¡Hola, viajeros! Hoy vamos a hablar de un lugar que, aunque sea solo de paso, te marca en Santorini: el puerto de Athinios. No es el típico muelle bonito, te lo aviso, pero es una experiencia por sí misma.
Imagina que el coche empieza a serpentear por una carretera estrecha, descendiendo en picado por el acantilado. El aire cambia, se vuelve más denso, cargado con el olor salado del mar que se mezcla con un leve toque a tierra volcánica caliente. Puedes sentir cómo la presión en tus oídos cambia ligeramente. A medida que bajas, el zumbido distante de los motores de los barcos se hace más claro, y de repente, se abre ante ti: un pequeño puerto encajonado entre paredes de roca imponentes, un hormiguero de actividad. Sientes el viento que te trae la promesa del Egeo.
Una vez abajo, el aire cambia de nuevo. Es más pesado, más cálido, y el olor a diésel de los ferries se mezcla intensamente con la brisa marina. Te envuelve una cacofonía: el rugido de los motores de los barcos, el grito ocasional de un marinero, el murmullo de cientos de voces en decenas de idiomas diferentes, el chirrido de los frenos de los autobuses. Estás en medio de un caos organizado, donde la gente se mueve con una energía palpable. Sientes el asfalto caliente bajo tus pies y el empujón suave de la multitud que se mueve a tu alrededor. No hay mucho espacio, es un punto de encuentro, de llegada y partida.
Si estás esperando un ferry, el sol de Santorini te golpea directamente. No hay mucha sombra, así que sientes el calor en tu piel, el sudor perlado en tu frente. Escuchas el anuncio ininteligible por megafonía que apenas se oye por encima del ruido ambiental, y luego, un estruendo. Es el ferry que se acerca, una mole gigante que se desliza majestuosamente hacia el muelle. Sientes la vibración de la tierra a medida que el barco atraca. La gente se apelmaza hacia la rampa, ansiosa por subir o bajar. No hay asientos, así que te apoyas en lo que puedes, sintiendo la impaciencia colectiva. Para encontrar tu barco, busca las señales con el nombre de la compañía o pregunta. La clave es la paciencia y estar atento cuando anuncien tu destino.
Una vez que desembarcas, o si te toca irte desde allí, el reto es ascender. No hay funicular ni teleférico aquí. Las opciones son limitadas: autobuses públicos, taxis o traslados privados que hayas reservado con antelación. Sientes el calor irradiando del asfalto mientras buscas tu transporte. El olor a tubo de escape es fuerte, y el sol te pega con fuerza. Los autobuses son la opción más económica, pero pueden estar abarrotados y no siempre salen inmediatamente. Los taxis son más rápidos, pero hay pocos y la demanda es altísima. Si no tienes un traslado pre-reservado, prepárate para esperar, a veces bajo el sol, en una fila desordenada. Mi consejo: si puedes, reserva un traslado privado. Vale la pena cada euro por la tranquilidad.
Athinios no es un puerto pintoresco; es un lugar de paso, pero es una experiencia intensa y memorable. Es la puerta de entrada y salida a una de las islas más famosas del mundo. Lo que recordarás es el olor único a diésel y sal marina, el murmullo constante de la gente, el sol implacable y la sensación de estar en un punto de transición vibrante. A pesar del bullicio, hay una eficiencia peculiar. Simplemente respira hondo, ten paciencia y prepárate para el viaje.
¡Hasta la próxima aventura!
Lola la Viajera