¡Hola, viajeros del alma! Hoy vamos a hablar de un lugar que te abraza antes de que lo veas: Machu Picchu, en el corazón de Cusco. No es solo un destino; es una experiencia que se siente en cada fibra de tu ser.
Imagina que el tren empieza a ralentizar su marcha. Ya no escuchas el bullicio de la ciudad, sino el suave murmullo del río Urubamba que te acompaña. El aire, antes denso, se vuelve más fresco, más húmedo, con un ligero aroma a tierra mojada y a vegetación densa. Puedes sentir cómo la altitud te envuelve, no de forma abrumadora, sino como una manta fresca que te prepara para algo grande. Cuando bajas del tren en Aguas Calientes, el sonido dominante es el del agua, omnipresente, corriendo por todas partes. El suelo bajo tus pies cambia de asfalto a adoquines irregulares, y puedes percibir la humedad en el ambiente, casi como si las nubes estuvieran a tu alcance.
Desde Aguas Calientes, la verdadera ascensión comienza. Puedes elegir el bus, que te mece suavemente por una carretera sinuosa, o caminar si tus piernas te lo permiten. Si vas en bus, sentirás las curvas, cómo el vehículo se inclina, y el cambio de presión en tus oídos mientras ganas altura. El aroma a bosque se intensifica, y de repente, el bus se detiene. Bajas y la humedad se vuelve casi palpable. Escuchas el viento susurrar entre las montañas, un sonido ancestral. Y entonces, de la niebla, o bajo el sol radiante, lo percibes. No lo ves todo de golpe, sino que emerge pieza a pieza, como si la montaña misma te lo fuera revelando. Sientes la inmensidad, la antigüedad en el aire, una quietud profunda que te envuelve y te invita a un silencio reverente.
Para llegar a este lugar mágico, la mayoría toma un tren desde Ollantaytambo o Poroy hasta Aguas Calientes (también conocido como Machu Picchu Pueblo). Hay varias compañías y horarios, así que reserva tus boletos con mucha antelación, especialmente en temporada alta. Una vez en Aguas Calientes, tienes dos opciones para subir a la ciudadela: un bus que sale cada pocos minutos desde la estación principal (el viaje dura unos 25-30 minutos por una carretera en zigzag) o caminar. Si optas por caminar, prepárate para una subida empinada que te tomará entre 1.5 y 2 horas. Lo más importante: tus entradas a Machu Picchu deben comprarse online y con mucha antelación en la página oficial del gobierno peruano. Hay diferentes circuitos y horarios, y los cupos son limitados. Sin boleto, no hay entrada.
Una vez dentro, cada paso es una revelación. Siente la textura de las piedras bajo tus manos si las tocas con respeto: ásperas, frías, pero pulidas por siglos. Escucha el eco de tus propios pasos y los de otros visitantes que se pierden en la inmensidad del lugar. El viento aquí no es solo aire; es una caricia que parece venir de tiempos remotos, trayendo consigo el aroma de la hierba húmeda y la tierra antigua. Imagina las manos que colocaron cada una de esas piedras, la precisión, la dedicación. Puedes sentir la energía que emana de los templos, los andenes, los caminos. No hay prisa aquí; solo la invitación a absorber, a sentir la grandeza de la ingeniería y la espiritualidad inca.
Cuando estés allí, lo primero: lleva capas de ropa. El clima en la montaña puede cambiar drásticamente en cuestión de minutos, de sol radiante a niebla y lluvia. Un buen impermeable ligero es clave. Usa calzado cómodo y con buen agarre; caminarás mucho y el terreno es irregular. No olvides agua, protector solar, un sombrero o gorra y repelente de insectos. Dentro de la ciudadela no se permite la entrada de alimentos voluminosos ni mochilas grandes (hay lockers en la entrada si necesitas guardar algo). Respeta las señalizaciones y no te salgas de los caminos marcados para preservar el sitio. Considera contratar un guía oficial a la entrada; te ayudará a entender mejor lo que sientes y ves, y te guiará por los circuitos establecidos.
Mi abuela solía decir que Machu Picchu no era solo un fuerte o una ciudad, sino el lugar donde los Andes y el cielo se encontraban para hablar. "Era el corazón de la Pachamama," decía. "Cuando un inca sentía que su espíritu estaba cansado, venía aquí. Subía por el camino, escuchando el viento y el río. Y cuando llegaba, sentía cómo la montaña le susurraba secretos antiguos y le devolvía la fuerza. No era para pelear batallas, sino para sanar el alma y recordar que somos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos, un puente entre el cielo y la tierra." Ella decía que aún hoy, si te quedas en silencio y escuchas con el corazón, puedes sentir esa misma energía, ese susurro.
Después de la experiencia en la ciudadela, Aguas Calientes te ofrece un respiro. Puedes sumergir tus pies cansados en las aguas termales que dan nombre al pueblo, escuchando el burbujeo del agua caliente y sintiendo cómo el cansancio se desvanece. El pueblo es pequeño, con un mercado artesanal donde puedes oler el aroma a lana de alpaca y a las hierbas locales. Prueba un buen café peruano o una sopa caliente en uno de los pequeños restaurantes, mientras escuchas el constante murmullo del río. Si tienes energía, hay otras caminatas cortas por los alrededores, como la subida a la montaña Putucusi, que ofrece vistas increíbles, o una visita al Jardín Botánico para sentir la exuberancia de la flora local. Es un buen lugar para procesar todo lo que has vivido.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets