Imagínate que ya estamos en Mykonos, pero hemos dejado atrás el bullicio de las calles de Chora. Vamos en dirección al Faros Armenistis, y la aventura empieza mucho antes de verlo. Sientes cómo el aire empieza a cambiar, más fresco, más salado. La carretera se estrecha, se vuelve más sinuosa, y a cada curva, el aroma a tomillo seco y a mar se hace más intenso. Puedes percibir el sonido del viento, que al principio es un susurro suave, pero poco a poco se convierte en una voz que te llama desde el horizonte. Es un lugar donde la isla te muestra su lado más crudo y auténtico.
Para llegar, lo ideal es alquilar un coche o una scooter. La carretera está asfaltada, pero los últimos tramos pueden ser un poco estrechos y con curvas cerradas. No es para ir deprisa. Hay un pequeño espacio de tierra cerca del faro donde puedes aparcar sin problema. Mi consejo: ve con tiempo, especialmente si planeas quedarte para el atardecer, porque el aparcamiento se llena.
Cuando el coche se detiene, lo primero que te golpea es el viento. Es fuerte, constante, y te envuelve por completo. Escuchas el murmullo constante del Egeo, un sonido grave y poderoso que te conecta directamente con la inmensidad del mar. Bajo tus pies, la tierra es rocosa, irregular. Puedes sentir la textura de las pequeñas piedras sueltas y el calor del sol que se ha acumulado en ellas durante el día. Aunque no lo veas, sientes la presencia imponente del faro, una estructura sólida y robusta que se alza contra el cielo, un guardián silencioso de la costa.
Una vez allí, el faro en sí no es un lugar que se pueda visitar por dentro, así que no esperes una exposición o una tienda de souvenirs. El encanto está en su exterior y, sobre todo, en las vistas. Pasea por los alrededores, siente la brisa marina en tu cara. Puedes tocar las paredes de piedra del faro, notando su aspereza y la historia que guardan. Lleva una chaqueta ligera, incluso en verano, el viento puede ser frío. Lo mejor es ir al final de la tarde, justo antes del atardecer.
Si te quedas para el atardecer, prepara todos tus sentidos para un espectáculo. Siente cómo el sol, poco a poco, tiñe el cielo de tonos naranjas, rosas y violetas, una explosión de color que no verás igual en ningún otro sitio. El viento sigue soplando, pero ahora trae consigo la promesa de la noche. Escuchas las olas rompiendo abajo, un ritmo constante y tranquilizador. Y entonces, cuando el sol se esconde, sientes el cambio en la temperatura, el aire se vuelve más fresco, y de repente, la luz del faro cobra vida, un pulso rítmico que te guía en la oscuridad. Es un momento de pura magia, de conexión con la naturaleza.
Definitivamente, lo que debes guardar para el final es el atardecer. Es la guinda del pastel, la experiencia completa. En cuanto a lo que puedes saltarte: no busques tiendas, cafeterías o baños cerca. Es un lugar remoto, sin servicios. Así que lleva tu propia agua y algo para picar si crees que lo necesitarás. Es un lugar para la contemplación, no para el consumo.
La ruta para explorar el faro es sencilla: una vez que aparques, hay un pequeño sendero de tierra y rocas que te lleva directamente al faro. Es una caminata muy corta, quizás cinco minutos. Puedes rodear la base del faro, sintiendo el terreno irregular bajo tus pies, y encontrar diferentes puntos desde donde admirar las vistas del mar Egeo y la isla de Tinos a lo lejos. No esperes un camino pavimentado, es un sendero natural. Permítete simplemente estar ahí, sentir el viento y escuchar el mar. Es la simplicidad lo que lo hace tan especial.
Olya from the backstreets