¡Hola, trotamundos! Si alguna vez te encuentras en Ho Chi Minh, hay un lugar que no es solo un punto en el mapa, sino una experiencia que te envuelve: la Pagoda del Emperador de Jade. Para mí, es de esos sitios donde te sientes transportado, y quiero que tú también lo sientas.
Imagina que das un paso fuera del bullicio de la calle y, de repente, el aire cambia. Ya no es el tráfico y el calor sofocante lo que te golpea, sino una mezcla de incienso denso y flores frescas. Escuchas el suave crepitar de las varitas de incienso y un murmullo constante de oraciones, casi como un zumbido. Tus pies pisan un suelo fresco, quizá de piedra, y sabes que has entrado en un santuario. Esta es la entrada principal, el punto de partida. Tómate un momento aquí, respira hondo y deja que el ambiente te invada. Es el preludio a la paz.
Desde la entrada, camina despacio hacia el corazón de la pagoda, el salón principal. Aquí, el incienso es aún más potente, y la atmósfera se vuelve más densa, casi tangible. Puedes sentir el calor de las velas y las lámparas votivas que iluminan las estatuas, y si extiendes la mano, podrías rozar la madera pulida de los altares o la frialdad de alguna ofrenda de piedra. Escucha con atención: el sonido del incienso quemándose, el tintineo ocasional de una campana pequeña, y el suave arrastrar de pies de los fieles. Siente la energía, la devoción en el aire. Es un lugar para sentir y observar con el alma, no solo con los ojos.
Ahora, mientras sigues la ruta natural, te encontrarás con pequeños rincones. Un patio lateral, por ejemplo, donde quizás escuches el chapoteo de las tortugas en un estanque. Puedes pasar por allí, sentir la brisa que entra, notar el cambio en el sonido del agua, pero no es necesario detenerse mucho tiempo. Es una pincelada más de la vida de la pagoda, pero no el punto central de tu exploración sensorial. Lo importante es que te sigas moviendo hacia la parte más profunda de la pagoda, donde la experiencia se vuelve más intensa.
Para el final, y esto es clave, guarda la Sala de los Diez Infiernos (Diêm La Điện). Es una experiencia que te sacude. A medida que te acercas, el ambiente se vuelve más oscuro, más serio, casi sombrío. El incienso aquí es más pesado, y el silencio es más profundo, roto solo por el eco de tus propios pasos. Imagina tocar las representaciones de los castigos y las pruebas del inframundo; sentirás la textura fría y áspera de la piedra o la madera tallada, la minuciosidad de cada detalle. Es un lugar para la reflexión, para sentir la solemnidad y la complejidad de las creencias budistas sobre el karma y la justicia. Es el cierre perfecto, dejándote con una sensación de asombro y de profunda contemplación.
Consejos prácticos para tu visita
* Ruta sencilla: Entra por la puerta principal, pasa al salón principal para sentir el ambiente central. Luego, da una vuelta por los pasillos laterales, no te detengas demasiado en el estanque de las tortugas si no te llama mucho la atención. Finalmente, dirígete a la Sala de los Diez Infiernos.
* Mejor momento: Temprano por la mañana (antes de las 9 am) o al final de la tarde (después de las 4 pm) para evitar las multitudes y el calor más intenso.
* Duración: Con una hora y media o dos tendrás tiempo de sobra para absorberlo todo sin prisas.
* Vestimenta: Siempre hombros y rodillas cubiertos por respeto.
* Respeto: Mantén la voz baja, no uses flash en las fotos si decides tomar alguna, y sé consciente de los fieles.
¡Espero que lo sientas con cada fibra de tu ser!
Ana la trotamundos