¡Hola! Acabo de volver del Kerala Folklore Museum en Kochi y tengo que contarte.
Imagina que te bajas del tuk-tuk y el primer impacto es visual, sí, pero también sientes el aire, ese aire húmedo y cálido de Kochi, que aquí parece llevar un eco de tiempos antiguos. Delante de ti se levanta una estructura imponente, hecha de madera oscura y tejas rojas, como si un palacio ancestral hubiera decidido echar raíces justo ahí. Hueles la madera vieja, el incienso quizás, y un toque de especias que se cuela desde algún sitio. Cuando te acercas, sientes la textura rugosa de la piedra en la base, y el calor del sol en tu piel. Cada detalle en la fachada, cada tallado, te susurra historias de reyes y dioses. Escuchas el murmullo de la ciudad que se desvanece, y en su lugar, casi puedes oír los cánticos y tambores de festivales pasados. Es como si el edificio mismo fuera un guardián de secretos.
Una vez dentro, la sensación es de entrar en una cápsula del tiempo. Te mueves por pasillos y salas, y el aroma a maderas exóticas es más intenso. Tocando las barandillas de madera pulida, sientes la suavidad que años de manos han dejado. Aquí no hay vitrinas frías, sino espacios que invitan a la cercanía. Hay máscaras gigantes, de esas que se usan en las danzas Kathakali, con sus expresiones teatrales que parecen observarte desde la penumbra. Puedes casi sentir el peso de los trajes, la labor de los artesanos. Más arriba, en las galerías, percibes la vibración de instrumentos musicales antiguos, silbatos, tambores, que parecen esperar a ser tocados. Hay una colección de joyas y utensilios de cocina de latón que brillan con una pátina de historia, y te imaginas las manos que los usaron, los sonidos de las conversaciones que los rodearon. La luz, a menudo tenue, se filtra por pequeñas ventanas, creando un ambiente casi místico.
Lo que no me terminó de convencer del todo es que, a veces, la cantidad de objetos es tan abrumadora que puede ser difícil procesarlo todo. No hay mucha señalización en inglés para cada pieza, lo que te obliga a ir más por la intuición o a preguntar si hay alguien disponible. Pero lo que realmente me sorprendió fue la pasión detrás de todo esto. Es una colección privada, y se nota el amor y la dedicación en cada rincón. No es un museo estatal aséptico, sino la materialización de un sueño personal. Y el edificio en sí, hecho con materiales recuperados de casas y templos antiguos de Kerala, es una obra de arte por derecho propio. Te deja pensando en la historia viva.
Si vas, te sugiero que lo hagas a primera hora de la mañana, justo cuando abren. La luz es preciosa y hay menos gente, lo que te permite pasear con más calma. Está un poco alejado del centro de Fort Kochi, así que lo mejor es coger un tuk-tuk. El viaje dura unos 20-30 minutos, dependiendo del tráfico. La entrada no es barata para los estándares de India (creo que eran unas 300 rupias para extranjeros, pero compruébalo), pero para mí, valió la pena cada rupia. No hay cafetería dentro, así que ve con agua y si necesitas un snack, llévalo. Calcula al menos una hora y media, o dos, si te gusta mirar con detalle.
En resumen, no es el típico museo pulcro y moderno, es más bien una inmersión en el alma de Kerala. Si te gusta la cultura, la historia y sentir la esencia de un lugar, tienes que ir. Si esperas pantallas interactivas y explicaciones detalladas para cada objeto, quizás te decepcione un poco, pero si te dejas llevar por la atmósfera y la belleza de lo antiguo, te va a encantar. Es un lugar que te habla, si sabes escuchar.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets