Si alguna vez te encuentras en Ho Chi Minh City, hay un lugar que, aunque difícil, te prometo que te marcará. No es un sitio turístico para 'disfrutar', sino para entender, para sentir en cada fibra de tu ser lo que la guerra significa. Hablo del Museo de los Restos de la Guerra (Bao Tang Chung Tich Chien Tranh). No te voy a dar un tour, sino a guiarte como si camináramos juntos, hombro con hombro, a través de sus pasillos, sus silencios y sus gritos mudos.
Imagina que llegamos. El bullicio de las motos, los cláxones y el calor húmedo de la ciudad de repente se atenúan al cruzar la entrada. Lo primero que te envuelve es una especie de paz inquietante, un silencio que no esperas. Aquí, en el exterior, te sugiero que empecemos. Estira la mano y siente el frío y duro metal de los tanques, la rugosidad de la chapa de los helicópteros. Puedes casi sentir el peso de esas máquinas de guerra, su imponente presencia. Sube los dedos por las cadenas de un vehículo de asalto, imagina el traqueteo y el olor a diésel que debían desprender. Camina alrededor de ellos, notando lo pequeños que nos sentimos a su lado, la escala de la destrucción que representan. El sol puede pegar fuerte aquí fuera, pero hay una sombra que se cierne sobre todo, una sombra de historia.
Después de absorber la magnitud del exterior, entramos al edificio principal. El aire acondicionado te golpea, un alivio fresco, pero el ambiente se vuelve más denso, más pesado. Aquí dentro, el sonido de tus propios pasos parece amplificarse en el silencio respetuoso de los visitantes. Empezamos en la planta baja, donde las primeras salas te muestran carteles de propaganda, fotos de apoyo internacional. Es un recordatorio de que, incluso en la oscuridad, hubo voces de esperanza y solidaridad. Puedes casi escuchar los ecos de las marchas por la paz, sentir la determinación en los rostros de quienes se oponían a la guerra. No te detengas demasiado aquí, son importantes para el contexto, pero lo más impactante está por venir. Muévete con calma, dejando que tus ojos se adapten, tus sentidos se preparen.
Ahora llegamos a la sala que, para mí, es el corazón y el alma de este museo, y la más difícil de digerir: la dedicada al Agente Naranja. El silencio aquí es casi ensordecedor. No hay gritos, no hay explosiones, solo un mutismo que te llega hasta los huesos. Imagina que te rodeas de fotografías que no necesitan palabras. Sientes un nudo en el estómago, una opresión en el pecho, al entender el horror que significó ese químico. Puedes casi oler la desesperación, la injusticia. No hay olores reales, claro, pero la mente los evoca. No hay sonido, pero el eco de la vida rota resuena en tu mente. Tómate tu tiempo aquí. Siente la empatía, la tristeza, la rabia. Es un golpe al alma, sí, pero es necesario para comprender la profundidad del sufrimiento humano en esta guerra. Respira hondo. Permítete sentirlo todo.
Subiendo a los pisos superiores, encontrarás una sala dedicada a las fotografías de corresponsales de guerra internacionales. Aquí el ambiente es diferente, más contemplativo. Puedes casi sentir el clic de las cámaras, la urgencia de capturar la verdad en medio del caos. Cada imagen es un puñetazo, una ventana a un momento que nunca deberíamos olvidar. La luz tenue, el silencio, te invitan a acercarte, a sentir la textura de la historia en cada píxel. Algunas de las otras salas, como la de los juguetes de los niños o algunas exposiciones más centradas en documentos, puedes recorrerlas más rápido si sientes que tu energía emocional empieza a agotarse. Son importantes, sí, pero si necesitas un respiro, o si el tiempo apremia, concéntrate en las imágenes, en los rostros que hablan por sí solos. Te aseguro que la empatía que sentirás será más poderosa que mil palabras.
Un par de cosas prácticas: este museo no es para una visita rápida. Necesitas al menos dos horas, pero si te permites sentirlo todo, fácilmente serán tres. Ve por la mañana temprano, justo cuando abren, o a última hora de la tarde, antes de que cierren. Así evitarás las multitudes y podrás experimentar la quietud que este lugar merece. Y prepárate emocionalmente. No es un parque de atracciones. Es una experiencia que te dejará pensando, sintiendo, y probablemente con un nudo en la garganta. Pero es una visita esencial, un recordatorio brutal de la capacidad humana para la crueldad, y a la vez, para la resiliencia.
Espero que esta guía te ayude a navegar un lugar tan importante.
Con cariño desde el camino,
Olya from the backstreets