¿Qué se hace en el río Mae Kok? Amigo, no es solo un río, es una inmersión. Imagina que el aire de Chiang Rai te recibe, denso y cálido, con un ligero dulzor a flores tropicales. Caminas despacio hacia la orilla, y antes incluso de verlo, lo sientes. Escuchas el murmullo constante del agua, como un susurro grave que te llama. El suelo bajo tus pies cambia, de asfalto a una tierra más húmeda y suave. Hay un olor a vegetación densa, casi salvaje, mezclado con el aroma fresco del agua.
Te acercas a una de las barcas de cola larga, esas que parecen una aguja gigante sobre el agua. Sientes la madera rugosa y un poco húmeda bajo tu mano al subir. El motor, justo detrás, empieza a vibrar con un zumbido rítmico que te recorre el cuerpo. Al soltar amarras, la barca se desliza con un leve vaivén, un balanceo suave que te acuna. La brisa se levanta, fresca, y te golpea la cara. Puedes sentir las pequeñas gotas de agua que salpican del río, refrescantes y un poco saladas, en tus brazos y mejillas.
Mientras avanzas, el zumbido del motor se convierte en el telón de fondo de una sinfonía natural. Escuchas el canto de pájaros exóticos que no sabes nombrar, sus trinos se elevan y se pierden entre la densa vegetación de la orilla. De vez en cuando, el olor a tierra mojada o a humo de leña te llega, indicando que hay vida, casas, aldeas, escondidas entre los árboles. Puedes sentir cómo el sol se filtra entre las hojas de los mangos y los bambúes gigantes, creando parches de luz y sombra que se mueven sobre ti.
Para subirte a una de estas barcas, dirígete al embarcadero principal cerca del puente viejo de Chiang Rai. Hay montones de capitanes ofreciendo viajes. No hay un precio fijo como tal, es mejor negociar un poco, pero para que te hagas una idea, un viaje de ida y vuelta de unas dos o tres horas podría rondar los 800-1000 baht (unos 20-25 euros), dependiendo de la distancia y las paradas. Siempre lleva agua, un sombrero o gorra y protector solar; el sol aquí pega fuerte.
Después de un rato, la barca se detiene y sientes el suave golpe de la proa contra la orilla. El motor se apaga y el silencio te envuelve, roto solo por el goteo del agua y el sonido de tus propios pasos al bajar. Sientes la tierra firme bajo tus pies, a veces suave y arenosa, otras veces más dura y rocosa. Si paras en un templo, el aire cambia: notas el dulzor del incienso y el sonido de campanas lejanas. En un poblado, el murmullo de voces, risas de niños y el olor a comida cocinándose llenan el ambiente.
Las paradas más comunes suelen ser el poblado de las mujeres de cuello largo Karen (infórmate bien sobre la ética de visitarlo antes de ir, algunos prefieren no hacerlo), o algún templo como Wat Tham Pa Acha Thong. Un buen calzado es clave, ya que podrías caminar por senderos irregulares. Cuando interactúes con la gente local, un simple 'sawasdee krap/ka' (hola) y una sonrisa genuina abren muchas puertas. Siempre pide permiso si quieres tomar fotos y sé respetuoso con sus costumbres.
Al emprender el regreso, la luz empieza a cambiar. El sol baja, y los colores del cielo se vuelven más suaves, rosados y naranjas. El aire se siente un poco más fresco, y el río parece más tranquilo. El zumbido del motor te acompaña de nuevo, pero esta vez se siente familiar, casi reconfortante. Te relajas, sintiendo el vaivén de la barca. Es un momento para dejar que la mente divague, para procesar los sonidos, los olores, las texturas que has experimentado. Una sensación de paz te envuelve, como si el río te hubiese limpiado el alma.
Además del bote, puedes alquilar un kayak y remar tú mismo, sintiendo el esfuerzo de tus brazos y el agua bajo tu pala. También hay senderos a lo largo de las orillas para caminar y explorar a pie. La mejor época para visitar es de noviembre a febrero, cuando el clima es más fresco y seco. Si tienes hambre después, busca los pequeños puestos de comida cerca del río que sirven pescado fresco a la parrilla y arroz pegajoso. Es sencillo, pero delicioso y auténtico.
Sofía de calle en calle