Imagínate esto: llegas a Montreal y el aire ya te abraza con ese toque fresco y vibrante de la ciudad. Pero hay un rincón, justo donde el viejo Montreal se encuentra con la modernidad, que te susurra historias. Es el Campo de Marte. Al pisar, sientes una conexión instantánea con algo antiguo, algo que ha visto tanto... el suave murmullo de la ciudad que nunca se detiene, pero aquí se amortigua, como si el tiempo se ralentizara un poco. El olor a piedra húmeda, a historia viva, es lo primero que te envuelve, invitándote a explorar.

Y es justo ahí, bajo tus pies, donde la experiencia se moldea. Los caminos en el Campo de Marte son una danza entre lo antiguo y lo nuevo. Al principio, te encuentras con amplias extensiones lisas, perfectas para que tus pasos resbalen sin esfuerzo, invitándote a levantar la vista hacia la imponente silueta del Ayuntamiento. Son esas avenidas que te guían suavemente hacia el corazón del espacio, sintiendo la brisa en tu cara, sin tropezar. Pero de repente, sin avisar, tus pies notan un cambio. Empiezas a caminar sobre adoquines centenarios, irregulares, cada uno con su propia historia bajo el sol. No son angostos, no, pero te obligan a ir más despacio, a sentir cada pisada, a escuchar el ligero traqueteo de tus propios pasos. Es como si te invitaran a un vals con el pasado, obligándote a bajar el ritmo y a *sentir* el terreno, a conectar con la tierra que pisas. Estos adoquines te llevan hacia los restos de las antiguas fortificaciones, dándote la sensación de que estás desenterrando secretos.

Mientras avanzas por estos caminos, ya sea sobre el liso hormigón o los adoquines que te cuentan historias, el espacio te invita a detenerte. Imagina que te dejas caer en uno de esos bancos de madera robusta, sintiendo la textura áspera de la madera bajo tus dedos. Desde allí, el sonido de las campanas de alguna iglesia cercana puede llegar a ti, mezclándose con el suave murmullo de las conversaciones a tu alrededor. O el crujido de las hojas bajo tus pies si es otoño, un sonido tan vívido que casi puedes *sentir* el color. Los caminos no solo te guían; te abren a estas pequeñas pausas, a estos momentos de conexión, llevándote de forma natural hacia los árboles centenarios que ofrecen sombra y un olor a tierra mojada después de una lluvia ligera, o a la frescura del aire en un día soleado. Te sientes envuelto, no solo viendo, sino *participando* de la atmósfera.

Un consejo práctico, de amiga a amiga: si planeas visitarlo, ve con calzado cómodo y de suela robusta. Esos adoquines son preciosos y llenos de historia, pero pueden ser un reto si llevas algo menos práctico. No hay rampas empinadas, pero la irregularidad de algunas zonas adoquinadas podría ser un factor si tienes problemas de movilidad; aun así, las secciones lisas son muy accesibles. Te sugiero ir a media mañana o al atardecer. La luz juega de una forma mágica con las texturas de los muros y la sensación es indescriptible. Es un lugar perfecto para desconectar del bullicio sin alejarte demasiado, para sentarte y simplemente *sentir* la historia bajo tus pies.

Olya desde los callejones

Imagina que es finales de primavera o principios de otoño en Montreal, justo cuando el aire se vuelve perfecto. El Champ de Mars te llama, y no es solo un parque, es una respiración en medio de la historia. Sientes el sol suave en la piel, no quema, solo acaricia. El aire huele a césped recién cortado mezclado con una dulzura sutil de alguna panadería cercana, o quizás el toque salado y ahumado de una poutine lejana. Escuchas el murmullo de la gente, risas de niños que corretean sin preocupación y el lejano tintineo de una campana de bicicleta. La gente se sienta en el césped, relajada, diversa: familias, parejas, viajeros solitarios, todos compartiendo la calma en medio del bullicio de la Vieja Montreal. Es una sinfonía de vida tranquila.

Un día soleado aquí es pura energía tranquila, una invitación a estirarte y simplemente *ser*. Verás grupos de amigos compartiendo una botella de sidra, familias con picnics improvisados extendidos sobre mantas, parejas paseando de la mano, susurrándose secretos. Es un lienzo de vida cotidiana que se despliega ante ti. Pero si llega una tarde gris, la atmósfera cambia, se vuelve más introspectiva. La gente busca refugio en los cafés cercanos, y el Champ de Mars se vacía un poco, ofreciendo una soledad serena. Es el momento perfecto para una lectura tranquila o simplemente observar la majestuosa arquitectura que lo rodea, sintiendo la historia en el aire húmedo. Incluso en invierno, bajo un manto de nieve, el silencio es diferente, más profundo, y el frío te abraza de una manera que te hace apreciar el calor de un buen café o un chocolate caliente.

Para llegar, la estación de metro Champ-de-Mars te deja prácticamente en la entrada, es súper conveniente. Si vas, lleva una manta ligera o un pañuelo grande y algo para picar; es el lugar perfecto para un picnic improvisado, sin complicaciones. Las calles empedradas del Viejo Montreal están justo al lado, así que combina tu visita con un paseo por ellas, perderte un poco es parte de la magia. Yo diría que la mejor hora para sentirlo en su esplendor es a media tarde, cuando el sol no está tan fuerte y la vida empieza a cobrar más ritmo, pero si buscas paz y un poco de introspección, ve por la mañana temprano, casi con el rocío.

Olya from the backstreets

¿Listos para una pequeña escapada en el corazón de Montreal? Cierra los ojos y *siente* esto conmigo. Imagina que tus pies pisan un suelo que cambia: primero la baldosa lisa de la calle, luego, de repente, la aspereza de los adoquines que te cuentan historias de siglos. Es el Champ de Mars. Aquí, el aire tiene un aroma fresco, mezclado a veces con el dulzor de un waffle cercano o el toque terroso de la tierra mojada después de una lluvia. Escuchas el murmullo de la ciudad que se desvanece un poco, dejando espacio para el suave zumbido de las abejas en las flores o el eco de unas risas lejanas. Si extiendes la mano, casi puedes tocar la historia en las viejas piedras que delimitan este espacio, vestigios de las antiguas fortificaciones. Te sientes pequeño, pero conectado a algo mucho más grande.

Para disfrutarlo de verdad, ven a media mañana o al atardecer. Por la mañana, el sol baña las paredes y las sombras son largas, perfectas para sentir la calma. Al atardecer, la luz se vuelve dorada y la gente empieza a congregarse para el aperitivo. No te olvides de mirar hacia arriba para ver el Hôtel de Ville, imponente. Justo al lado, hay un par de cafeterías con encanto si te apetece un buen café o un chocolate caliente para calentarte las manos.

Mi abuela, que ya tiene sus buenos noventa y tantos, siempre dice que el Champ de Mars era el "patio trasero" de su infancia. No había parques como ahora. Me contaba que su papá la llevaba allí los domingos, y mientras él charlaba con los vecinos, ella y sus hermanos jugaban a la pelota contra los muros viejos. Decía que esos muros eran como sus protectores, los que habían visto pasar tantas cosas. Para ella, no eran solo ruinas; eran la memoria de la ciudad, un lugar donde la gente siempre se ha reunido, ha compartido y ha crecido junta. Es un recordatorio de que, incluso con el tiempo, algunas cosas permanecen y nos unen.

Después de empaparte de esa energía, te sugiero que sigas caminando hacia el Viejo Puerto, está a un paso. Puedes ir directamente por la Rue de la Commune. Es un paseo corto y lleno de vida. Y un consejo extra: si vas en invierno, abrígate bien. El viento puede ser traicionero, pero la nieve sobre los adoquines le da un toque mágico que no te querrás perder. ¡No hay excusas para no explorarlo!

Olya desde las callejuelas.

¡Hola, trotamundos! Si estás en Montreal y quieres capturar la esencia de la ciudad, hay un lugar que no te puedes perder: el Champ de Mars. Imagina que el aire cambia, se vuelve más denso, más antiguo, a medida que te adentras en este espacio. Puedes sentir la brisa que viene del río San Lorenzo, trayendo consigo un eco de barcos y de historias centenarias. Bajo tus pies, el suelo firme te conecta con la historia, con los cimientos de lo que fue una ciudad fortificada. Aquí, en este pulmón verde en medio del bullicio, el sonido de los coches se diluye, dando paso a un murmullo más suave: risas lejanas, el canto de los pájaros que anidan en los árboles maduros y, si te concentras, el eco de tus propios pasos sobre la grava.

Para esa foto que lo capture todo, camina hacia el corazón del parque, donde se elevan los restos de las antiguas fortificaciones de Montreal. Sitúate justo en el centro del sendero, mirando hacia el oeste, con el majestuoso Ayuntamiento (Hôtel de Ville) a tu izquierda. Desde este punto, sentirás la imponente presencia de las murallas de piedra, sólidas y eternas, a tu alrededor. Puedes casi tocar la rugosidad de sus bloques con la imaginación, mientras que, al frente, la modernidad de la ciudad se asoma por encima de las viejas piedras, creando un contraste palpable. Escucharás la vida vibrante de la ciudad moderna, pero aquí, en este preciso punto, hay una burbuja de quietud que te permite sentir la historia en tu piel.

En cuanto al mejor momento del día para la luz y el ambiente, te lo digo sin rodeos: la "hora dorada", justo antes del atardecer. Es cuando la luz del sol se vuelve suave, cálida, y baña las piedras antiguas con un tono ámbar que las hace respirar. Las sombras se alargan, añadiendo profundidad y misterio a las texturas de las murallas. Si vienes en invierno, con la nieve recién caída, la luz difusa crea una atmósfera mágica y silenciosa; el frío en tus mejillas te recordará lo vivo que estás. En verano, el sol de media tarde puede ser un poco fuerte, pero el azul vibrante del cielo contrasta increíblemente con el verde del césped y el ocre de la piedra.

Un consejo práctico: no te obsesiones solo con el ángulo frontal. Gira sobre tus talones y mira hacia el este, hacia el edificio del Palais de Justice. Desde ahí, obtendrás una perspectiva diferente, con la arquitectura más moderna enmarcando el espacio verde. Lleva un objetivo gran angular si quieres captar la inmensidad del lugar y el contraste entre lo viejo y lo nuevo. Si vas en un día soleado, unas gafas de sol o una gorra te vendrán genial, el sol puede reflejarse mucho en la piedra. Y un último detalle: en verano, a veces hay artistas callejeros, así que el sonido de una guitarra o un acordeón podría ser el telón de fondo perfecto para tu momento.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

¡Hola, amigos! Acabo de regresar de Montreal y tengo que hablarles del Champ de Mars. No es el típico parque que esperas, ¡ni de lejos! Imagínate que estás caminando sobre la historia misma. Sientes el suelo, a veces un poco irregular bajo tus pies, y de repente, tus manos encuentran una pared fría y robusta. Es piedra antigua, de esa que ha visto siglos pasar. Puedes casi oler la humedad de la tierra y la piedra, una fragancia a tiempo y permanencia. Aquí, no solo ves, sino que *sientes* el peso de lo que fue una fortificación.

Y lo más impactante es ese contraste. Estás ahí, con esa sensación ancestral bajo tus palmas, y de pronto, escuchas el suave murmullo de la ciudad moderna. Coches pasando a lo lejos, risas de gente, el suave repicar de alguna campana de iglesia cercana. Es como si el tiempo se doblara. Sientes la amplitud del espacio abierto, una especie de respiro en medio del bullicio de la Vieja Montreal, con el sol calentando tu rostro si es un día despejado, o el aire fresco si es invierno.

Ahora, siendo sincera, si buscas un parque con bancos para sentarte horas o actividades para hacer, este no es el lugar. Es más bien un espacio para *sentir* y *observar*. Lo que no me convenció del todo es que, si no sabes lo que buscas, podría parecerte solo un campo de hierba grande. Mi consejo: ve con la mente abierta, sabiendo que es un sitio histórico. Es perfecto para un paseo corto, como una pausa entre la Basílica de Notre-Dame y el Ayuntamiento. Ve a media mañana o al final de la tarde para evitar las multitudes y sentir la luz de forma diferente.

Lo que sí me sorprendió muchísimo fue ver las bases de las antiguas murallas y fortificaciones expuestas. No son solo ruinas; son cimientos que te hablan. Puedes acercarte y tocar las grandes piedras que formaban parte de esa defensa. Es increíble cómo las han conservado. Y un tip práctico: desde allí tienes una vista espectacular del Ayuntamiento de Montreal, majestuoso, como un gigante de piedra. Asegúrate de orientarte para "verlo" con tus manos y tu mente. Es un lugar que te invita a la reflexión, no a la acción.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

¡Hola, explorador! Si estás pensando en Montreal, y específicamente en Champ de Mars, déjame que te lleve de la mano.

Imagina la brisa fresca de Montreal acariciando tu rostro, incluso antes de que el sol de la mañana se asome por completo. Camina conmigo por las calles empedradas que huelen a historia, a piedra antigua mojada por la llovizna de la noche, y escucha el eco de tus propios pasos en este barrio tan icónico. Siente la textura rugosa de los muros de piedra del Viejo Montreal bajo tus dedos mientras te acercas a Champ de Mars, un espacio abierto donde la historia respira. Aquí, el aire vibra con el sonido lejano de las campanas de la Basílica de Notre-Dame y el murmullo de la ciudad despertando, invitándote a explorar cada rincón sin barreras.

Ahora, hablemos de la parte práctica para que tu experiencia sea totalmente fluida. Si necesitas alquilar una silla de ruedas o un scooter de movilidad cerca de Champ de Mars, no esperes encontrar un puesto de alquiler justo en la estación de metro. Lo más eficiente es dirigirte a una farmacia grande o a una tienda de suministros médicos. Una excelente opción son las farmacias Pharmaprix (conocidas como Shoppers Drug Mart fuera de Quebec) que cuentan con una sección de "Atención Domiciliaria" (Home Healthcare). Hay varias en el centro de Montreal, a un corto trayecto en metro o taxi desde Champ de Mars. Por ejemplo, puedes tomar la línea naranja del metro hasta la estación McGill o Place-d'Armes y encontrar una Pharmaprix grande cerca. Otra alternativa son tiendas especializadas como Boutique Médicale Ortho Bionique o Équipements Adaptés MCL; estas suelen tener un inventario más amplio y personal experto. Mi mejor consejo es que siempre llames con antelación para confirmar la disponibilidad y la ubicación exacta más conveniente para ti.

En cuanto a la facilidad, el coste y la disponibilidad, te lo cuento de primera mano. El proceso de alquiler suele ser bastante sencillo una vez que has contactado con la tienda. Te pedirán una identificación y una tarjeta de crédito para el depósito. La buena noticia es que algunas empresas ofrecen incluso servicio de entrega y recogida por un coste adicional, lo cual es increíblemente útil si te alojas cerca y no quieres preocuparte por el transporte del equipo. En cuanto al coste, una silla de ruedas manual puede rondar los 15-30 CAD al día, mientras que un scooter de movilidad motorizado será más caro, quizás entre 50 y 100+ CAD por día, dependiendo del modelo y la duración del alquiler. Siempre pregunta por las tarifas diarias, semanales o mensuales. Y un detalle importante: la disponibilidad. Especialmente si viajas en temporada alta o necesitas un tipo de equipo muy específico (como un scooter potente), es crucial reservar con varios días o incluso semanas de antelación. No lo dejes para el último momento; una llamada rápida puede asegurarte la tranquilidad y la libertad que buscas para tu aventura en Montreal.

¡Que disfrutes cada paso (o cada giro de rueda) en Montreal!

Olya from the backstreets

¿Qué haces en el Champ de Mars? ¡Ah, amiga! No es tanto "hacer" como "sentir". Imagina que sales del bullicio de la Rue Notre-Dame, donde el asfalto vibra con el eco de los coches y el aire huele a café y escapes. De repente, el sonido se apaga un poco, como si una mano gigante bajara el volumen. Tus pies, que hasta hace un segundo pisaban una acera lisa, ahora sienten la textura irregular de adoquines antiguos. Es una señal silenciosa, un cambio de ritmo. Te guías por el ligero descenso, y el aire empieza a sentirse más fresco, más abierto. Antes de verlo, casi lo *hueles*: un aroma a piedra húmeda, a tierra y a una historia que te envuelve.

Cuando tus pies se asientan en la tierra firme y plana, te das cuenta. Estás rodeada. Es como si el tiempo se hubiera detenido y te hubieran dejado caer en un patio gigantesco, pero sin techo. Las paredes son imponentes, ásperas y frías al tacto si te acercas, con la rugosidad de siglos de viento y lluvia. Puedes sentir la solidez de la piedra, la manera en que absorbe el calor del sol y lo libera lentamente. Los ruidos de la ciudad que antes te envolvían, ahora rebotan suavemente en estas murallas, creando una especie de eco lejano, un murmullo de voces distantes, risas infantiles que flotan en el aire y el crepitar ocasional de una bandera ondeando.

Una vez dentro, el espacio se abre frente a ti, una extensión verde y suave bajo tus pies. Puedes estirarte, sentir la hierba fresca cosquilleando en tus tobillos si caminas descalza, o la suavidad del césped bajo la palma de tu mano si te dejas caer. El sol, si es un día despejado, te acaricia la piel con una calidez envolvente, invitándote a cerrar los ojos y simplemente *ser*. Escuchas el suave zumbido de las abejas en las flores cercanas, el roce de una brisa ligera que agita las hojas de los árboles, y a veces, el suave repicar de las campanas de una iglesia cercana. Es el tipo de lugar donde el tiempo se diluye y te sientes parte de algo mucho más grande, mucho más antiguo.

Y para que lo aproveches al máximo: llegar es fácil, la estación de metro Champ-de-Mars te deja justo ahí. Es perfecto para un picnic, así que lleva tu manta y algo rico para comer. No esperes tiendas o restaurantes dentro, es un espacio abierto. Si vas en verano, un buen sombrero y protector solar son clave. Y si quieres la vibra más tranquila, ve temprano por la mañana o al atardecer, cuando la luz es mágica y la gente es menos.

Olya from the backstreets

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un rincón de Montreal que a menudo se pasa por alto, pero que guarda historias y sensaciones únicas: el Champ de Mars.

Imagina que el viento juega con tu cabello, trayendo consigo el eco lejano de las campanas de Notre-Dame y el suave murmullo de la gente que pasea por el Viejo Montreal. Estás de pie sobre un tapiz de hierba y adoquines, sintiendo bajo tus pies la historia de una ciudad que se niega a ser olvidada. Puedes casi palpar el aire fresco que viene del río, mezclado con un aroma sutil a humedad y piedra antigua. Aquí, donde antes había fortificaciones, la amplitud del espacio te invita a respirar hondo y sentir la libertad.

Para llegar, es pan comido. La estación de metro Champ-de-Mars te deja justo ahí. Si vienes del Puerto Viejo o de la Basílica de Notre-Dame, es un paseo de no más de cinco minutos. Es el lugar perfecto para hacer una pausa entre la exploración de las calles empedradas y la majestuosidad de la arquitectura circundante. No te compliques, solo busca el gran espacio abierto junto al Hôtel de Ville.

Mientras caminas, puedes dejar que tus dedos rocen las ásperas superficies de las antiguas murallas que aún se mantienen en pie, sintiendo la frialdad de la piedra que ha resistido siglos de inviernos y veranos. Si te agachas, la hierba fresca bajo tus palmas te conecta con la tierra viva. El sonido de los gorriones picoteando entre las grietas de las paredes y el suave susurro de las hojas de los árboles cercanos te envuelven en una burbuja de tranquilidad, un contrapunto a la energía de la ciudad.

Si te pica el gusanillo del hambre, no hay puestos de comida directamente en Champ de Mars, pero a pocos pasos, en las calles aledañas del Viejo Montreal, encontrarás desde creperías acogedoras hasta cafeterías con aroma a café recién hecho. Es un excelente punto de partida para explorar el barrio o para simplemente sentarte en un banco y observar el ir y venir de la gente, especialmente al atardecer, cuando la luz dorada baña los edificios históricos.

Y aquí va un pequeño secreto que los guías no te contarán: si te detienes y te concentras, especialmente en un día tranquilo o después de una lluvia ligera, puedes percibir una vibración casi imperceptible bajo tus pies y un eco sutil. Es el metro, la línea naranja, pasando por debajo de ti. Siente cómo esa corriente subterránea de la ciudad se mezcla con el aroma a tierra húmeda y el inconfundible olor a piedra vieja y musgo que emana de las murallas, como si la historia misma estuviera respirando a tu lado.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

Imagina que el aire fresco de Montreal te envuelve, transportándote a otro tiempo. Caminas sobre adoquines que han visto siglos de historias, sintiendo el eco de pasos pasados bajo tus pies mientras te acercas al Champ de Mars. Aquí, la historia no se lee, se respira. Puedes casi tocar el pasado en la robusta piedra de las antiguas fortificaciones, sentir su frío atemporal bajo la palma de tu mano, una conexión tangible con lo que fue.

Tu oído capta el murmullo de la ciudad moderna, mezclándose con el silencio de estas murallas, un contraste fascinante. El sol, si hay, proyecta sombras largas que bailan sobre la hierba, invitándote a sentir la inmensidad del espacio, cómo se abre ante ti, un lienzo en blanco para tu imaginación. Es un lugar donde el tiempo parece ralentizarse, permitiéndote saborear cada detalle, cada textura, cada sonido lejano que te recuerda que estás en el corazón de una metrópolis vibrante.

Ahora, un consejo de amigo: el Champ de Mars es precioso, pero ojo con tus pies. Especialmente si ha llovido o helado, el suelo de piedra puede ser traicionero. Imagina que pisas una losa que parece firme, pero de repente está resbaladiza como el hielo. No es para alarmarse, solo para que vayas con calzado cómodo y con buena suela. Y sí, mira por dónde pisas; hay zonas con adoquines un poco levantados. Nada grave, pero un tropiezo tonto te fastidia el día.

Y hablando de estar atenta, como en cualquier lugar turístico, aquí también puede haber gente con malas intenciones. Si alguien se te acerca con una historia demasiado buena para ser verdad, o intentando "ayudarte" de forma insistente, confía en tu instinto. No es común, pero pasa. Mantén tu cartera y tu móvil bien guardados, cerca de ti, en un bolsillo interior o una riñonera. No es paranoia, es sentido común para que disfrutes sin preocupaciones y sin que nada te amargue el paseo.

Una última cosa: el Champ de Mars conecta directamente con el Viejo Montreal, así que es un punto de partida ideal para explorar. Desde aquí, puedes sentir la brisa del río si te acercas un poco más al puerto, o el aroma a café de las terrazas cercanas. Es un espacio abierto, así que en un día soleado, la luz puede ser intensa. Unas gafas de sol y quizás una gorra te vendrán bien para protegerte. Disfrútalo, es un lugar con mucha alma y muchas historias por contar.

Max del camino

Si eres un apasionado de las aves, el Champ de Mars en Montreal es un rinconcito que te va a sorprender. Imagina el aire fresco de la mañana, un poco húmedo, y de repente, escuchas un gorjeo, un trino que se eleva por encima del murmullo lejano de la ciudad. No ves el pájaro, pero sientes cómo su canto llena el espacio, una melodía pura que te envuelve. Puede que sea el reclamo de un zorzal, o el parloteo rápido de un gorrión. Aunque es un parque urbano, su ubicación lo convierte en un punto interesante para la observación.

Ahora, para los detalles que importan. Aquí no vas a encontrar un bosque denso, es un parque abierto, pero justo por su ubicación estratégica, es un punto de parada para muchas especies. Mantente atento a los gorriones comunes, las palomas bravías (claro, están por todas partes), pero también busca mirlos, estorninos pintos y, si tienes suerte en épocas de migración, hasta algún chipe o reyezuelo que haga una parada. A veces, los halcones peregrinos que anidan en los edificios cercanos sobrevuelan la zona, ¡mira hacia arriba! Para observarlos sin molestar, busca las zonas más arboladas del parque, especialmente cerca de los pocos arbustos que hay. Hay un par de bancos discretos cerca de los árboles más antiguos que son perfectos para sentarse en silencio. Siente la textura fría del metal del banco o la rugosidad de la corteza de un árbol cercano mientras esperas.

El mejor momento para ir es temprano en la mañana, justo al amanecer. No solo por la luz suave que apenas empieza a calentar el aire, sino porque es cuando las aves están más activas, buscando alimento y cantando con más fervor. También puedes probar al atardecer, cuando regresan a sus nidos, aunque la actividad es un poco menor. Evita las horas centrales del día, sobre todo en verano, cuando el calor del asfalto hace que se escondan. Unos binoculares pequeños te ayudarán un montón, pero incluso sin ellos, la acústica del parque te permitirá disfrutar de los cantos. No hace falta que seas un experto, solo que tengas paciencia y te dejes llevar por los sonidos.

Olya desde las calles