Okay, amiga, tienes que escuchar esto. Acabo de volver de El Cairo, y la Mezquita de Alabastro, la de Muhammad Ali, es una cosa de locos. No es solo un edificio; es una experiencia que te envuelve.
Imagina esto: llegas a la Ciudadela, subes una cuesta y, de repente, se abre un espacio. El sol egipcio te golpea, cálido, pero hay una brisa que te acaricia la piel. Entonces, la ves. Es gigantesca. No es el color que esperas de una mezquita, ¿sabes? No es ladrillo rojo ni piedra arenisca. Es *alabastro*. Un blanco cremoso, casi translúcido, que brilla bajo el sol como si estuviera hecha de nube solidificada. Puedes casi sentir el frío de la piedra a través del aire, incluso antes de tocarla. Y el tamaño... te hace sentir diminuta, pero no insignificante, sino como parte de algo mucho más grande, antiguo y majestuoso. El aire huele a polvo, a historia y a algo indefinible que solo encuentras en lugares así de viejos y sagrados.
Una vez que dejas los zapatos y entras, el cambio es brutal. El calor exterior se disipa. Puedes sentir cómo el aire se vuelve más fresco, más silencioso. El suelo de mármol pulido está frío bajo tus pies descalzos o con calcetines, un alivio inmediato. Levantas la vista y es como si el cielo se hubiera caído y se hubiera quedado atrapado dentro. Cientos de lámparas, colgando, creando círculos de luz dorada. No es una luz brillante, es una luz *suave*, que se filtra, que acaricia las columnas de alabastro y hace que todo parezca brillar desde dentro. Escuchas el murmullo de voces bajas, el eco de algún rezo lejano, un silencio respetuoso que te envuelve. Si cierras los ojos, puedes casi sentir la textura lisa y fría del alabastro bajo tus dedos si lo rozaras, y la inmensidad del espacio que te rodea. Es un lugar para respirar hondo, para sentir el peso de siglos.
Ahora, lo práctico. Llegar es fácil en taxi o Uber desde cualquier punto de El Cairo, pero ojo, la Ciudadela (donde está la mezquita) tiene un tráfico considerable, así que calcula bien el tiempo. La entrada a la Ciudadela es una tarifa única, y esa entrada te da acceso a la mezquita y a otros museos dentro del complejo. Para entrar a la mezquita, las mujeres necesitan cubrirse el pelo y los hombros; si no llevas pañuelo, suelen prestarte uno. Y los zapatos, claro, te los quitas al entrar. Lo que no me gustó mucho es la insistencia de algunos vendedores de souvenirs justo fuera de la mezquita. Pueden ser un poco agobiantes si buscas tranquilidad después de la visita. Y a veces, aunque es un lugar sagrado, hay grupos de turistas ruidosos que rompen un poco la atmósfera de paz. No es culpa de la mezquita, pero es algo a tener en cuenta.
Pero no te quedes solo en la mezquita. Sal de ella y camina por los patios de la Ciudadela. Esto fue una sorpresa increíble. De repente, te encuentras en un balcón con una vista panorámica de todo El Cairo. El viento te despeja la cara, y el sonido de la ciudad sube hasta ti como un zumbido lejano, una orquesta de cláxones y voces que se difumina en la distancia. Puedes ver la inmensidad de la ciudad, el Nilo serpenteando, y hasta las Pirámides de Giza en el horizonte si el día está despejado. Es un contraste brutal: la paz de la mezquita y el caos vibrante de El Cairo a tus pies. Puedes sentir el sol en tu piel mientras miras, y la escala de todo es asombrosa. Hay otros museos más pequeños dentro de la Ciudadela, como el Museo de la Policía o el Museo Militar, que puedes echar un vistazo si tienes tiempo extra, pero la vista por sí sola ya vale la pena el paseo.
Mi consejo: ve temprano por la mañana. Así evitas las multitudes y puedes disfrutar de la luz suave que entra por las ventanas. Lleva calcetines extra si no quieres andar descalza sobre el mármol frío o usar los calcetines prestados. Y prepárate para caminar un poco dentro de la Ciudadela. No esperes una experiencia de museo tradicional, es más un lugar para sentir y observar. Es un contraste fascinante de lo sagrado y lo mundano, la historia y la vida moderna. Si te dejas llevar, te dejará una huella.
Un abrazo grande desde la ruta,
Max en Ruta