¡Hola, amiga! Acabo de volver de Kochi, en la India, y tengo que contarte todo sobre las redes de pesca chinas. Imagina que caminas por una orilla, el sol ya empieza a calentar el aire húmedo, y de repente, una brisa salada te golpea la cara, trayendo el inconfundible aroma a mar y pescado fresco. Escuchas el chirrido constante de la madera vieja, un sonido grave y rítmico que se mezcla con los gritos de los pescadores, que no son gritos de enfado, sino de esfuerzo coordinado, una especie de canto ancestral. Sientes el suelo bajo tus pies, a veces arena, a veces tierra compacta, y de fondo, el murmullo lejano de la ciudad, pero aquí, justo aquí, es como si el tiempo se hubiera detenido. Ves, aunque no con los ojos, sino con la sensación de escala, unas estructuras gigantescas, como arañas de madera, elevándose contra el cielo. Cada red es un ballet de cuerdas y contrapesos, operado por varios hombres que suben y bajan con una precisión asombrosa. Lo que más me sorprendió fue darme cuenta de que esta técnica, que parece sacada de un libro de historia, ¡sigue funcionando a día de hoy! Es pura tradición viva.
Y mira, para llegar es bastante fácil. Si estás en Fort Kochi, que es lo más probable, puedes ir andando sin problema, es un paseo agradable. Si estás más lejos, un tuk-tuk te dejará justo en la orilla. Te recomiendo ir muy temprano por la mañana, justo al amanecer, o al atardecer. Por la mañana, la luz es mágica y ves toda la actividad de la pesca, con los peces recién sacados del agua. Lo que me encantó fue la atmósfera, esa sensación de estar en un lugar con tanta historia y ver a la gente trabajando como hace siglos. Es hipnotizante. Pero, ojo, a veces hay bastante gente, y como en cualquier sitio turístico, te encontrarás con vendedores que pueden ser un poco insistentes. Mi consejo es que vayas con la mente abierta, pero si no te interesa algo, un "no, gracias" firme suele funcionar. Y lleva agua, que el calor aprieta.
Lo que me fascinó fue la interacción con los pescadores. Son gente increíblemente fuerte y orgullosa de su trabajo. Si te acercas, algunos te explicarán cómo funciona la red, cómo mueven los contrapesos y por qué lo hacen de esa manera. Puedes sentir la rugosidad de las cuerdas si te acercas, la madera gastada por el tiempo y el agua. Es como un museo al aire libre, pero un museo vivo, donde la gente sigue dependiendo de esas redes para su sustento. Lo que no me gustó tanto es que, alrededor de las redes, se ha vuelto muy comercial. Hay muchos puestos que te ofrecen cocinar el pescado que acabas de ver pescar, y aunque la idea es buena, a veces los precios son un poco inflados y la experiencia puede sentirse un poco "montada" para el turista. Mi consejo es que observes, disfrutes el momento, y si quieres probar el pescado, investiga un poco los precios antes o aléjate un poco de la zona más concurrida.
Y hablando de pescado, ¡madre mía! Justo al lado de las redes hay un mercado de pescado improvisado. El olor a marisco fresco es intenso, casi abrumador al principio, pero te acostumbras. Escuchas el parloteo de los vendedores y el chapoteo del hielo. Puedes elegir el pescado que quieras, y ellos mismos te lo preparan para que lo cocinen en uno de los puestos cercanos. La frescura es inigualable. Lo que me encantó fue la vibración del lugar, la autenticidad. Lo que no funcionó tan bien es que si no eres muy fan del pescado o el marisco, las opciones de comida son limitadas justo ahí. Mi tip es que, si te apetece, pruébalo, pero asegúrate de que el lugar donde te lo cocinan tenga buena pinta. Y si no, explora un poco más las calles de Fort Kochi, hay cafeterías y restaurantes con más variedad y, a veces, mejores precios. Es una zona muy interesante para perderse.
¡Un abrazo desde el camino!
Lola de Viaje