¡Amigo! Si vas a Montreal, el Mont Royal es un must. Pero no como turista, sino para sentirlo. Te llevo de la mano, como si estuviéramos juntos.
Imagina que empezamos en la base, justo donde la Avenue du Parc se encuentra con el Parc Jeanne-Mance. Es domingo por la tarde, ¿verdad? Ya desde aquí, si es verano, puedes empezar a escuchar el ritmo de los tam-tams que resuenan suavemente a lo lejos, un eco tribal que te envuelve. Sientes el pasto fresco bajo tus pies si te detienes un segundo, y el olor a tierra húmeda mezclado con el dulzor de las flores. Este es el punto de partida perfecto, porque te permite una subida gradual, sin prisa, y además, si es domingo, la energía de la gente es contagiosa.
Ahora, empezamos a caminar. No hay prisa. Te sugiero que tomes el Chemin Olmsted, el camino principal. Es ancho, de grava, y sientes cómo cruje suavemente bajo tus pies a cada paso. Es una pendiente amable, casi como un paseo, y a medida que subes, el sonido de los coches y el bullicio de la ciudad se van desvaneciendo poco a poco. De repente, solo escuchas el canto de los pájaros entre los árboles, el suave susurro del viento entre las hojas y, quizás, tu propia respiración acompasada. Sientes el aire más fresco, más puro, a medida que te adentras en el bosque. Es una caminata meditativa, donde cada paso te aleja más del cemento y te acerca a la naturaleza.
Y de repente, el aire cambia. Se vuelve más abierto, y sabes que estás llegando. Llegas al Kondiaronk Belvedere, el mirador principal. Es como si el viento te diera la bienvenida con una ráfaga. Extiende los brazos, siente el espacio. El sonido de la ciudad vuelve, pero ahora es un murmullo distante, una banda sonora lejana. Es aquí donde la vista se abre de golpe: sientes la inmensidad del horizonte, el perfil de los edificios que se elevan hacia el cielo, y el río San Lorenzo serpenteando a lo lejos. Tómate tu tiempo. Respira hondo. Es una sensación de logro, de haber conquistado algo hermoso. Aquí mismo, puedes entrar al Chalet du Mont-Royal, el edificio de piedra, para sentir la frescura de su interior y usar los baños si lo necesitas.
Desde el mirador, te propongo un pequeño desvío hacia el Lac aux Castors (el Lago de los Castores). Es un descenso suave, y al llegar, el ambiente cambia de nuevo. Aquí, el sonido predominante es el suave chapoteo del agua, quizás el graznido de algún pato o el canto de los gansos. Puedes sentarte en uno de los bancos, sentir la madera bajo tus manos y escuchar el silencio del lago. Es un respiro, un momento para recargar energías. Para esta ruta tranquila, no hace falta que subas hasta la Cruz del Mont Royal; la vista principal ya la tienes desde el Belvedere y este lago te ofrece una paz diferente. Cerca del lago, también encontrarás la Smith House, otro punto con baños y a veces una pequeña cafetería.
Para la bajada, puedes desandar tus pasos o, si te sientes con ganas, tomar un camino diferente para variar un poco. La sensación es distinta: la gravedad te ayuda, y puedes dejar que tus pies te guíen. Sientes cómo el aire se vuelve un poco más cálido a medida que te acercas a la base de la montaña. Lo mejor es guardar para el final la sensación de haber explorado, de haberte desconectado. Y si es domingo, al bajar, el ritmo de los tam-tams será más fuerte, una explosión de energía que te da la bienvenida de nuevo a la ciudad. Puedes quedarte a sentir la vibración o ir directo a la Avenue Mont-Royal para cenar algo rico.
Lola en la Ruta