¡Hola, viajeros! Hoy vamos a sumergirnos en el corazón vibrante de Medellín, un lugar donde el arte no solo se ve, sino que se siente: la Plaza Botero.
Imagina que acabas de salir de la estación del metro, y el aire, antes cargado de los ecos del tren, ahora se abre a una brisa suave, cálida, con un leve olor a café y a la tierra húmeda que la ciudad exhala. Das unos pocos pasos y, de repente, el espacio se expande. No hay paredes, solo un cielo inmenso y un suelo que te invita a caminar. Lo primero que te golpea, antes incluso de verlas con claridad, son las formas. Gigantescas, suaves, redondas. Caminas hacia ellas, y la plaza se despliega ante ti, un lienzo urbano donde la vida de Medellín bulle en torno a las esculturas de Fernando Botero.
Cuando te acercas a las esculturas, el instinto es tocarlas. No lo dudes. Extiende la mano y siente el bronce liso, frío al principio, pero que rápidamente se templa con el calor de tu piel. Sus curvas son tan generosas que casi puedes sentir el peso de sus formas, la gravedad que las ancla al suelo. Aquí, justo al lado de la imponente "Maternidad" o la juguetona "Mujer con Fruta", es donde la gente se detiene de forma natural para una foto. No es solo la pose con la escultura; es la forma en que el tamaño de Botero te hace sentir parte de la obra, un contraste divertido entre tu escala y la suya. A tu alrededor, escucharás el murmullo constante de la gente, el clic ocasional de una cámara, y quizás el suave rasgueo de una guitarra de un músico callejero. Estás en el centro de un ballet humano, donde cada persona es un punto en el inmenso escenario de la plaza.
Si buscas una perspectiva diferente, camina hacia la entrada del Museo de Antioquia, que flanquea un lado de la plaza. Desde sus escalinatas, o incluso desde la arcada de la planta baja, puedes capturar una vista más amplia de la plaza, con varias esculturas enmarcadas por la arquitectura colonial y moderna. Aquí, puedes sentir el pulso de la ciudad de otra manera: el ir y venir de los vendedores ambulantes ofreciendo frutas frescas, el sonido de los niños jugando, el aroma a frituras que se mezcla con el aire. Es un mosaico de sensaciones que te envuelve, mostrando cómo el arte y la vida cotidiana se entrelazan de forma inseparable en este rincón de Medellín.
Para las fotos y para vivir la plaza, el mejor momento es la mañana, entre las 9 y las 11 a.m. La luz del sol es suave y dorada, ideal para resaltar las texturas del bronce sin sombras duras, y la plaza aún no está tan concurrida. Si buscas un ambiente más vibrante y la magia de la "hora dorada", ve al final de la tarde, justo antes del atardecer. La plaza se llena de vida, las luces de la ciudad empiezan a encenderse, y las esculturas adquieren un tono cobrizo precioso bajo el sol poniente. Eso sí, como en cualquier lugar concurrido, mantente atento a tus pertenencias. Disfruta de un tinto (café negro) en uno de los puestos cercanos, pero siempre con un ojo en tu alrededor.
Un abrazo desde la carretera,
Olya from the backstreets