Imagina Tokio, con su pulso acelerado, el zumbido constante de la vida urbana. Ahora, cierra los ojos y respira hondo. Estás en Kitanomaru Park, un oasis verde justo en el corazón de todo. Sientes cómo el aire, antes cargado de la ciudad, se vuelve más fresco, más limpio, con un ligero aroma a tierra húmeda y a pino. Escuchas el suave susurro de las hojas al moverse con la brisa, un sonido que te envuelve y te aísla del bullicio exterior. Es como si el parque mismo te invitara a bajar el ritmo, a sintonizarte con algo mucho más antiguo y tranquilo.
Caminas, y bajo tus pies, la textura cambia. De la suave gravilla a la roca pulida por el tiempo, sientes cada paso. Hay tramos donde el camino se eleva ligeramente, luego desciende con una suavidad engañosa. Tus pies perciben la irregularidad del terreno, la forma en que las raíces de los árboles centenarios han levantado sutilmente el suelo o cómo las losas de piedra, con el paso de los siglos y la humedad, se han asentado de forma desigual. Es una danza lenta con el paisaje, donde cada apoyo te cuenta una historia sobre la edad del parque.
Justo por esa danza con el terreno, un consejo práctico: elige bien tu calzado. Unas zapatillas con buena suela o zapatos cómodos y cerrados son tus mejores aliados aquí. Después de una lluvia, o incluso por el rocío de la mañana, algunas de esas piedras pulidas pueden volverse resbaladizas sin avisar. No hay señales, solo la experiencia te lo dice. Un paso consciente, mirando dónde pisas, te ahorrará cualquier susto. No es un parque de obstáculos, pero sí de atención.
Te acercas a los fosos que rodean el parque, y el aire se vuelve ligeramente más húmedo. Puedes casi sentir la inmensidad de las antiguas murallas del castillo que se alzaban aquí, una presencia silenciosa que te envuelve. Escuchas el suave chapoteo de los patos en el agua, o quizás el remo de una barca solitaria. A veces, sientes la presencia de otras personas a tu alrededor, un murmullo de voces bajas, pero nunca abrumador. Es un eco del pasado, mezclado con la vida presente.
Y hablando de la gente, aquí va una advertencia amigable: aunque Kitanomaru es un remanso de paz, estás en el corazón de una gran ciudad. Es raro, pero como en cualquier lugar turístico con afluencia, puede que te encuentres con algún intento de 'estafa callejera' (street scams). Piensa en gente que se te acerca con ofertas "demasiado buenas para ser verdad", o que te pide firmar peticiones extrañas. Mi consejo es simple: una sonrisa amable y un 'no, gracias' firme y claro. No te detengas, no entables conversación si no te sientes cómodo. Tu intuición es tu mejor guía.
Mientras te adentras más, el tiempo parece ralentizarse. Puedes sentir la calma en tu pecho, una ligereza que contrasta con el ajetreo que dejaste atrás. El olor a verde se intensifica, el sonido del viento en los árboles te arropa. Es un lugar para respirar, para dejar que la mente divague. Te sientes a salvo, conectado con la naturaleza y la historia, incluso con el pulso de la ciudad tan cerca.
Para que esa sensación de calma te dure todo el paseo, simplemente mantente presente. No es necesario ir en alerta máxima, pero sí con los cinco sentidos despiertos. Observa a tu alrededor, disfruta del paisaje, pero siempre con un ojo discreto en tus pertenencias y en el entorno. La mejor seguridad es la que uno mismo practica, de forma natural y sin estrés. Así, solo te llevas los buenos recuerdos de este rincón mágico.
Olya from the backstreets