Me preguntabas qué se hace en la Quinta da Boa Vista, ¿verdad? Pues mira, es una experiencia que te envuelve desde que llegas. Imagina que el bullicio de Río, ese sonido constante de motores y voces, empieza a desvanecerse. Lo primero que notas es el cambio en el aire. Es más fresco, como si la ciudad se quedara atrás de golpe. Al caminar hacia la entrada, sientes la tierra bajo tus pies, a veces un poco húmeda por el rocío de la mañana, y el sonido de tus propios pasos sobre la grava es lo que más destaca. Puede que oigas el canto de algún pájaro lejano, una primera señal de que entras en otro ritmo. Para llegar, lo más sencillo es usar el metro; la estación São Cristóvão te deja justo enfrente. Es una línea segura y eficiente. Si vas en coche, hay aparcamiento, pero puede llenarse rápido los fines de semana.
Ahora, tus pasos te guían hacia una mole imponente. Sientes la amplitud del espacio abriéndose ante ti. Imagina la brisa fresca que te roza la cara mientras la miras, y el eco de tus propios pasos al acercarte a sus muros. La piedra, si la tocas, puede sentirse fresca incluso en un día cálido. Es como si el tiempo se ralentizara. Puedes casi oír los susurros de la historia en el aire, un eco de la realeza que una vez habitó aquí. Este edificio que sientes es el antiguo Palacio de São Cristóvão. Hoy alberga el Museo Nacional, pero lamentablemente ha estado cerrado por obras desde un incendio. Aun así, vale la pena acercarse y apreciar su arquitectura desde fuera.
Al dejar el palacio, te adentras en una inmensidad verde. Aquí, el suelo cambia de la grava a la hierba, suave y mullida bajo tus pies. Escuchas el crujido de las hojas secas si es otoño, o el murmullo de las hojas verdes movidas por el viento. El aire tiene un olor a tierra húmeda y a vegetación fresca, a veces con un toque dulce de alguna flor lejana. Si cierras los ojos, puedes sentir el sol filtrándose entre las copas de los árboles, creando parches de calor y sombra en tu piel. Hay senderos bien marcados que te invitan a perderte. Busca los rincones más tranquilos si quieres un momento de paz. Hay bancos de piedra repartidos por todo el parque, perfectos para un descanso.
De repente, un olor diferente, más fresco, a agua. Y un sonido, un suave chapoteo o el eco de risas lejanas. Te acercas a un lago. Imagina el suave balanceo si decides subirte a una de las barcas de remo; sientes el movimiento del agua bajo ti, ese ligero cabeceo. Puedes escuchar el remo cortando el agua rítmicamente, y quizás el grito de un pato. El sol puede reflejarse en la superficie, calentando tu piel suavemente. Puedes alquilar barcas de remo por un precio razonable. Es una actividad muy popular, especialmente con niños. No te olvides de preguntar por los chalecos salvavidas, aunque el lago no es profundo.
Después de tanto caminar y sentir, el estómago empieza a pedir algo. El aire se llena de olores a comida: a maíz asado, a pan de queso caliente, quizás a algo frito. Puedes oír el chisporroteo de una plancha o el tintineo de vasos. Sientes el calor del sol en tu piel, y buscas la sombra de un árbol para sentarte. La textura de la hierba o de la manta de picnic bajo tu cuerpo te invita a relajarte por completo. Hay varios quioscos repartidos por el parque donde puedes comprar desde agua y zumos hasta aperitivos salados y dulces típicos de Brasil. Los precios son bastante justos. Si prefieres llevar tu propia comida, hay muchas zonas con césped para hacer un picnic.
Si tus pasos te llevan más allá, notarás un cambio en los sonidos. Escucharás rugidos, graznidos, o el inconfundible chillido de monos. El aire puede tener un olor peculiar, una mezcla de tierra, animales y vegetación. Imagina que el suelo vibra ligeramente cuando un animal grande se mueve cerca. Puedes sentir la curiosidad, el asombro al saber que estás cerca de criaturas de otros continentes, incluso sin verlas. La textura de las barandillas, el sonido de la gente susurrando o exclamando. Dentro del parque se encuentra el BioParque do Rio, que es el antiguo zoológico. La entrada es aparte y se compra en línea o en la taquilla. Dedícale al menos un par de horas si decides visitarlo, es bastante grande y hay mucho que ver y escuchar.
A medida que el sol empieza a caer, la luz cambia, se vuelve más suave, cálida. Sientes el aire refrescarse de nuevo. Los sonidos del parque empiezan a mezclarse con el murmullo lejano de la ciudad que te espera. Puedes llevarte el olor a verde y a tierra en la ropa, y la sensación de un día lleno de descubrimientos en tus músculos, un cansancio agradable. La experiencia se asienta en tu memoria, no como imágenes, sino como sensaciones. La Quinta da Boa Vista cierra al atardecer, así que planifica tu visita para aprovechar la luz del día. Hay baños públicos disponibles, aunque a veces la higiene puede ser mejorable. Siempre lleva agua y protector solar, incluso en días nublados.
Espero que esto te dé una idea de lo que te espera. ¡Disfruta cada sensación!
Olya from the backstreets