¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un rincón de Japón que me robó el alma: el Lago Ashi, o Ashi-no-ko, en Hakone. Imagina que bajas del tren y, de repente, el aire cambia. Ya no es el bullicio de la ciudad, sino una brisa fresca que te envuelve, con un leve aroma a pino y a esa humedad limpia que solo encuentras en la montaña. Cierras los ojos y sientes cómo el silencio se posa sobre ti, solo roto por el suave murmullo de las olas que lamen la orilla. Caminas despacio por un sendero de tierra compacta, tus pasos amortiguados, y puedes sentir la quietud que emana de los viejos cedros que te rodean. Es como si el tiempo se ralentizara solo para ti.
Mientras avanzas, la brisa se intensifica un poco, trayendo consigo el eco lejano de una campana, quizá de algún templo escondido entre la vegetación. Abres los ojos y, aunque no puedas verla, la inmensidad del lago se abre ante ti, vasta y serena. Sientes la amplitud del espacio, la forma en que el aire se expande, libre de edificios. Es en ese momento, cuando el viento te susurra al oído y la frescura del agua te llega, que entiendes por qué la gente viene aquí. Es un respiro profundo, un lugar donde el alma parece ensancharse al compás de la calma.
Mi abuelo, que creció no muy lejos de aquí, siempre decía que el lago Ashi era el corazón de Hakone, no solo por su belleza, sino porque era un lugar de encuentros y despedidas. Me contaba que, antes de que existieran los trenes o los coches, la gente que iba a Edo (el antiguo Tokio) pasaba por aquí. Se detenían en la orilla, lavaban sus caras en el agua fría y pedían a los kami, los espíritus del lago y de la montaña, un buen viaje. Y al regresar, hacían lo mismo, agradeciendo el camino de vuelta. Decía que cada ola que rompe en la orilla lleva consigo los ecos de miles de oraciones y esperanzas, y que por eso el lago siempre tiene esa energía tan especial, porque ha sido testigo de tantas vidas. No es solo agua, es memoria.
Para llegar, lo más práctico es el Hakone Free Pass. Te lo recomiendo encarecidamente. Lo compras en Shinjuku (Tokio) y te cubre el tren, los autobuses, el teleférico, el funicular y hasta el barco pirata en el lago. Es un pase de dos o tres días y te ahorra un montón de dinero y complicaciones. Ve temprano para evitar las multitudes, especialmente si buscas esa tranquilidad que te mencionaba. Los meses de otoño (octubre-noviembre) son espectaculares por los colores de los árboles, pero la primavera también es preciosa. Lleva capas de ropa, el clima en la montaña puede cambiar rápido, y calzado cómodo para caminar.
Una vez allí, no te pierdas el paseo en el barco pirata. Sí, suena un poco turístico, pero es la mejor manera de cruzar el lago y apreciar las vistas, incluyendo el torii flotante del santuario de Hakone. Luego, baja en la estación de Moto-Hakone o Hakone-machi y camina hasta el santuario Hakone Jinja. Es un lugar mágico, con cedros centenarios y esa atmósfera sagrada. Si tienes tiempo, busca un onsen (baño termal) cerca; hay muchos en la zona de Hakone y es la forma perfecta de terminar el día, relajando los músculos en aguas volcánicas. Prueba el miso ramen local, es delicioso y reconfortante después de un día explorando.
Si puedes, plantéate pasar una noche en un ryokan (posada tradicional japonesa) en Hakone. La experiencia de dormir en un futón, cenar un kaiseki (comida tradicional de varios platos) y bañarte en un onsen privado es algo que eleva el viaje a otro nivel. Si vas solo por el día, asegúrate de tener claros los horarios del último tren de vuelta a Tokio. Aunque el lago es tranquilo, las conexiones de transporte tienen su ritmo. Y recuerda, no se trata solo de ver, sino de sentir cada momento, de dejarte llevar por la quietud del agua y la sabiduría de la montaña.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets