¡Hola! Si me preguntas qué se *hace* en el Museo El Castillo en Medellín, déjame contártelo como si te llevara de la mano.
Imagina que el taxi te deja y de repente, el ruido constante de la ciudad se disipa. Lo primero que sientes es un cambio en el aire, más fresco y puro, como si una brisa ligera te acariciara la piel y te despejara la mente. Escuchas el canto de los pájaros, no el murmullo del tráfico. Tus pies pisan un sendero de gravilla fina que cruje suavemente bajo tu peso, y el aroma a tierra húmeda, a césped recién cortado y a flores te envuelve, como un abrazo verde. Es un respiro inmediato.
Caminas por senderos sinuosos, y puedes extender la mano y tocar la suavidad de las hojas de las hortensias, o sentir la rugosidad de la corteza de árboles antiguos que se alzan imponentes. El aire se llena con el perfume dulce de las rosas y el jazmín, que te sigue mientras te adentras más. Escuchas el suave murmullo de una fuente, un hilo de agua que cae rítmicamente sobre piedra, y el zumbido ocasional de una abeja que revolotea. Tómate tu tiempo en los jardines; no hay prisa. Son perfectos para una caminata tranquila por la mañana o al atardecer, cuando la luz es más suave y el ambiente más íntimo.
Mientras te acercas a la casa principal, sientes cómo el espacio se abre y el aire se vuelve un poco más denso, cargado de historia. Tus dedos pueden rozar los muros de piedra fría y maciza, sintiendo la textura irregular, casi como si pudieras percibir el paso de los años en cada grieta. La puerta de madera, enorme y pesada, se siente imponente bajo tu mano, y al empujarla, el chirrido metálico de los goznes te transporta a otra época, a un mundo de elegancia y sosiego.
Una vez dentro, el ambiente cambia por completo. La luz se filtra suavemente por las ventanas, creando un juego de sombras que bailan en las paredes. El aire tiene un ligero aroma a madera antigua y cera, una fragancia que te envuelve mientras te mueves por las diferentes salas. Escuchas el eco de tus propios pasos en los pisos de madera pulida, un sonido que te hace consciente de la amplitud de los salones. Puedes extender la mano y sentir la frialdad de una vitrina de cristal que protege objetos delicados, o la suavidad del terciopelo de un mueble antiguo, imaginando las historias que ha presenciado. La casa está llena de colecciones de arte decorativo, mobiliario de época, cerámica... cosas que te dan una idea de cómo vivían las familias adineradas de Medellín. Puedes hacer el recorrido por tu cuenta o unirte a una visita guiada; los guías suelen saber un montón de historias y anécdotas interesantes que le dan vida a cada objeto.
Después de recorrer la casa y sus tesoros, busca la cafetería. Imagina el calor de una taza de café recién hecho entre tus manos, el aroma tostado que se mezcla con el aire fresco de la montaña. Puedes sentir el suave zumbido de las conversaciones a tu alrededor, un murmullo agradable que te acompaña. Si logras encontrar un asiento con vista, sentirás la brisa suave en tu piel y el sol en tu cara, mientras el sonido de la ciudad se vuelve un eco distante, casi imperceptible. La cafetería está en un lugar con una vista increíble, ideal para un descanso.
Al salir, el sol de la tarde puede que te dé de lleno en la cara, cálido y reconfortante, como una despedida. Te llevas contigo no solo imágenes, sino la sensación de haber viajado en el tiempo, de haber pisado un pedazo de historia. El sonido de los pájaros sigue ahí, pero ahora lo escuchas de forma diferente, con una apreciación renovada. Sientes la calma que el lugar te ha transmitido, una tranquilidad que contrasta con el ritmo vibrante de Medellín que te espera fuera. Es un lugar para desconectar, te lo prometo.
Olya from the backstreets