¡Hola, trotamundos! Si me preguntas por Palisades Park en Los Ángeles, no te voy a dar una ruta de guía. Te voy a llevar de la mano, como si estuviéramos allí, sintiendo cada paso. Para mí, este lugar es pura calma y una explosión de sensaciones, perfecto para cuando quieres desconectar de todo.
Para empezar, te diría que nos encontramos en el extremo norte del parque, por la altura de Montana Avenue. Es un poco más tranquilo aquí, un respiro antes de sumergirnos. Imagínate esto: El aire es fresco, pero no frío, y lleva ese olor inconfundible a sal que te dice que el océano está cerca, muy cerca. Escuchas el murmullo constante de las olas rompiendo abajo, un sonido rítmico que te envuelve. Sientes una brisa suave que te acaricia la cara, y el sol, si es por la tarde, te calienta la piel con una caricia dorada. Caminas por un sendero ancho y bien pavimentado, tus pies se sienten seguros sobre el asfalto liso. A tu izquierda, percibes el espacio abierto, inmenso, del Pacífico, aunque no lo veas, sientes su magnitud. A tu derecha, la tierra firme con sus palmeras altísimas que se mecen suavemente con el viento, sus hojas susurran como si contaran secretos.
A medida que avanzamos hacia el sur, el camino sigue siendo cómodo, fácil de recorrer. El sonido de las olas se vuelve un poco más cercano, más definido. De repente, el aroma del aire cambia. Es más dulce, más floral. Hemos llegado a la altura de la Rosaleda. Aunque no veas los colores vibrantes, puedes sentir la densidad de las plantas, el cuidado con el que están dispuestas. Acércate, y el perfume de las rosas te envolverá, una mezcla embriagadora de dulzura y tierra. Puedes estirar la mano y tocar la textura suave de algún pétalo, o la rugosidad de un tallo. Aquí y allá, escucharás el zumbido de alguna abeja trabajadora. Es un momento para detenerse, respirar profundamente y dejar que ese aroma llene tus pulmones.
Ahora, un par de consejos prácticos, de amiga a amiga. Si vienes, intenta que sea a media tarde, la luz es mágica y el ambiente es perfecto. No te agobies con mil cosas; un buen par de zapatos cómodos, una botella de agua y una chaqueta ligera para cuando baje el sol son suficientes. En cuanto a qué "saltarse", si bien hay un edificio que alberga una Camera Obscura, para ti, que buscas sentir con todo el cuerpo, el *mecanismo* interno de esa atracción es puramente visual y quizás no te aporte tanto como el resto del parque. Sin embargo, la zona alrededor es agradable, con bancos y vistas, así que puedes pasar por allí sin necesidad de entrar. Lo importante es que te centres en lo que puedes percibir: el aire, los sonidos, los olores, la calidez del sol.
Y ahora, lo que hemos guardado para el final: el tramo que nos lleva hacia el muelle de Santa Mónica. A medida que te acercas al extremo sur del parque, el ambiente cambia de nuevo. El sonido de las olas se mezcla con otros ruidos: risas lejanas, la música de algún artista callejero, el bullicio de la gente. Sientes una energía diferente en el aire, más vibrante, más alegre. El camino se hace más concurrido, pero sigue siendo espacioso. De repente, el olor a sal se mezcla con un toque de dulzura, quizás de algodón de azúcar, o el aroma a fritura de algún puesto. Sabes que estás cerca del muelle. Puedes sentir la estructura de madera del muelle extendiéndose hacia el océano, como un brazo que abraza el horizonte. Si es el atardecer, el aire se llena de una calidez especial, y aunque no veas el sol, sientes cómo su calor se despide del día, dejando una sensación de paz y plenitud. Este es el momento de sentarte en uno de los bancos, dejar que el sonido del muelle te envuelva y simplemente *sentir* la inmensidad del océano frente a ti. Es un final perfecto, lleno de vida y de la promesa de un nuevo mañana.
Después de todo eso, si te apetece, puedes bajar las escaleras que te llevan directamente a la playa o al muelle para seguir explorando. O simplemente, quédate un rato más en el parque, escuchando las olas y la vida pasar.
Con cariño desde la carretera,
Léa from the road