Amigo, ¿sabes qué? Kochi es un lugar que te abraza, y si vas, tienes que sentir el Palacio Mattancherry. Imagina que el sol de Kerala te calienta la piel, pero no quema. Caminas por calles estrechas, el aire huele a especias y a sal que se mezcla con el dulce aroma de alguna flor. Y de repente, ahí está. No es un palacio ostentoso, sino algo más íntimo, con paredes que susurran historias. Lo primero que notas es la quietud, un respiro del bullicio de fuera. Tus pies pisan un suelo fresco, y el aire, de repente, se vuelve más denso, cargado de siglos. Es una sensación casi palpable, como si el tiempo mismo se ralentizara a tu alrededor.
Cuando cruzas el umbral, es como si el mundo exterior se desvaneciera. El interior es sorprendentemente fresco, un alivio que te envuelve, y el sonido del tráfico se apaga casi por completo. Tus ojos se ajustan a la penumbra, y lo que ves es una explosión de color, no en objetos, sino en las paredes. Son murales. Gigantescos. Te acercas y, aunque sabes que no debes tocar, puedes casi sentir la textura de la pintura, la antigüedad de las capas bajo tus dedos. El silencio es casi absoluto, solo roto por el suave arrastrar de pies de otros visitantes y el eco lejano de tu propia respiración. Es un lugar para sentir, no solo para ver.
Estos murales son la verdadera joya del lugar. Cubren cada centímetro de las paredes, contando historias épicas del Ramayana y el Mahabharata. No necesitas ser un experto en mitología india para que te impacten. Solo míralos. Imagina las horas, los días, los meses que se invirtieron en cada detalle, cada pincelada. Algunos son tan grandes que tienes que inclinar la cabeza hacia atrás para verlos completos, y la luz que se filtra por las pequeñas aberturas ilumina diferentes secciones, dándoles vida, casi como si los personajes se movieran. Date tiempo aquí. Mucho tiempo. No es algo que se vea rápido; es algo que se absorbe.
Más allá de las historias en las paredes, hay otras salas que te transportan. Verás trajes reales, armas antiguas, incluso palanquines que te hacen imaginar a la realeza siendo transportada. Puedes sentir la solidez de la madera pulida de los muebles a través de las vitrinas, la densidad de los objetos que una vez fueron parte de la vida de reyes y reinas. Es una ventana a un pasado muy diferente al nuestro, lleno de rituales y pompas. Es una colección pequeña, pero cada pieza tiene su propio eco, su propia historia silenciosa que puedes casi escuchar si te detienes y te concentras.
Cuando sales de nuevo al sol, el contraste es brutal. El aire exterior te golpea con su calor y los sonidos del día vuelven a inundarte, pero te sientes diferente. Es como si una parte de ti se hubiera quedado suspendida en ese tiempo antiguo, entre las historias pintadas y el silencio. El bullicio de la calle te devuelve a la realidad, pero el eco de los colores y las figuras aún resuena en tu mente. Es un lugar que te deja pensando, que te conecta con un pasado que sientes muy presente.
Ahora, lo práctico: ve por la mañana temprano si puedes, justo cuando abren. Evitarás el calor más fuerte y las multitudes. La entrada es mínima. No hay aire acondicionado, así que viste ropa ligera y cómoda. Y un detalle importante: no se permiten fotos dentro de las salas de los murales. Respeta eso, así todos podemos disfrutar de la quietud y la atmósfera. Está en Mattancherry, un barrio con mucho encanto, así que puedes combinarlo con una caminata por las calles de Fort Kochi, explorar las tiendas de especias o ver las redes de pesca chinas al atardecer, que están bastante cerca.
Un abrazo desde el camino,
Olya from the backstreets