Oye, ¿te acuerdas que me preguntaste qué se hace en Clearwater Beach? Mira, no es solo un sitio, es una experiencia que te entra por todos los sentidos desde que sales de Orlando. Imagina que dejas atrás el bullicio de la ciudad y, a medida que te acercas, el aire empieza a cambiar. Se vuelve más denso, salado, y te llena los pulmones con una frescura que no conoces. Es el primer aviso. Luego, cuando bajas del coche, el murmullo constante de las olas te envuelve, como un susurro gigante que te llama. Caminas unos pasos más y, de repente, la arena. No es como ninguna otra. Sientes cómo se calienta bajo tus pies, finísima, casi como harina, y tan blanca que parece polvo de estrellas. El sol, cuando te da en la cara, es una caricia cálida que te envuelve, no quema, solo te abraza. Y el agua… oh, el agua. Cuando la tocas, es tibia, suave, y te invita a meterte sin pensarlo. Puedes caminar y caminar, y el nivel apenas sube, el fondo es liso, sin rocas, solo arena. Es como si la playa te abrazara y no quisieras soltarte.
Una vez que te has empapado de esa sensación, quizás te apetezca ir más allá de la orilla. Escucha bien: a veces, si tienes suerte y el día está despejado, oirás un "splash" a lo lejos y verás aletas oscuras. Son los delfines. Hay barcos que te llevan a verlos, y la brisa marina en la cara mientras el barco salta suavemente sobre las olas es una sensación de libertad pura, de conexión con el océano. O puedes simplemente caminar por el muelle, el Pier 60. Sientes la madera bajo tus pies, y el eco de las risas de la gente, el sonido de las gaviotas revoloteando por encima. Al atardecer, la luz es un espectáculo, tiñe todo de naranja y rosa, y el aire se vuelve más fresco, pero sigue siendo suave, acariciándote la piel.
Y después de todo eso, el hambre aprieta. No te compliques. Hay sitios donde el pescado y el marisco vienen directamente del barco. Te sientas en una terraza, y el olor a sal y a fritura ligera te abre el apetito. Imagina el sabor de unos camarones frescos, jugosos, con un toque de limón, mientras el sonido de las olas sigue de fondo, como una nana constante. Es una comida sin pretensiones, pero deliciosa, que te sabe a mar. La sensación de la sal en los labios después de cada bocado es parte de la experiencia, una confirmación de que estás justo donde debes estar.
Para llegar desde Orlando, lo más sencillo es en coche; es como una hora y media o dos de camino, dependiendo del tráfico. No te asustes, suele ser fluido, y las carreteras son buenas. El aparcamiento puede ser un poco lío, sobre todo en fin de semana, pero hay varios parkings de pago, algunos cubiertos, que te salvan la vida. Mi consejo: ve temprano, así evitas las multitudes y encuentras sitio fácil. Y no te olvides de crema solar, aunque no sientas el sol fuerte, pega. Lleva una toalla grande, de esas que te envuelven bien, y si puedes, un gorro para protegerte la cabeza. También es buena idea llevar algo de efectivo para los parquímetros o pequeños gastos.
Cuando te vas, el sol ya baja y deja un brillo tenue en el horizonte, como si no quisiera despedirse. Sientes el cansancio agradable en las piernas por haber caminado tanto, pero también una calma profunda, como si te hubieran reseteado. El sonido de las olas se desvanece poco a poco mientras te alejas, pero la sensación de la arena bajo los pies y el olor a sal se quedan contigo, como un eco de la paz que acabas de vivir. No es solo un día de playa, es un respiro para el alma, un momento para recordar que a veces, lo más sencillo es lo que más se siente.
Un abrazo,
Olya from the backstreets