¡Hola, explorador! Hoy te llevo de la mano a un lugar que guarda mil historias, justo en el corazón de San Petersburgo: el Palacio Anichkov. No es el más ostentoso, pero tiene un alma que te abraza si sabes escuchar. Te lo voy a contar como si estuviéramos paseando juntos, sintiendo cada paso.
Imagina que llegamos. El aire es fresco, a veces con ese toque húmedo del Neva, pero aquí, en la Nevsky Prospekt, sientes el pulso de la ciudad. El palacio se alza discreto, no grita su opulencia. Lo primero que te invito a hacer es sentir el suelo bajo tus pies al acercarte. Es sólido, adoquinado quizás, y luego, al cruzar la verja, la tierra compacta de los jardines. Escuchas el murmullo de la gente, el tráfico lejano, pero aquí dentro de los jardines, hay una calma diferente. Es como si el tiempo ralentizara. Empieza por el exterior, dándole la vuelta, sintiendo la brisa y escuchando el suave crujido de las hojas bajo los pies si es otoño. No te apresures. Siente la escala del edificio, su presencia tranquila.
Una vez dentro, el ambiente cambia. La temperatura es más estable, y el sonido se amortigua. Tus pasos resuenan un poco en los vestíbulos de entrada, amplios pero no abrumadores. Aquí, no hay necesidad de detenerse mucho; es un espacio de transición. Percibes el olor a madera antigua, a polvo noble, ese aroma que solo los edificios con siglos de vida poseen. Sigue el flujo natural, no hay laberintos. Lo importante es sentir la amplitud de las salas, cómo el espacio se abre o se cierra a tu alrededor. Los suelos de parqué crujen suavemente, un recordatorio constante de que no estás solo en este espacio, que miles de pasos han resonado aquí antes que los tuyos.
Ahora, mientras avanzamos, te guiaré por las salas principales. Hay salones enormes donde sientes la inmensidad del techo sobre ti, el eco de tus propias pisadas te da una idea de la altura. Puedes imaginar los bailes, el roce de los vestidos, el murmullo de las conversaciones. Es impresionante, sí, pero no es donde quiero que nos quedemos mucho tiempo. Hay una sala en particular, más pequeña, que fue el estudio de Alejandro III. Aquí es donde quiero que te detengas. El espacio es más íntimo, la acústica es diferente, más recogida. Sientes una calidez, una cercanía que no tienen los grandes salones. Aquí es donde puedes "tocar" la historia, sentir el peso de las decisiones tomadas entre esas paredes.
Y para el final, lo más especial: la Sala de Conciertos. Es una joya. Cuando entres, busca un lugar tranquilo donde sentarte. El aire aquí se siente diferente, más vibrante, como si la música aún resonara en las paredes. Cierra los ojos y escucha el silencio, la reverberación del espacio. Imagina las melodías, las risas, los aplausos. Es un lugar donde la historia no solo se ve, se *siente* en cada fibra de tu ser. Puedes pasar un buen rato aquí, simplemente absorbiendo la atmósfera. Para salir, solo tienes que seguir la misma ruta, volviendo a sentir el cambio de temperatura y los sonidos de la ciudad que te esperan fuera.
Para la visita, calcula unas dos horas, tranquilamente. El palacio no es tan grande como otros en la ciudad, lo que lo hace perfecto para esta inmersión sensorial. No hay cafetería dentro, pero saliendo a Nevsky tienes opciones infinitas. Y sí, los baños están disponibles y son decentes. Llegar es fácil, está en plena Nevsky Prospekt, puedes ir en metro a la estación "Mayakovskaya" o "Ploshchad Vosstaniya" y caminar un poco.
Un abrazo desde el camino,
Léa from the road