¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar donde el mundo se despliega bajo tus pies, un gigante de acero que parece desafiar la gravedad: Ain Dubai. No es solo una noria, es una experiencia que te eleva y te conecta con la inmensidad de esta ciudad.
Imagina que subes un escalón y sientes la superficie lisa bajo tus zapatos. Un suave empujón te indica que entras en la cápsula. El aire acondicionado te envuelve con su frescura, un alivio inmediato del calor exterior. La puerta se cierra con un silbido casi imperceptible. No hay estridencias, solo un zumbido bajo y constante que te acompaña. Sientes una vibración mínima, casi un cosquilleo en la planta de los pies, y de repente, te das cuenta de que el suelo se aleja. Es un movimiento tan suave que apenas lo percibes al principio, como si una mano gigante y gentil te estuviera levantando. Escuchas el murmullo de otras voces a tu alrededor, susurros de asombro que se mezclan con el suave crujido de la estructura que te eleva, un sonido que te dice que estás ascendiendo, pero sin esfuerzo, sin sobresaltos. Es una sensación de ligereza que te invade el pecho, como si te desprendieras de todo peso.
Mientras subes, el zumbido de la ciudad se vuelve más lejano, se transforma en un eco apagado que apenas llega a tus oídos. El aire dentro de la cápsula, limpio y filtrado, te da una sensación de aislamiento, de estar en tu propia burbuja suspendida. Puedes sentir la vastedad del espacio a tu alrededor, aunque no lo veas. La cápsula es amplia, te permite moverte, sentir el suelo firme bajo tus pies, pero sabes que estás flotando. El pulso de la ciudad, que antes sentías con cada bocina y cada motor, ahora es un latido distante, casi onírico. Percibes la inmensidad del horizonte, la ausencia de límites, la brisa marina que, aunque no te toca directamente, sientes su presencia en el ambiente, una promesa de amplitud y libertad. Es una calma profunda que se asienta en tu interior, una sensación de ser parte de algo mucho más grande.
Poco a poco, la cápsula comienza su descenso. Sientes cómo la gravedad te atrae suavemente de nuevo hacia la tierra, pero sin prisa, sin brusquedad. Los sonidos de la ciudad empiezan a definirse de nuevo: el tráfico, las voces, la energía que vuelve a cobrar forma. Es como despertar de un sueño lúcido. Cuando tus pies tocan de nuevo el suelo firme, hay una sensación de arraigo, de volver a conectar con la realidad, pero la experiencia te deja una huella. El aire exterior, con su mezcla de humedad y los aromas de la ciudad, te golpea de nuevo, pero ahora lo sientes diferente, con una nueva perspectiva. La inmensidad que sentiste en las alturas se queda contigo, una sensación de haber flotado por encima de todo, de haber visto el mundo de otra manera, y esa sensación de amplitud y ligereza te acompaña durante horas, un eco en tu memoria.
Si te animas a vivirlo, te recomiendo reservar tus entradas online con antelación, sobre todo si planeas ir al atardecer; es el momento más mágico, aunque también el más concurrido. La experiencia dura unos 38 minutos, tiempo suficiente para sentir la ascensión, la suspensión y el suave descenso. Si prefieres menos gente, las mañanas entre semana suelen ser más tranquilas. Las cabinas son muy espaciosas, lo que permite moverse con comodidad. Está en Bluewaters Island, un lugar genial para pasear y cenar después. ¡No te lo pierdas!
Un abrazo desde el camino,
Olya from the backstreets