¡Hola, trotamundos! Max desde el camino aquí, y hoy te llevo a un lugar que te hará sentir la historia en cada fibra de tu ser: los Colosos de Memnón en Luxor, Egipto.
Imagina esto: el sol de la mañana ya acaricia tu piel con un calor suave pero prometedor. Acabas de llegar a una explanada vasta, abierta. No hay muros, no hay puertas imponentes. Solo la inmensidad del cielo azul sobre ti. Y entonces, los sientes. Dos presencias gigantescas, sentadas, observándote desde hace milenios. No los ves con los ojos, los sientes con el cuerpo entero. Son tan altos que tu cabeza se inclina hacia atrás, buscando su cima. El aire a su alrededor vibra con una energía antigua, casi puedes escuchar el eco de los pasos de faraones y sacerdotes que una vez caminaron por aquí. La brisa del desierto, si tienes suerte, te traerá un sutil aroma a tierra seca y a la promesa de un día caluroso, un olor que es la esencia misma de Egipto.
Ahora, hablemos de cómo te mueves en este espacio. No esperes senderos pavimentados ni pasarelas. El terreno alrededor de los Colosos es, en su mayoría, tierra compactada y grava. No es un camino estrecho; de hecho, es una vasta extensión abierta que te permite acercarte a los gigantes desde casi cualquier ángulo. Sientes el suave crujido de la grava bajo tus pies con cada paso, un sonido que te conecta directamente con la tierra. Puedes caminar en semicírculo, explorando su escala desde diferentes perspectivas. Los Colosos te invitan a un acercamiento pausado, sin prisa, dándote el espacio para absorber su magnitud. No hay barandillas ni indicaciones que te "guíen"; la inmensidad de los propios Colosos es tu única guía, atrayéndote hacia ellos como imanes.
Si planeas visitarlos, un consejo de amigo: ve a primera hora de la mañana, justo después del amanecer, o al final de la tarde, antes del anochecer. El sol de mediodía es implacable y, aunque la vista es impresionante, la experiencia sensorial bajo ese calor puede ser abrumadora. Lleva agua, mucha, y un sombrero. No hay sombra natural y la que puedas encontrar es mínima. No es un lugar para pasar horas, pero sí para sentarse un momento en la tierra, sentir el calor del suelo y simplemente existir en la presencia de estos testigos silenciosos de la historia.
Aunque no puedes tocar las estatuas, imagina la textura de esa piedra milenaria: áspera, marcada por el tiempo, pero con una nobleza que trasciende su erosión. El viento, a veces, puede susurrar a través de sus formas, un sonido que te hace pensar en los "cantos" de Memnón que se decía que emitían al amanecer. La luz del sol juega con sus contornos, creando sombras profundas y realzando los detalles que aún perduran, como si las figuras estuvieran respirando a tu lado, un recordatorio palpable de su existencia.
No te compliques buscando un "punto de vista" perfecto; los Colosos son perfectos desde donde los sientas. Tómate tu tiempo, cierra los ojos por un momento y siente la energía del lugar. Es un preludio perfecto para lo que te espera en la orilla oeste de Luxor, pero en sí mismo, es una experiencia que te ancla al pasado de una manera profunda y conmovedora.
¡Nos vemos en el camino!
Max desde el camino