Imagina el calor pegajoso y la humedad que se te pega a la piel nada más bajarte del autobús. No es solo el clima de Vietnam, es como si el aire mismo estuviera cargado de historias, de susurros de un pasado no tan lejano. Cu Chi no es un museo acristalado; es una cicatriz en la tierra, un recordatorio palpable de la resiliencia humana. Aquí, cada paso que das sobre la tierra roja y húmeda, bajo la densa cubierta de la jungla, te conecta con el ingenio y el sufrimiento de quienes vivieron y lucharon en estos túneles.
Al llegar, lo primero que harás es ver un vídeo introductorio. No es solo un documental; es una inmersión. Sientes el sonido de los bombardeos, la urgencia en las voces, y el ambiente se vuelve denso, casi opresivo. Es el punto de partida perfecto para entender la mentalidad que dio origen a todo esto. Desde ahí, te dirigirán hacia la primera sección de los túneles.
Luego te adentrarás en los túneles. Te agachas, sientes la tierra húmeda en las manos, el aire se vuelve más denso, cargado con el olor a humedad y a tierra. Es oscuro, y la claustrofobia te roza, pero sigue. Te arrastras, te mueves despacio, intentando imaginar cómo era vivir ahí abajo, en la oscuridad total, con el eco de tus propios pasos y respiración como única compañía. Hay secciones de diferentes longitudes: prueba la más corta, la de 20 metros, para sentirlo sin abrumarte.
Después de los túneles, verás las trampas ocultas. No son solo exhibiciones; son un escalofrío. Imagina el crujido de una hoja bajo tus pies, el sonido de un resorte, y de repente, el pánico. Puedes ver cómo funcionan, la brutal simplicidad de su diseño. Sientes la impotencia de la víctima, la astucia de quien las construía. Es una parte dura, pero esencial para entender la cruda realidad de la guerra de guerrillas.
No te pierdas las entradas escondidas. Son agujeros tan pequeños, tan perfectamente camuflados bajo las hojas secas, que te costará creer que por ahí se metía una persona adulta. Sientes la estrechez al intentar meterte un poco, la oscuridad instantánea que te envuelve. Es la parte que te hace sentir el ingenio puro, la habilidad de desaparecer en la nada, de vivir bajo la nariz del enemigo.
Escucharás los disparos del campo de tiro. Es un ruido constante, un recordatorio atronador de la violencia que impregnó este lugar. Si no te interesa disparar, no hace falta que te detengas. Sigue tu camino, el olor a pólvora se disipará pronto, y el sonido de los disparos se convertirá en un eco lejano mientras te alejas.
Para el final, deja la parte más emotiva: las cocinas subterráneas y las áreas de vida. Es donde la historia se vuelve más personal. Puedes oler un débil aroma a yuca cocida, la comida básica que les mantenía. Sientes la sencillez de sus vidas, la camaradería, la esperanza en la oscuridad. Cuando salgas de nuevo a la luz, el sol se sentirá más cálido, el aire más fresco, y la historia te pesará de una forma diferente, más profunda.
Entonces, si me preguntas cómo lo haría yo: empieza por el vídeo y los túneles cortos para sumergirte. Luego, las trampas y las entradas ocultas para entender el ingenio. El campo de tiro, si no te llama, sáltatelo sin remordimientos. Y guarda para el final la zona de las cocinas y las explicaciones de la vida subterránea; es donde la humanidad de la historia realmente te golpea. Es la forma de salir con una comprensión que va más allá de los hechos.
Olya from the backstreets