/ / /

Notre-Dame Basilica of Montreal (Basilique Notre-Dame de Montréal) Tours and Tickets

🎧 Guías de audio disponibles (2)

Guía de Experiencia Emocional (ES)

🔗 Abrir en una nueva pestaña

Información práctica (ES)

🔗 Abrir en una nueva pestaña

0 Reseñas

1. La Basílica de Notre-Dame de Montreal es una iglesia católica de estilo neogótico situada en el corazón de la ciudad de Montreal, Canadá. Fue construida entre 1824 y 1829 y es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Su fachada presenta impresionantes esculturas y está decorada con hermosos vitrales. En su interior, se pueden admirar obras de arte religioso, como altares, estatuas y pinturas.

2. La Basílica de Notre-Dame de Montreal está abierta al público todos los días, con horarios que varían según la temporada. Se pueden encontrar los horarios actualizados en su página web. Para más información, se puede contactar a la basílica al siguiente número de teléfono: +1 514-842-2925.

3. La entrada a la basílica es gratuita, pero se puede hacer una donación voluntaria para contribuir a su mantenimiento. Para llegar a la basílica, se puede utilizar el transporte público, como el metro (estación Place-d'Armes) o autobuses locales. También se puede llegar caminando desde diferentes puntos turísticos del centro de Montreal.

110 Notre-Dame St. W.

¡Hola, trotamundos! ¿Alguna vez has buscado un refugio en medio del bullicio de una ciudad? Montreal, con su encanto europeo y su ritmo vibrante, esconde un lugar que te abraza desde el momento en que pones un pie dentro. Hablo de la Basílica de Notre-Dame, y créeme, no es solo un edificio; es una experiencia que te atraviesa el alma.

Imagina esto: estás en la Place d'Armes, y el ajetreo urbano, el claxon lejano, el murmullo de la gente, te envuelve. Pero entonces, das un paso hacia las enormes puertas de madera de la Basílica. Son pesadas, sí, y al empujarlas, sientes la resistencia, el peso de la historia. Y cuando finalmente ceden, un *boom* sordo amortigua el mundo exterior. De repente, el aire cambia. Se vuelve más fresco, denso, cargado con el suave aroma de la madera antigua, la cera pulida y un eco tenue de incienso que parece flotar eternamente. Sientes el suelo firme y frío bajo tus pies, y la reverberación de tus propios pasos te envuelve, recordándote lo insignificante que eres en este espacio colosal. Es un silencio diferente, uno que no es la ausencia de sonido, sino la presencia de una calma profunda, casi palpable, que te invita a respirar más despacio, a sentir el ritmo de tu propio corazón.

A medida que avanzas, la inmensidad te envuelve. No necesitas ver para sentir cómo el espacio se eleva a tu alrededor, con techos tan altos que parecen tocar el cielo. Si extiendes las manos, el aire parece vibrar con una energía que ha sido testigo de siglos de oraciones y suspiros. Escuchas el crujido ocasional de una banca de madera antigua, un susurro reverente en la distancia, o quizás la nota sostenida de un órgano que se filtra desde algún rincón, una vibración que te recorre el pecho y te hace sentir parte de algo mucho más grande. Aunque no veas los vitrales, puedes sentir la luz tamizada que entra por ellos; no como un brillo directo, sino como una calidez suave que danza sobre tu piel, una presencia etérea que tiñe el ambiente de un azul profundo y misterioso, casi como si estuvieras sumergido en un océano de tranquilidad. Cada detalle, desde la ornamentación intrincada que puedes imaginar por la riqueza del ambiente, hasta la sensación de los pilares masivos que sostienen la estructura, te habla de una artesanía y una devoción que trascienden el tiempo.

Para que tu visita sea lo más placentera posible, te doy un par de consejos prácticos. La Basílica suele llenarse, así que si buscas esa sensación de intimidad y silencio, te recomiendo ir a primera hora de la mañana (justo después de la apertura) o hacia el final de la tarde, antes del cierre. La entrada tiene un costo simbólico que ayuda al mantenimiento de esta joya histórica, así que tenlo en cuenta. No te apresures, tómate al menos 45 minutos a una hora para absorber todo, sin prisas. La accesibilidad es bastante buena; hay rampas y ascensores para facilitar el movimiento si los necesitas. Y si te interesa, pregunta por los horarios del espectáculo de luz y sonido "Aura"; es una experiencia completamente diferente que transforma el espacio por la noche.

Más allá de la nave principal, no te pierdas la Capilla del Sagrado Corazón, ubicada en la parte trasera. Es un contraste fascinante con la grandiosidad del templo principal, con una atmósfera más íntima y moderna, aunque igualmente impresionante. Es un espacio de meditación precioso. Si necesitas un momento, hay baños disponibles y una pequeña tienda de recuerdos si quieres llevarte algo que te recuerde la experiencia. No hay problema con las fotos discretas, pero siempre con respeto. Y un último consejo de amiga: si tienes tiempo, da un paseo por las calles empedradas de los alrededores del Viejo Montreal; te transportarán a otra época y completarán perfectamente tu inmersión en la historia de la ciudad.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

¿Alguna vez has sentido cómo el mundo exterior se desvanece, dejando paso a una quietud que te envuelve? Imagina caminar por las bulliciosas calles del Viejo Montreal, donde el eco de los adoquines bajo tus pies y el murmullo de las conversaciones te acompañan. De repente, una mole imponente se alza frente a ti, y al cruzar su umbral, el sonido se amortigua, el aire se vuelve fresco y denso, y un aroma a incienso y madera antigua te envuelve, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Es una sensación de inmensidad que te abraza, una quietud que te invita a respirar profundo y a sentir la historia susurrando en cada rincón.

Al acercarte a la Basílica de Notre-Dame de Montreal, te encontrarás con la Place d'Armes, que tiene un pavimento de adoquines bastante irregular. Si vas en silla de ruedas, esto puede ser un poco incómodo y generar vibraciones. Las pendientes en la plaza son mínimas, pero el acceso principal a la basílica, el que ves de frente, tiene una escalinata imponente que no es accesible. Sin embargo, no te preocupes, la entrada accesible se encuentra en el lado de la Rue Saint-Sulpice. Las aceras en esa calle son de losa, más lisas, y aunque pueden estar concurridas, la gente en Montreal suele ser bastante considerada y abre paso con facilidad si notan que necesitas espacio. No te sentirás como un obstáculo, sino como parte del flujo.

Una vez dentro, la experiencia de movilidad mejora notablemente. El suelo de la nave principal es de piedra pulida, completamente liso y sin desniveles, lo que permite un desplazamiento muy fluido. Los pasillos son increíblemente anchos, ofreciendo un amplio espacio incluso en días de mucha afluencia, por lo que no sentirás que te encajonas entre la gente. Aunque hay algunas zonas elevadas para capillas laterales o el presbiterio, la mayor parte de la basílica es plana y accesible. La multitud, aunque numerosa, se mueve con un respeto casi reverencial, y es común que la gente se aparte para dar espacio o te ofrezca ayuda si te ve con alguna dificultad. Es un espacio donde la solemnidad invita a la calma, incluso en el movimiento.

Para que tu visita sea lo más cómoda posible, te recomiendo llegar temprano por la mañana o al final de la tarde, justo antes del cierre, para evitar las horas pico de turistas. La entrada accesible por la Rue Saint-Sulpice es clara y suele haber personal que te puede indicar el camino si tienes dudas. No hay servicio de alquiler de sillas de ruedas, así que asegúrate de llevar la tuya si la necesitas. Los baños accesibles están disponibles y son fáciles de encontrar una vez dentro. Si vas en coche, hay estacionamientos de pago en los alrededores, pero busca aquellos que ofrezcan espacios accesibles, aunque pueden requerir un poco de búsqueda en el Viejo Montreal. La clave es ir sin prisa y dejarte llevar por la atmósfera.

Olya de los callejones.

Imagina que el aire es fresco, pica un poco la nariz con la promesa de un día gélido, o quizás, si es primavera, sientes esa humedad limpia que anuncia el deshielo. Estás parado frente a la Basílica de Notre-Dame en Montreal, pero no has entrado aún. El verdadero secreto, lo que solo los que vivimos aquí percibimos, empieza incluso antes de que cruces el umbral, en esas primeras horas de la mañana. Respira hondo. Hay un aroma que se adhiere al frío del aire matutino, una mezcla sutil de madera antigua pulida y piedra húmeda, con un eco casi imperceptible a incienso de siglos. Es el aliento del edificio, más nítido cuando las puertas aún están cerradas y el bullicio de la ciudad duerme. Es el olor de la historia que respira.

Ahora, imagina que las pesadas puertas de madera se abren con un suspiro profundo, un crujido que resuena en el silencio. Das un paso adentro. Lo primero que te envuelve no es una imagen, sino una sensación: la inmensidad. El aire es más denso, más frío, como si el tiempo se hubiera ralentizado. Cierra los ojos. Escucha. No hay coro, ni órgano vibrando aún. Lo que oyes es el silencio mismo de un espacio tan vasto, un zumbido casi imperceptible que emana de las profundidades de la piedra y las bóvedas. Es el sonido de la quietud, el eco de tus propios pasos sobre el mármol, la respiración suave del lugar antes de que el mundo despierte. Es ese murmullo casi inaudible lo que te dice que estás en un lugar sagrado y antiguo, un sonido que solo experimentas cuando eres de los primeros en llegar.

Para vivir esto, para sentir ese pulso secreto, el truco es simple: llega temprano. Muy temprano. La Basílica suele abrir sus puertas alrededor de las 8:00 AM (siempre verifica su sitio web oficial antes de ir, los horarios pueden cambiar). Si llegas justo en la apertura, o incluso unos minutos antes para sentir ese aire exterior, te aseguras de ser uno de los pocos en experimentar esa quietud. La entrada tiene un costo, pero vale cada céntimo para esta experiencia íntima. No hay multitudes, no hay prisas. Es tu momento con el alma del lugar.

Una vez dentro, no te apresures. Extiende la mano. Siente el frío liso de las columnas de piedra, la textura rugosa de los bancos de madera, gastados por innumerables manos. La luz, aunque no puedas verla, la percibirás. Cuando el sol de la mañana se cuela por las vidrieras, no solo ilumina, sino que calienta el aire en ciertos puntos, creando zonas de tibieza que puedes sentir en tu piel, como si la propia luz te abrazara. La atmósfera no es solo visual; es táctil, es térmica. Cada detalle, desde la ornamentación del altar hasta el pasillo central, se siente más presente, más real, cuando el silencio te permite conectar con su esencia.

Después de sumergirte en esa paz matutina, sal de la Basílica y déjate guiar por el aroma a café recién hecho. Justo a la vuelta de la esquina, en el Viejo Montreal, encontrarás pequeños cafés locales que abren temprano. No busques cadenas; pregunta por una *boulangerie* o un *café de quartier*. Es el complemento perfecto para tu experiencia: un chocolate caliente o un *café au lait* humeante, quizás un *croissant* recién horneado, mientras el barrio empieza a despertar a tu alrededor. Es una forma de mantener esa sensación de autenticidad local, de seguir sintiendo el pulso de la ciudad más allá de la Basílica.

Olya desde las callejuelas

¡Hola! Si estás en Montreal y quieres sentir de verdad la Basílica de Notre-Dame, te guiaré como si estuviéramos juntos. Primero, no llegues corriendo. Tómate tu tiempo para acercarte desde la Place d'Armes. Imagina el hormigón frío bajo tus pies, el murmullo constante de la ciudad que poco a poco se va atenuando. Sientes cómo el aire se vuelve más denso, más antiguo, a medida que te aproximas a esas puertas inmensas. Son como un portal a otra época. No hay prisa. Cuando estés frente a ellas, siente la escala de la fachada de piedra, los detalles intrincados que te hablan de siglos de historia. Antes de entrar, hay que comprar la entrada, es un gesto pequeño para lo que vas a vivir.

Al cruzar el umbral, el primer impacto no es solo visual, es una bofetada de sensaciones. El aire se enfría de golpe, y un aroma a madera vieja, a incienso y a piedra milenaria te envuelve. El bullicio exterior se desvanece y es reemplazado por un silencio reverente, solo roto por el eco distante de pasos o algún murmullo ahogado. Imagina la inmensidad del espacio que se abre ante ti, la nave principal extendiéndose como un túnel de ébano y oro. Sientes la frescura del suelo bajo tus pies, el espacio que se eleva hasta lo inimaginable. Detente un momento justo al entrar, respira hondo y permite que la atmósfera te inunde. Es el momento de dejarte llevar por la magnitud.

Avanza despacio por la nave principal, sin prisas. No intentes abarcarlo todo de golpe. Siente el aire inmóvil y fresco en tu piel. Tu mirada se sentirá atraída, casi sin querer, hacia el altar mayor. Es el corazón de la Basílica. Piensa en la luz. Aunque no la veas, imagina cómo se filtra a través de las gigantescas vidrieras, pintando el aire con tonos de azul profundo, rojo carmesí y oro. Siente el frío de la piedra, el pulido de los bancos de madera. Si te quedas en silencio, a veces puedes escuchar el eco de una nota de órgano, una vibración que te atraviesa el pecho. No te apresures aquí; este es el punto de máxima concentración, donde la artesanía y la devoción se encuentran.

Mientras exploras, hay muchas capillas laterales. Algunas son más sencillas, otras más ornamentadas. Puedes pasar por ellas rápidamente, pero no te detengas demasiado si no te llaman la atención. La idea es sentir la Basílica, no hacer un inventario. Siente la diferencia de temperatura en los rincones, la resonancia distinta de tu propia voz. En algunas, percibirás un leve aroma a cera de vela, en otras, el tacto frío y liso de una pared. Busca la capilla de la Virgen, suele tener una energía más íntima, más recogida. Puedes tocar suavemente la madera de los bancos, sentir la historia en su textura.

Ahora, guarda lo mejor para el final: la Capilla del Sagrado Corazón. Para llegar a ella, sal de la nave principal por el lado derecho (mirando hacia el altar) y la encontrarás al fondo. Prepárate, porque es un contraste total. Sientes cómo la luz cambia, se vuelve más suave, más dorada. El aire aquí es casi palpable. Es una explosión de madera tallada, de bronce. Te sentirás envuelto por sus formas orgánicas y modernas. Toca el pasamanos de madera, siente su calidez. Escucha el silencio, que aquí es aún más profundo, casi meditativo. Esta capilla fue reconstruida después de un incendio, y su diseño es una maravilla de la arquitectura contemporánea que dialoga con lo antiguo. Es el lugar perfecto para sentarse un momento, cerrar los ojos y dejar que todas las sensaciones se asienten.

Al salir, la luz de Montreal te golpeará de nuevo, y el ruido de la ciudad te envolverá. Tómate un momento para sentir el cambio, la transición de lo sagrado a lo mundano. No necesitas parar en la tienda de regalos si no te apetece; lo importante ya lo llevas dentro. Es mejor salir y buscar un café cercano, sentir el calor de la taza entre tus manos y dejar que la experiencia se asiente.

Un abrazo desde la carretera,

Olya from the backstreets

¿Alguna vez has querido sentir la historia, no solo verla? Pues prepárate, porque la Basílica de Notre-Dame de Montreal es uno de esos lugares que te envuelven por completo. Imagina que te acercas a sus puertas. Puedes sentir el frío de la piedra antigua bajo tus dedos, un contraste con el aire vibrante de la ciudad. Al cruzar el umbral, el bullicio exterior se desvanece, reemplazado por un silencio profundo, casi palpable. El olor a madera vieja, a incienso y a siglos de fe te envuelve, transportándote a otro tiempo. Escuchas el eco distante de tus propios pasos sobre el suelo de baldosas, un murmullo respetuoso que se mezcla con el suave zumbido de la luz filtrándose por las vidrieras.

Caminas por la nave central, y el espacio se abre, vasto y majestuoso. Sientes la altura de los techos góticos, casi empujando el aire hacia arriba, creando una sensación de asombro que te encoge el corazón. Si cierras los ojos, puedes casi tocar los intrincados detalles dorados que adornan cada rincón, la textura de las esculturas, la riqueza de los azules y oros que, sin verlos, sabes que están ahí, llenando el espacio con su esplendor. El aire es fresco, un respiro del exterior, y cada sonido, cada susurro, resuena con una solemnidad que te invita a la introspección. Es una experiencia que te habita, que te recuerda la inmensidad de la creación humana y la quietud que a veces necesitamos.

Aquí tienes algunos consejos prácticos para tu visita, como si te los estuviera enviando por WhatsApp:

* Mejor momento del día: Intenta ir a primera hora de la mañana (justo cuando abren) o a última de la tarde (una hora antes de cerrar). La luz es preciosa y hay menos gente.

* Para evitar multitudes: Evita los fines de semana, los días festivos y las horas pico del mediodía. Los martes y miércoles por la mañana suelen ser los más tranquilos.

* ¿Cuánto tiempo dedicar? Con 1 a 1.5 horas es suficiente para absorber la nave principal, el altar y el pequeño museo/capilla lateral. Si te quedas para el espectáculo de luz y sonido "Aura", calcula una hora más por la noche.

* ¿Qué puedes "saltarte" si vas con poco tiempo? Si el tiempo es limitado, concéntrate en la nave principal y el altar mayor. El museo anexo es interesante, pero si buscas solo la esencia, puedes dejarlo para otra ocasión. No te saltes el espectáculo "Aura" si tienes la oportunidad, es una experiencia única.

* Consejos útiles:

* Entrada: No es gratuita. Hay una tarifa de entrada para los visitantes, que incluye una mini-visita guiada (muy breve, pero informativa).

* Baños: Hay baños disponibles en el sótano, cerca de la tienda de regalos.

* Cafeterías cercanas: Estás en el Viejo Montreal, así que hay muchísimas opciones. Para un café rápido y local, prueba Olive & Gourmando (un poco más lejos, pero vale la pena) o cualquier pequeña cafetería en la Rue Saint-Paul.

* Transporte: La estación de metro más cercana es Place d'Armes (línea naranja), a solo un par de minutos a pie.

* Accesibilidad: La basílica es bastante accesible para sillas de ruedas, con rampas y ascensores.

Espero que disfrutes cada momento.

Olya from the backstreets

Visión general

Más información

Más aventuras para ti

Para personas con pérdida auditiva

Acceso para personas mayores

Accesibilidad para sillas de ruedas

Acceso para personas con discapacidad visual