercarte a la zona del MUCEM y el Fuerte Saint-Jean, la brisa te trae un aroma a piedra calentada por el sol, mezclado con el aire fresco del mar abierto. Puedes sentir la inmensidad del Mediterráneo abriéndose ante ti, la promesa de horizontes lejanos.
Moverse por el Vieux Port es fácil, puedes rodearlo a pie. Para cruzar de un lado a otro sin dar toda la vuelta, hay un pequeño ferry (el "ferry boat") que cruza de forma gratuita y es un clásico. El MUCEM y el Fuerte Saint-Jean están uno al lado del otro en la entrada del puerto, son imperdibles. Para subir al Fuerte, hay una pasarela moderna desde el MUCEM que te da vistas increíbles. Las paradas de metro y tranvía están muy cerca del puerto.
Al mediodía, el aroma de la comida empieza a dominar. Flota en el aire el inconfundible olor a anís del pastis, el licor local, y pronto, un aroma más complejo y profundo: el de la bouillabaisse. Sientes el calor del plato humeante que te ponen delante, la textura de los trozos de pescado fresco que se deshacen en la boca, el sabor azafranado y herbáceo del caldo que te envuelve. Cada bocado te transporta a la esencia de la Provenza. Oyes el tintineo de los vasos y el murmullo animado de las conversaciones que llenan las terrazas, una sinfonía de placer culinario y camaradería.
Para comer, la bouillabaisse es un must, pero pregunta por el precio antes, puede ser cara. Busca restaurantes un poco apartados de la primera línea del puerto para mejor calidad/precio. Otros platos a probar son las moules marinières (mejillones al vapor), la tapenade (paté de aceitunas) y la socca (una especie de tortita de harina de garbanzo). El barrio de Le Panier, subiendo desde el puerto, tiene sitios más auténticos y bohemios para picar algo.
A medida que la tarde avanza, la luz se tiñe de naranja y rosa. Si decides tomar un barco hacia las islas de Frioul o el Château d'If, sientes el viento en la cara, la salpicadura fría del agua en tu piel, y la vibración del motor bajo tus pies. El sonido de las olas es más fuerte, más libre. Al regresar al puerto al atardecer, el aire se vuelve más fresco, pero el ambiente se calienta. Los faros de los barcos se encienden, y las luces de la ciudad se reflejan en el agua, creando un espectáculo titilante. Oyes la música suave de algún bar, risas distantes y el suave lapeo del agua contra los muelles, despidiendo el día con una melodía tranquila.
Por la noche, el Viejo Puerto es seguro y animado, pero como en cualquier ciudad, mantén tus pertenencias vigiladas. Hay muchos bares y restaurantes con terrazas para disfrutar del ambiente nocturno. El último ferry boat cruza hasta más tarde, pero si te alejas mucho, los taxis o VTC son buena opción. Si buscas algo diferente, puedes subir a la noria gigante que a veces instalan para tener vistas aéreas del puerto iluminado.
Olya from the backstreets.