¿Qué se *hace* en Red Rock Canyon, me preguntaste? Amiga, es más bien qué se *siente*. Olvídate del brillo de Las Vegas por un momento. Imagina que dejas atrás el asfalto que hierve y, de repente, la carretera se estira frente a ti, llevándote hacia una muralla de color. El aire ya no es el del neón y el aire acondicionado; aquí, incluso antes de bajar del coche, hueles la tierra seca, el polvo que el viento arrastra, una promesa de algo antiguo. Es un rojo que te golpea, no solo en los ojos, sino en el pecho, una inmensidad que te hace sentir pequeña, pero conectada. Para llegar, necesitas tu propio coche o uno alquilado, es la única forma de moverte con libertad. Hay una entrada, sí, una caseta donde pagas una tarifa, y luego la barrera se levanta, invitándote a entrar a otro mundo. Es el peaje a la calma.
Una vez dentro, el camino se convierte en una cinta de asfalto que serpentea por un paisaje que parece de otro planeta. Sientes el sol en la piel a través de la ventanilla abierta y el viento te despeina, llevándose los pensamientos de la ciudad. Escuchas el suave roce de los neumáticos sobre el pavimento y el silencio vasto que solo interrumpe el canto lejano de algún pájaro del desierto. Cada curva te revela una formación rocosa diferente, cada una con su propia historia grabada en capas de arenisca. Hay muchos miradores, pequeños apartaderos donde puedes detenerte, estirar las piernas y simplemente absorberlo todo. La ruta es de un solo sentido, así que tómate tu tiempo, no hay prisa.
Cuando decides parar y bajar, el suelo bajo tus pies cambia. Pasas de la comodidad del asfalto a una tierra arenosa y suelta que cruje con cada paso. Puedes estirar la mano y tocar la roca, sentir su textura rugosa, a veces caliente por el sol, a veces sorprendentemente fresca en las sombras. El aire es seco, pero no asfixiante, y puedes oler un aroma terroso, mineral, casi como si la tierra misma respirara. Si te quedas quieta un momento, escucharás el suave zumbido de algún insecto o el rápido scurrir de una lagartija entre las piedras. No necesitas ser una experta en senderismo; hay senderos cortos y fáciles, perfectos para un paseo tranquilo. Lleva zapatos cómodos y cerrados, la arena se mete por todas partes.
Si sientes el llamado de la aventura, hay senderos que te invitan a adentrarte más, a subir un poco más alto. Sientes tus músculos trabajar mientras asciendes por caminos de roca y tierra, el latido de tu corazón en tus oídos. A veces, necesitas usar las manos para apoyarte en una roca, sintiendo su superficie irregular bajo tus dedos. La recompensa es una vista que te quita el aliento, no por lo espectacular de un edificio, sino por la inmensidad de la naturaleza. El viento allá arriba es más fuerte, te envuelve, y el silencio es aún más profundo, solo roto por el eco de tu propia respiración. Hay rutas de diferentes niveles, desde un par de kilómetros hasta caminatas de varias horas. Siempre lleva mucha agua, mucha, y un sombrero o gorra para protegerte del sol.
Y no todo es roca. Si prestas atención, la vida se abre paso en este paisaje. Puedes escuchar un suave crujido entre los arbustos y, si eres paciente, verás un conejo del desierto o incluso una ardilla. Las plantas tienen su propia personalidad: cactus con espinas afiladas que te avisan con solo verlos, o arbustos bajos y resistentes que huelen a hierba seca cuando los roza el viento. No toques a los animales ni las plantas; este es su hogar, y muchos tienen sus propios mecanismos de defensa. Simplemente observa, maravíllate de cómo la vida encuentra un camino incluso en condiciones tan extremas.
A medida que el sol comienza a descender, las sombras se alargan y los colores de las rocas se intensifican, pasando de un rojo vibrante a tonos más profundos de borgoña y púrpura. El aire se vuelve más fresco, y la sensación de paz se vuelve casi tangible. Puedes sentir la despedida del día en cada ráfaga de viento. Es el momento perfecto para conducir de vuelta lentamente, absorbiendo esta última paleta de colores antes de que la oscuridad envuelva las montañas. Te recomiendo ir por la mañana temprano o al final de la tarde para evitar el calor más intenso y disfrutar de estas luces mágicas. La salida es sencilla, la misma carretera te lleva de vuelta a la realidad, pero de una forma diferente.
Olya desde los callejones.