¿Qué se hace en el Planetario Cusco? Ah, amigo, no es solo "ver estrellas", es una inmersión completa. Imagina que dejas atrás el bullicio de Cusco, el murmullo de las calles y el brillo naranja de las farolas. Te subes a un transporte que empieza a subir, y sientes cómo el aire se vuelve más fresco, más nítido, con cada curva que tomas. El sonido de los cláxones se desvanece poco a poco, reemplazado por un silencio que se siente más denso, más profundo. A medida que te alejas de las luces de la ciudad, una anticipación silenciosa empieza a crecer dentro de ti. El olor a tierra húmeda y a eucalipto te envuelve, una promesa de lo que está por venir.
Cuando llegas, sientes el frío intenso de la noche andina, pero enseguida te envuelve una calidez acogedora. Te dan la bienvenida con una sonrisa, y el ambiente es de expectación, casi reverencia. Te invitan a pasar a una sala donde el calor de una chimenea quizás te acaricie la piel, y el sonido de voces tranquilas y emocionadas llena el espacio. Te ofrecen un mate de coca caliente que te entibia las manos y el cuerpo desde adentro, preparándote para la experiencia que está a punto de desplegarse. Escuchas las primeras explicaciones, y tu mente ya empieza a viajar, mucho antes de que pongas un pie bajo el cielo.
Luego, te invitan a salir. El frío te abraza de golpe, pero es un frío limpio, que te despierta. Levantas la vista y es como si alguien hubiera encendido millones de pequeñas luces sobre ti. No hay edificios que estorben, ni farolas que compitan. Solo la inmensidad, el negro profundo salpicado de estrellas que parecen tan cerca que podrías tocarlas. Escuchas la voz tranquila de tu guía, que te invita a seguir un punto invisible con tu mirada, y de repente, la Vía Láctea se revela, como un río de leche derramado en el cielo. Sientes la piel de gallina, no solo por el frío, sino por la pura maravilla, la conexión con algo inmenso y ancestral.
Después de la observación a cielo abierto, te guían a una cúpula. Allí, te sientas cómodamente y la oscuridad te envuelve de nuevo, pero esta vez, la inmensidad del universo se proyecta justo encima de ti. Escuchas historias que te transportan miles de años atrás, a cuando los Incas miraban el mismo cielo, no solo para orientarse, sino para comprender la vida, la agricultura, su destino. Sientes cómo el conocimiento de la astronomía Inca se entrelaza con las constelaciones modernas, y la conexión entre la tierra y el cosmos se hace palpable, casi como si pudieras sentir el pulso de las estrellas.
A ver, para que no te pille de sorpresa, unos datos prácticos: reserva con antelación, ¡es súper importante! Las plazas son limitadas y vuelan. Vístete por capas, muchas capas. La noche en Cusco y en las alturas es gélida, así que piensa en gorro, guantes, bufanda y un buen abrigo. Lleva algo de efectivo por si acaso, aunque suelen aceptar tarjeta. El transporte desde Cusco está incluido en la reserva, así que no te preocupes por eso. La experiencia dura unas dos horas y media, y es totalmente apta para todos, pero si no estás acostumbrado a la altitud, tómate tu tiempo y avisa si te sientes mal.
Al final, cuando el transporte te baja de nuevo hacia la ciudad, las luces de Cusco vuelven a aparecer a lo lejos, pero ya no las ves igual. Las estrellas que acabas de conocer permanecen en tu mente, y sientes una nueva perspectiva, una conexión más profunda con el universo y con la sabiduría de los antiguos. La brisa fresca de la noche te acompaña, y el silencio de las alturas todavía resuena en tus oídos, recordándote la inmensidad de lo que acabas de experimentar. Es una sensación de pequeñez y, a la vez, de pertenencia, un recuerdo que se queda contigo mucho después de que tus pies toquen de nuevo el asfalto.
Olya from the backstreets