¡Hola, explorador! Si te llevo de la mano por Wat Phra That Doi Chom Thong en Chiang Rai, no te lo contaré como un guía, sino como una amiga que ya ha sentido cada rincón. Prepárate para que tus sentidos te guíen.
Imagina que llegamos. No hay grandes carteles de neón, sino una quietud que te abraza. Empiezas a subir unos escalones, no muchos, pero suficientes para que tus músculos noten el ascenso suave. Bajo tus pies, sientes la textura fresca de la piedra, quizás un poco gastada por el paso de siglos de peregrinos. Escuchas el murmullo de la ciudad que se va quedando atrás, como un eco lejano, y el aire, antes cargado, se vuelve más ligero, más puro. A medida que subes, el viento roza tu piel, trayendo consigo el sutil aroma de incienso y tierra húmeda, una mezcla que te anuncia que estás entrando en un espacio diferente. Es un comienzo humilde, pero que te ancla directamente en el presente.
Una vez arriba, tus pies notarán un cambio de superficie, quizás baldosas lisas o madera pulida. Estás en el corazón del templo. A tu izquierda, oirás un suave zumbido, casi un murmullo: son los cánticos de los monjes o el eco de la meditación. El aire aquí es denso con el olor a incienso quemado, un aroma dulce y ahumado que te envuelve. Quítate los zapatos antes de entrar al *wihan*, la sala de asambleas principal. Siente el suelo fresco bajo tus plantas desnudas, una conexión directa con la tierra sagrada. Dentro, la atmósfera es de una paz profunda. No te preocupes por ver las estatuas; concéntrate en la quietud, en el silencio que solo se rompe por el crepitar de las velas o el roce de las túnicas. Si te acercas a las columnas, puedes tocar la madera, sentir su antigüedad, su suavidad pulida por innumerables manos. No te detengas demasiado en los pequeños altares secundarios; el verdadero corazón está en la energía central de este espacio.
Saliendo del *wihan*, el sol puede acariciar tu piel de nuevo, o tal vez una sombra fresca te envuelva si te acercas a los árboles del patio. Escuchas el canto de los pájaros, diferente al bullicio de la ciudad. El sendero aquí es más abierto, y tus pies sentirán la irregularidad del suelo, quizás pequeñas piedras o raíces. Si estiras la mano, podrías tocar la corteza rugosa de un árbol centenario, sintiendo la vida que brota de la tierra. Aquí es donde te darás cuenta de la verdadera escala del lugar: no es enorme, pero cada elemento tiene su propósito. No hay necesidad de buscar rincones escondidos; la belleza está en la simplicidad de su diseño y la sensación de calma que irradia.
Para el final, guarda el *chedi*, la estupa dorada. Es el punto más antiguo y sagrado del templo. Acércate despacio, caminando en círculo a su alrededor si te apetece, sintiendo su forma. Si extiendes la mano, podrías tocar el metal fresco o la piedra pulida de su base. Siente la energía que emana de su antigüedad, la historia que lleva impregnada. No es solo una estructura; es un contenedor de reliquias, un faro de devoción. Escucha el suave tintineo de las campanillas de viento que cuelgan, un sonido delicado que se mezcla con el aire y te envuelve en una sensación de reverencia. Este es el lugar para quedarte un momento, respirar profundamente y dejar que la paz te inunde. Si te apetece, puedes dejar una pequeña ofrenda floral en el altar cercano, sintiendo la suavidad de los pétalos bajo tus dedos.
Un consejo práctico: ven temprano en la mañana. Así evitarás el calor y sentirás la frescura del aire. Y recuerda, siempre hay que quitarse los zapatos antes de entrar a cualquier edificio sagrado. No hay mucho que "saltarse" aquí; cada rincón es parte de la experiencia.
Olya from the backstreets