¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo de la mano a un lugar que se siente como un cuento, Guatapé. Imagina que el aire de la montaña empieza a colarse por la ventana, más fresco, más limpio que el de la ciudad. Sientes cómo el autobús se mece suavemente por la carretera, y una sensación de anticipación te recorre. Aún no ves el pueblo, pero ya lo hueles: a tierra húmeda, a flores, a esa calma que solo los lugares pequeños y llenos de vida pueden ofrecer. Es un despertar para todos tus sentidos, una promesa de color y magia que sabes que está a punto de desvelarse.
Para llegar, es muy sencillo y directo. Desde Medellín, ve a la Terminal del Norte y busca los autobuses que van a Guatapé. Salen con mucha frecuencia, casi cada 15-20 minutos, así que no necesitas reservar con antelación. El trayecto dura unas dos horas, dependiendo del tráfico. Te bajas en la estación de Guatapé y, desde ahí, el pueblo principal está a unos 5-10 minutos caminando. No te compliques con taxis ni mototaxis para el centro, es una caminata agradable y plana que te permite empezar a empaparte del ambiente.
Una vez en el pueblo, prepárate para un festín para tus manos y tus oídos. Imagina que paseas tus dedos por las fachadas de las casas. No son solo paredes, son historias talladas. Los zócalos, esos bajorrelieves coloridos, te cuentan sobre la vida de los habitantes, sus oficios, su naturaleza. Sientes la textura de la pintura, a veces un poco rugosa, a veces lisa, y en cada uno, una forma diferente. Escuchas el murmullo de la gente, las risas de los niños, el claxon ocasional de un mototaxi lejano y, a veces, el suave repique de las campanas de la iglesia. Cada esquina es una sorpresa, un estallido de color que te envuelve, y aunque no los veas, los zócalos son tan táctiles, tan vivos, que casi puedes sentirlos hablar. No te pierdas la Calle del Recuerdo, es como un pasillo secreto donde cada casa es una obra de arte.
Cuando el hambre aprieta, Guatapé tiene sabores que no te puedes perder. La trucha es la estrella aquí, fresca del embalse. Busca un restaurante con vista al agua si quieres un extra, pero para una experiencia más auténtica y económica, métete por las calles secundarias, cerca del parque principal. Escucha los ruidos de las cocinas, el chisporroteo del aceite, y sigue el aroma a pescado asado o patacones recién hechos. Para beber, pide un jugo de maracuyá o lulo, son el toque perfecto de acidez y dulzura. Te sentirás como si te sentaras en la mesa de una abuela colombiana, escuchando el ir y venir de la gente, mientras disfrutas de una comida honesta y deliciosa.
Ahora, para el gran final, lo que te guardaría para cuando ya te sientas parte del pueblo: la Piedra del Peñol. Para llegar, desde el pueblo toma una chiva o un mototaxi (unos 5-10 minutos de trayecto). Una vez allí, prepárate para la subida. Sientes tus músculos trabajar con cada escalón, son más de 700. El aire se vuelve más fresco a medida que asciendes, y el sonido de tu propia respiración se mezcla con el del viento. A veces, sientes la vibración de la roca bajo tus pies, una sensación de solidez antigua. Pero la recompensa… al llegar a la cima, el viento te abraza, y sientes la inmensidad del paisaje. Imagina un patchwork de islas verdes, el agua azul esmeralda del embalse, y la brisa te acaricia el rostro. Es una sensación de libertad y de asombro que te llena el pecho. Es el momento perfecto para absorber la belleza de este lugar, una despedida majestuosa.
Si fuera tú, me saltaría los paseos en barco genéricos que te ofrecen por todas partes en el malecón si tu tiempo es limitado. A menudo son solo un recorrido rápido sin mucho que ver o hacer más allá de la vista. En su lugar, dedicaría más tiempo a perderme por las calles del pueblo, explorando cada zócalo, sentándome en el parque a observar la vida local o simplemente disfrutando de un café en alguna placita tranquila. La verdadera magia de Guatapé está en sus detalles, en la gente, en el arte de sus paredes, no tanto en el agua.
¡Hasta la próxima aventura!
Clara por el mundo