¿Sabes? Cuando alguien te dice "museo", a veces uno piensa en silencio, cuadros, quizás un poco de aburrimiento. Pero el Salón del Opio en Chiang Rai… no es eso. Para nada. Imagina que sales del sol abrasador y entras en una penumbra fresca, casi como un suspiro gigante de aire frío. Lo primero que te envuelve es el silencio, un silencio denso, que absorbe el ruido de fuera. El suelo es liso bajo tus pies, y notas el aire acondicionado rozando tu piel, un alivio inmediato. A medida que tus ojos se adaptan, o si te guías por el sonido, empiezas a sentir el espacio. Es grande, imponente, y hay una especie de solemnidad en el aire, como si el mismo edificio te susurrara historias antiguas antes de que veas nada.
Avanzas, y el suelo cambia bajo tus pies, de liso a algo más rugoso, casi como si cada paso te llevara más profundo en el tiempo. Escuchas voces, grabaciones que se superponen suavemente: risas lejanas, el tintineo de monedas, luego un silencio cargado. Imagina el tacto de las vitrinas frías, la madera pulida de los expositores. Puedes casi oler el pasado: el dulzor empalagoso del opio, el humo denso, el sudor y la desesperación. Te acercas a los artefactos, y aunque no los toques, sientes el peso de su historia. Pipas de opio, balanzas diminutas, herramientas extrañas. Cierras los ojos, y casi puedes ver las manos que las usaron, las vidas que cambiaron. Es un viaje que te lleva desde los campos de amapolas, donde el aire huele a tierra húmeda y flores, hasta las oscuras guaridas donde el humo lo llenaba todo.
Y luego, la oscuridad se profundiza. Las luces se atenúan, y el espacio se siente más opresivo. Aquí es donde la historia se vuelve pesada, tangible. Puedes sentir la angustia de las adicciones, el peso de la desesperación. Hay un pasillo que se siente estrecho, casi claustrofóbico, como si te empujara a través de la experiencia de la dependencia. Escuchas los sonidos de la guerra, el caos, el estruendo. No hay un olor real, pero tu mente lo crea: el olor a pólvora, a ceniza, a miseria. Luego, el espacio se abre de nuevo, y sientes un alivio, como si salieras de una pesadilla. Es un alivio efímero, porque la realidad de lo que has "vivido" te acompaña. Ves los esfuerzos actuales para combatir el problema, y hay una sensación de esperanza, pero también de la magnitud de la lucha.
Para llegar a este lugar tan impactante, el Salón del Opio está en el corazón del Triángulo de Oro, en la provincia de Chiang Rai. Lo más fácil es ir en coche o tuk-tuk desde Chiang Saen, que está a unos 10-15 minutos. Si vienes desde la ciudad de Chiang Rai, calcula una hora y media de trayecto. Abre todos los días, normalmente de 8:30 a 16:30, pero siempre revisa los horarios por si acaso. La entrada tiene un costo, que es bastante razonable para la magnitud del lugar. Te aconsejo ir por la mañana temprano para evitar las multitudes y tener tiempo de asimilarlo todo, porque no es una visita rápida. No hay cafetería dentro, así que lleva agua. Y sí, te sentirás diferente al salir. Es inevitable.
Olya from the backstreets.